HERMANDAD DE LA MISERICORDIA

Misericordia derramada en el corazón de la ciudad

21.26 h. Imponiendo la sobriedad a su paso, sobrecogiendo el corazón de quien lo admiraba. El Cristo de la Misericordia, precedido del clásico muñidor e iluminado por sus cuatro característicos hachones, marchó desde la Milagrosa para mostrar a Huelva cómo sabe andar y hacer que el silencio también se escuche.

Misericordia derramada en el corazón de la ciudad

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Con su habitual recogimiento y en el más absoluto de los silencios. Los alrededores de la iglesia de la Milagrosa -en concreto de la capilla que se levanta en su anexo- concentraron a todos aquellos que querían disfrutar de la salida de la Hermandad de la Misericordia, una de las más sobrias de la Semana Santa onubense.

Se abrían las puertas del templo de la calle Rábida puntuales, después de que en el interior de la iglesia los hermanos se hubiesen preparado para la estación de penitencia, y poco a poco se iba poniendo en la calle el cortejo, esa fila de túnicas de ruán negro que mantiene en todo momento la compostura y derrama por donde pisa vehemencia e introspección.

El muñidor encabezaba. Pronto el olor a incienso embriagó la calle, en el prólogo más inmediato de la salida del Santo Cristo de la Misericordia, a quien José Manuel González guió ante los ojos de todos. En el silencio que embargaba la calle se hacían más perceptibles aún los sonidos que llegaban desde las trabajaderas, esos golpes de martillo, la respiración de una cuadrilla que, un nuevo Jueves Santo, ponía al crucificado que tallase Gabriel Cuadrado en la calle.

Iluminado por sus cuatro hachones característicos, Cristo solo muerto en la cruz, sobre un monte de claveles rojo cardenal, emprendió su camino por las calles del centro de la ciudad en dirección a la Placeta, donde llegaría imponente sobre el paso en caoba del tallista Cayetano Reyes. Sin excesos ni florituras, la hermandad con su titular cerrando el cortejo fue derramando Misericordia por el corazón de la ciudad, que la recibió sobrecogida y agradecida, contagiándose de su sentimiento, provocando que el silencio llegase a escucharse.

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