La penitencia sin capirote
Sin ánimo de ser ‘tocaescrotos’ (los puntos de la tarjeta de articulista no me llegan para canjearlos por la palabra ‘tocahuevos’, disponible solo para columnistas Premium como Pérez-Reverte), pondré la nota discordante en el solemne ambiente cofrade. No soy un machacón opositor de la Semana Santa (me encantan las torrijas), pero ni mucho menos un ferviente seguidor. Me definiría, más bien, en una posición neutral, como un casco azul.
No pretendo generar un nuevo Cisma de Occidente en Huelva entre fieles y detractores de esta liturgia, ni discuto su valor dentro de la etnografía local; tranquilos, que nadie prepare todavía las antorchas para perseguirme hasta los confines de la ciudad. Además, es innegable su condición de atractivo turístico como complemento a la oferta costera para los visitantes en estas fechas. Hasta ahí de acuerdo.
Pero les saco a concurso un proyecto de reflexión de índole público al que sus mentes pueden concurrir licitándolo o no: ¿cómo debe sentirse un vecino del Torrejón, que lleva meses pidiendo al Ayuntamiento arreglos en su zona, al observar que, coincidiendo con la época de la Pasión de Cristo, se le ponen lucecitas a la fuente de la plaza de las Monjas mientras las aceras de su barrio parecen sacadas de pruebas del programa ‘Humor Amarillo’?
Que no digo yo que ese circuito de paneles led tan molones iluminando los chorritos de agua no incida de manera decisiva en la vida de los onubenses, pero quizás (a lo mejor es ser muy atrevido) existen otras prioridades. Es hora de girar el foco de los presupuestos hacia espacios sistemáticamente eclipsados por la alargada sombra del olvido.
Los políticos asocian al concepto Huelva un matiz sectorial muy excluyente. La ciudad se expande más allá de los límites de su eje central. Los impuestos de quienes habitan fuera de ese cordón de terciopelo también pagan los arreglos municipales y por tanto merecen beneficiarse de las actuaciones.
Plantar 2.500 rosales (alérgicos absténganse de salir de casa) en el Centro es una opción decorativa como cualquier otra, tenemos un equipo de gobierno flower power, qué le vamos a hacer. Pero ¿es una inversión responsable existiendo otras urgencias y necesidades que cubrir?
Durante la Semana Santa, al ceñido cinturón económico consistorial (con el que se azota a los pedigüeños de los barrios para disuadirlos de sus peticiones) le emergen, por arte de milagro divino, nuevos encajes para recolocar la hebilla de la liquidez y poder engalanar así el desfile de los pasos. El perímetro que comprende dichas mejoras lo delimita el itinerario de la carrera oficial cofrade; fuera de ese contorno, la correa vuelve a tensarse y a estrechar sus miras.
Bancos barnizados, maceteros arreglados, plantas regadas y podadas. Todo impoluto. Los limpiacalles parecen sacados de Fast & Furious, quemando llanta y escobón a todas horas para repasar cada esquina. Solo faltan ambientadores con temporizador en las papeleras y cañones de pétalos de rosa en los balcones. Mejor no dar ideas.
El despliegue de medios es evidente, todo para dotar a la cadena de TV del Ayuntamiento de coloridos y suntuosos planos de las procesiones. Aunque si llevan sus cámaras a los barrios, también encontrarán penitencia (ni mucho menos voluntaria en este caso) y una populosa hermandad del Calvario.
La escena de las Tres Caídas se reproduce cotidianamente por aquellos lares, debido a un vía crucis de losetas levantadas, bordillos desprendidos y alcantarillados en mal estado. Un cirio pascual de mucho cuidado. Sus vecinos se desgañitan con reivindicativas saetas, dedicadas a las autoridades, clamando sobre un rosario de injusticias ahogadas entre el incienso y las cornetas.
Manuel García (@ManuelGGarrido)