Así no cambiaremos (I)

Si de verdad alguien ha creído que desde el mismo sistema y con procesos electorales bajo la actual ley de elección de cargos públicos, es posible un cambio de verdad, vamos arreglados. Como mucho, quizás logremos retoques, reformas, pero el fondo del sistema, quedará inalterado. A lo largo de mi vida he pasado por cambios, no podía ser de otra manera puesto que nunca he renunciado a seguir creciendo.

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Y hubo momentos en que mostré mi convicción de que la Constitución del 78 era la vía de la convivencia entre los españoles –también me sentía especialmente español-. Quizás no estaba equivocado y era cierto que esa constitución se adaptaba a la realidad de aquella España. Pero eso cambió hace mucho tiempo.

Mi crítica sistémica es antigua ya. Ni la Constitución del 78 recoge las necesidades de una sociedad que aspire a vivir en democracia plena ni España es un referente de garantía de desarrollo para la sociedad andaluza. Por ello, deseo una constitución nueva, muy nueva y con posibilidades de desarrollo diferenciado para cada una de las partes que compongan el Estado federal o bajo cualquier otra fórmula creativa. Entrar de nuevo en la simetría-asimetría del Estado es la perita en dulce de los más recalcitrantes. Los mismos que defienden esta carta magna defienden la igualdad milimétrica entre los ciudadanos de los diferentes territorios, como si esa misma constitución no garantizase desde el principio los fueros navarros.

¿Por qué, si no, se vive mejor en Navarra y el País Vasco que en el resto de comunidades? ¿Son iguales en lo económico los ciudadanos vascos y navarros que los andaluces o los canarios, por poner algunos ejemplos? Los primeros tienen su pacto fiscal, siempre el de Navarra y sobrevenido el del País Vasco. Ese trato que Rajoy negó a Cataluña en el comienzo de la legislatura y que después, unido a la impericia de Zapatero, nos ha traído hasta donde estamos.

   Sin movilización social no habrá cambios sustanciales en el actual sistema de representación, de relaciones de las partes con el centro del poder ni una redistribución lógica, social, de los beneficios económicos. Que nadie se asuste, que no me he vuelto socialista. Si cuando hay acceso natural a la riqueza por parte de todos –empleo abundante y condiciones de trabajo razonables-, es deseable una administración liberal, que permita que sea la sociedad misma que la regule sus relaciones socioeconómicas y que la iniciativa privada funcione con casi total libertad, en momentos de crisis como el actual la reglamentación desde el Estado es muy necesaria y en vez de recorrer el camino de todas las facilidades para el empresariado y la retirada de derechos a los trabajadores (reforma Báñez), hay que hacer todo lo contrario.

Además, esa retirada de la intervención pública en cuestiones económicas ha de desaparecer y dar paso a una inversión del Estado en la creación de riqueza por medio de crear empleos. ¿Cómo? Reindustrializando, sobre todo, en aquellos lugares que más lo necesitan, como es Andalucía. Pero, repito, estos cambios no van a venir sencillamente desde los procesos electorales ordinarios.

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