Sobre las desconocidas enfermedades de transmisión textual
Me encanta leer. Cuando aprendí, no había letrero de calle, establecimiento o servicio que se me resistiese: calle Choco, droguería Puerto Hurraco, zapatero rápido... Lo leía todo.

Poco después, me regalaron un libro que se llamaba 'Té, chocolate y café', sobre la historia de estos productos, y lo leí tanto que lo deshice (literalmente). Ahora voy de vez en cuando a visitar a mis amigos de Librería Saltés para ver las novedades de mis editoriales favoritas y les pido que no me dejen llevarme más de uno (siempre con factura, que soy autónoma).

Y es que las palabras son muy atractivas. Encierran numerosos significados y sentidos. Dar con la palabra idónea es una gozada. Combinarla con otras para darles una vuelta de tuerca es casi orgásmico. Fragmentarla, analizarla y volverla a componer con un valor añadido que unas veces saca una sonrisa y otras propicia una reflexión es una habilidad extraordinaria. Si no que se lo digan a María JL Hierro o a Manuel Moranta, que se divierten jugando con ellas convirtiéndolas en arte; o a Bernardino Sánchez Bayo, quien eleva los títulos de sus obras al nivel de estas.
Desde 2016, trabajo en Pábilo Editorial como correctora y también realizo algunas tareas como editora novata (me dejan tomar decisiones importantes y todo). Metida en el mundillo gracias a la confianza que depositaron en mí, he podido observar la erótica oculta que revolotea alrededor de los libros. Es sexy ver a alguien leyendo y existe cierto sex-appeal en los clubes de lectura, en las librerías, en las bibliotecas... Lugares en los que sapiosexuales y culturetas tienen sueños húmedos con sus autores fetiche.

Pero estos contactos entre intelectuales pueden derivar en las temidas enfermedades de transmisión textual, siendo muy frecuente entre los escritores la impotencia literaria. Ya sabéis, esa incapacidad creativa que sufren ante la hoja en blanco. Otros han padecido en alguna ocasión el vergonzoso gatillazo narrativo, principalmente después de la primera novela y sobre todo si esta ha sido un éxito. Por su parte, los lectores, en su mayoría, suelen ser ninfómanos editoriales, es decir, compran muchos libros que van acumulando en casa, pero sin tiempo real para abrirlos siquiera.
Aquí no importa si eres lector precoz o un obseso retórico. Todas las perversiones líricas son aceptadas, al igual que la escritura tántrica y el onanismo verbal. Admitimos todo tipo de fantasía textual porque, como afirmó Jane Austen, no hay disfrute como la lectura. Así que, tropa, podéis hacerlo de pie, tumbados, solos o acompañados, en grupo, en la cama, en el coche o en el baño, al aire libre, con música o en silencio, pero leed. Leed mucho y a todas horas. Es un gran placer.