HERMANDAD DEL SILENCIO
Ausencia locuaz en el madero para clausurar la Pasión onubense
Desde la parroquia de la Concepción y estrenando itinerario para acortar su recorrido, Nuestra Señora en su Soledad ante el sudario prendido de la cruz invadió este viernes con su silencio el corazón de la ciudad. Ciudad que con su paso despedía una Semana Santa, ésta sí, completa.

La última de la tarde, esa llamada a clausurar la carrera oficial de 2015, salía de la Purísima Concepción minutos antes de las ocho de la tarde. La Hermandad de Nuestra Señora en su Soledad, más conocida por la Huelva cofrade como El Silencio, se echaba a la calle desde el mismo centro de la ciudad, embargado del más absoluto de los silencios.

Se abrían las puertas de la Concepción algo más tarde de lo esperado, y a la cruz de guía le seguían varios tramos de nazarenos con túnicas negras y morriones de sarga verde. Hasta los más pequeños se afanaban en mantener la compostura, sabedores del protocolo que rige en esta hermandad de Viernes Santo, en la que predominan el silencio y el sobrecogimiento.
El cortejo de cinturones de esparto anchos y cirios blancos, no demasiado numeroso, pronto estuvo en su totalidad en la calle, dirigiéndose desde Méndez Núñez hasta la calle Puerto, Ciudad de Aracena e Isaac Peral, en un recorrido que la hermandad estrena este año con el objetivo de acortar su estancia en la calle. En el interior de la parroquia, al mando Francisco Cumbreras, que iba indicando a sus hombres para cuadrar el paso ante la puerta.
En un ambiente solemne, el racheo de los pies de los costaleros era lo único que interrumpía el silencio, que acompañó al paso de la hermandad durante toda su salida –y su posterior recorrido-. En apenas segundos, Nuestra Señora en su Soledad se encontraba a los pies de la Concepción, desolada ante la ausencia del madero, mucho más locuaz que cualquier presencia.

Entre flores moradas y con el viento insuflando vida al sudario sobre la cruz, la cuadrilla inició su camino, “derecha adelante”, casi al tiempo que el sol onubense se preparaba para retirarse y ceder el paso a la noche, que permitiría contemplar el paso iluminado por sus espectaculares faroles.
Con numerosas promesas caminando tras Ella, la talla anónima restaurada posteriormente por Antonio León Ortega emprendió su camino, vehemente a la par que dulce, hacia Placeta, donde tras su paso comenzarían a recogerse sillas y a desmontarse palcos, anunciando el final de una Semana Santa, ésta sí, completa.