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El runrún: Villa Rosa, ¡qué pena!
Lo decía estos días el fotógrafo onubense Julián Blanco en Facebook junto a una imagen: “Guardad la foto, para recordarla. Algún día se caerá y dirán: 'Qué pena, se iba a restaurar porque era patrimonio de Huelva'.

La imagen que acompaña a este comentario tan certero se refiere a Villa Rosa, una edificación ubicada en el Conquero que todo el mundo conoce y por la que nadie hace nada. Los comentarios de la publicación unían nostalgia y momentos de felicidad en torno a esta casa ubicada en la avenida Manuel Siurot, en las laderas del Conquero. “Villa Rosa vendía calimochos y vienas que nos comíamos a pellizcos”, recordaba Blanco, que lamentó que se trata de “una desidia institucionalizada por décadas”. Otra persona decía: “Que Huelva no reclame su patrimonio es de vergüenza, igual que la estación Antigua de tren o el Colegio ferroviario o el antiguo edificio de correo”. Es una ironía que la construcción, una vivienda unifamiliar de dos plantas de principios del siglo XX, está incluida en el Catálogo de Edificios, Elementos y Espacios de Interés del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU). Y nada se está haciendo por su conservación. Ni antes ni ahora. Es lo que explica su deplorable estado actual. Según se indicó este año, el Ayuntamiento de Huelva está en negociaciones con los propietarios para la adquisición del edificio Villa Rosa e incluir la rehabilitación del inmueble entre las actuaciones que se llevarán a cabo en el marco de la Estrategia de Desarrollo Urbano Sostenible e Integrado (Edusi). Aún no se sabe si esto se llevará a la práctica y será realidad y ojalá, si se hace, no sea tarde, pero mientras tanto en el imaginario colectivo hay unas ruinas que dan mucha mucha pena.

Imágenes para hacérselo mirar. Aunque hay imágenes que duelen siempre, parece que eso de que medio mundo esté entregado, o preparándose, para el consumismo más salvaje con la excusa de que llega la Navidad, mientras el otro medio no tiene qué echarse a la boca, llama especialmente la atención en estas fechas. Pero es que es así, tal cual. Mientras algunos llenan el congelador de provisiones y entre todas las personas pagamos el aumento del gasto energético para iluminar nuestros pueblos y ciudades, otros –igual ni mas ni menos que en otra época del año, pero insistimos en que hay algunas fechas en las que esta realidad parece más sangrante que en otras-, hacen cola para acceder a los alimentos más básicos.

