Domingo de Ramos
Delicias de fe a la mesa de la Sagrada Cena
22.49 h. La devoción convencida de la cofradía del Polvorín se sobrepuso a la lluvia, invitada inesperada y pasajera de una procesión en la que el Cristo del Amor y María Santísima del Rosario sirvieron su nutriente triunfal a los fieles deleitados que participaron de su fervorosa comunión. El paso del Señor realizó su último servicio tras más de 60 años al imponente misterio de la última cena.


Las ansias eran tremendas y se palpaba en el ambiente como el cariño y dedicación de todos los que con el desempeño de su papel realizan su aportación a una suma de esfuerzos estaban dispuestos a lograr una vez más proyectar una lúcida y sólida imagen de hermandad en su día grande. Movidos por la fe, que tanto propicia, su papel esperaba desempeñarse para felicidad de todos y así a las 15.47 se abrían las puertas del templo y tras la cruz de guía avanzaban los primeros tramos de nazarenos.
En el interior del Corazón de Jesús el párroco Miguel Fuentes se dirigía a la cuadrilla del Cristo de Amor y les recordaba que 2013 es el año de la fe y que gracias a vosotros pueden aumentar su fe mucha gente. Poco después el capataz Fernando Melgar, señalando que el actual paso que su cuadrilla iba a colocar sobre sus costales iba a realizar su último servicio, dedicó la primera levantá a todos los costaleros que han pasado por este paso a lo largo de más de 60 años y en especial a Juan Manuel Gil. Y es que el paso con el que procesiona el poblado misterio de la Sagrada Cena será sustituido en 2014 por otro que ya se está realizando. Esto que viene a sumarse a otras acciones ya llevadas a cabo por la hermandad, que restauró las imágenes e los apóstoles.

Repentino chaparrón
El dintel cada vez estaba más cerca pero las nubes se revolvieron y el guión de la procesión cambió radicalmente. La lluvia apareció sobre las 16.00 horas y en cuestión de segundos cobró una gran intensidad, lo que provocó que se fueran abriendo simultáneamente multitud de paraguas en la calle presbítero Pablo Rodríguez y a lo largo de la Avenida de Federico Molina. Desde ella tuvieron que volver apresuradamente hermanos con túnicas y capirotes empapados y que pasaron un mal rato.
De este modo el tempo se pobló de nuevo de nazarenos y otros devotos que se resguardaron de la lluvia entre ellos. Fuera cambiaba el feliz panorama por una estampa ennegrecida pero nadie perdía la calma. Se rezaba por que el chaparrón fuera pasajero, con la Cruz de Guía de nuevo en el lugar más avanzado y la junta de gobierno de la Hermandad se planteó una demora que acabó siendo de una hora.

Finalmente sobre las 17.25 horas tuvo lugar el esperado momento de ver al Santísimo Cristo del Amor de nuevo en la calle para reencontrarse con su feligresía y toda Huelva, anunciado por los sones de la marcha real. Hubo una emotiva levantá para el pequeño y recordado Javi Zamora, un ángelito ahora en el cielo, al que su padre Pepe Zamora acercó el paso a golpe de llamador. Sonó la marcha 'Tu palabra es oración' y el imponente misterior del Polvorín fue caminando bajo un cielo cada vez más celeste pastel para reducir a distancia con el centro de la capital.
La especial plasticidad de la escenografía de Jesús con sus apóstoles en la última cena acaparaba todas las miradas, pues es un misterio, además de un andar característico, con mucho que ver, donde el Señor invita a todos a su mesa, a recibir el alimento de la fe, a formar parte de la comunión de la familia cristiana, la que reclama con el rostro sereno y gesticulando. Sus apóstoles le atienden con convicción, Judas trata de desmarcarse con su sucia recompensa en las manos y se gira, pero es la excepción.

Radiante entre los dominios de sus varales de alpaca plateada, con las Vírgenes de la Cinta y el Rocío como brújulas a sus pies en la delantera del paso y en la trasera su manto granate bordado con esmero -estreno de este año- para ser estela a seguir por sus fieles, la Virgen del Rosario también se dirigió por la Avenida Federico Molina hacia a Alameda Sundheim para cambiar avenidas largas por angostas calles. Entre los sones de la marcha 'Encarnación Coronada' fue gozando de su barrio y su barrio con ella para hacer juntos el camino.
Pasadas las siete de la tarde varios minutos el Cristo del Amor, acompañado por la agrupación musical que lleva su nombre, acababa de recorrer la calle Alonso Sánchez, antigua de los tumbaos, y desembocaba en una plaza Niña poblada, por la que avanzó ante la multitud que le esperaba con gusto y mesura, con prisa pero sin pausa, dejándose ver y diciendo adiós, para lentamente hacer dinámica la acción del misterio, que se detuvo como una fotografía ante las Hermanas de la Cruz, que tras un año de espera volvieron a entonar sus bellos cantos en un momento especial.

Por ese mismo lugar pasó después la Virgen del Rosario, pero bajo una luz distinta, más íntima, abrigando su figura el halo de sus luminarias ante la ausencia de los rayos solares y la entrada tras su ocaso de la noche, muy viva ante el latido de los corazones cofrades, que activaban el corazón de la ciudad como muchos añoraban.
Estamos en el cielo, decía el capataz tras colocar el paso de palio frente por frente al convento de las Hermanas de la Cruz, a las que dedicó una levantá muy sentida, por ser costaleras de la caridad, pues es bien conocida la prolongada labor que han desarrollado durante años en favor de los más desfavorecidos y más en estos tiempos de crisis.
Después la Hermandad de la Sagrada Cena continuó compartiendo con Huelva los encantos de su discurrir por callecitas con las fachadas cubiertas de devotos apostados para contemplar y recrearse en esos instantes en los que el tiempo parece pasar más lento. Las mecidas del Señor y la Virgen continuaron por las calles La Paz, Rábida, Murillo, Vázquez López, Rascón y Bocas, para alcanzar la carrera oficial e iniciar la estación de penitencia.
En segundo lugar, tras la Borriquita y con el retraso previsto de alrededor de 45 minutos, hizo su entrada la cofradía del Polvorín en el tramo oficial del itinerario, donde con solemnidad expuso el sabor cofrade de su barrio, envolviendo efímeramente el frío de la noche con nubes de incienso, cortando respiraciones, acariciando corazones a cada paso.
A la salida de carrera oficial la hermandad se dispuso a buscar con paso firme de nuevo la cercanía de su barrio, para de nuevo allí perderse y recrearse, solapar estampas tan tradicionales como nuevas sobre otras antiguas y añoradas en los pasos marcados en cada esquina, en las estaciones personales que esperan donde siempre, bajo la luna en los recodos que se desean que nunca se acaben por el Barrio Obrero, Cortelazor, Plaza Virgen del Rosario -con sus esperadas petaladas-, Niebla, Puebla de Guzmán y el templo. Allí se curan el cansancio, se encuentra el consuelo, el gozo y la gloria de ser parte de la Sagrada Cena, que una vez más hizo de Huelva su mesa y sentó a ella a toda su gente.