El adosado y el Audi
Desde que este periódico se puso en contacto conmigo para ofrecerme la posibilidad de escribir una columna, le he estado dando vueltas a los temas sobre los que podría escribir. Hay muchos temas relacionados con la economía, la universidad o la educación en general sobre los que merece la pena reflexionar. Sin embargo, al comentarlo con amigos y compañeros, un tema ha destacado sobre los demás: los desahucios.
¿Por qué los desahucios? Es un tema que despierta alarma social, no sólo por el elevado número de desahucios que se producen o por las personas que se han suicidado cuando el desahucio se hacía inminente; yo creo que la razón principal es que todos podemos vernos afectados. En ocasiones leemos en la prensa noticias alarmantes y nos tranquilizamos diciendo: no, no, eso no me puede pasar a mí. Yo cumplo con mis obligaciones, soy un buen ciudadano, no me puede pasar. Y así logramos olvidarlo.
Sin embargo, en la situación actual sabemos que cualquier persona puede caer en una situación de desempleo, por muy seguro que pareciera su trabajo cuando se decidió a firmar esa hipoteca, en aquellos tiempos en los que parecía que todos teníamos derecho a un adosado y un Audi en la puerta. Sabemos que la falta de empleo se prolonga y, que en este país, con casi seis millones de parados, es muy difícil encontrar un trabajo. En esa situación, con la prestación por desempleo agotada y recibiendo una ayuda que apenas da para vivir, sabemos que dejar de pagar la hipoteca no es una opción, sino una consecuencia insalvable.
¿Quién era consciente, cuando firmó su hipoteca, de que si no pagaba podría perder la casa y seguir teniendo una deuda? ¿Quién sabía que la pesadilla no terminaba al entregar la casa al banco? Para mí, la verdadera tragedia no está en perder la casa, que ya es bastante, sino en esa deuda, en muchos casos enorme e imposible de pagar, que estigmatiza al deudor para el resto de su vida. Y mientras, el banco que se ha adjudicado la casa por un 40 o un 60 por ciento de su valor de tasación (tasación realizada, por cierto, por agencias enviadas por el propio banco) puede revender la casa por el total del valor de tasación y volver a hacer negocio con ella, mientras persigue al antiguo propietario instándole a pagar su deuda imposible. Un negocio redondo.
Es ineludible modificar las obsoletas leyes que regulan los desahucios en caso de impago, ya que no dan respuesta a los problemas derivados de la situación actual. La dación en pago se muestra como la mejor solución posible. Entiendo que es difícil legislar en esta situación y que cualquier medida que se tome en contra de los bancos puede limitar el crédito, tan necesario para la economía y tan escaso en la actualidad. Sin embargo, existe un clamor social, que abarca desde los afectados y las plataformas que los representan, hasta los jueces y las fuerzas de seguridad del Estado, para solucionar este grave problema. Cambiar la ley es necesario y urgente, ya que una legislación que maltrata de este modo a sus ciudadanos sólo favorece a la injusticia.