Cambiar el pensamiento
Hay murallas insalvables para el cambio de las estructuras que limitan una vida más justa y feliz para todos. Esos muros son reales: son fuerzas económicas, políticas, filosóficas y militares que dominan el mundo y de las que es imposible escapar con la mentalidad de sometimiento que sufrimos.
La escasez de rebeldía con la que arrostramos las dificultades nos impiden progresar hacia la renovación necesaria. En ello, la pérdida de la utopía juega un papel fundamental. Es un mal común del que no se me ocurre cómo vamos a salir a no ser que aparezca un líder carismático capaz de movilizar a las sociedades hacia un fin mejor que el presente. Como no deseo caer en el mesianismo, mejor abandonamos esa posibilidad y nos centramos en la mejora personal.
Nuestro pensamiento se ha adocenado creyendo que sólo hay solución en las fuerzas existentes y en los supuestos pensamientos que las sostienen. Ese es el mal mundial y, en nuestro caso, el mal europeo. El sur de Europa, en concreto, se somete a la tiranía impuesta desde los países del norte en connivencia con el FMI y los llamados mercados. Ya en casa, en el Estado español, la cuestión es un esperpento en el que PSOE, PP, IU, CIU, PNV, etc., se reparten la tarta política y económica bajo los dictados de una UE que sirve a los intereses ya mencionados.
El sentido de rebeldía únicamente puede venir del cambio de la forma de pensamiento y ese cambio solo puede estar precedido de la reflexión. Si el sistema en el que vivimos no puede garantizar el progreso adecuado de las personas y los pueblos, es porque ha fracasado en su supuesto fin de ser el “Estado social de derecho” que proclama la actual constitución. Esa constitución permite que existan las tremendas desigualdades que hoy en día se van marcando cada vez más en la sociedad y los políticos salidos de los partidos al uso y de la ley electoral permiten que vivamos bajo el Estado de excepción que supone administrarnos por tratados internacionales por encima de la constitución misma.
El cambio de pensamiento debería asumir que todos los seres humanos nacen libres e iguales y que esos principios, junto el derecho a la vida, han de ser protegidos por el nuevo sistema. Si todos nacen libres e iguales, todos deben tener garantizado el acceso prescriptivo a los mínimos de bienestar, lo que supone el reparto equitativo de la riqueza acumulada para esa meta. Naturalmente, a partir de ahí, el trabajo y creatividad de cada cual le llevará hasta donde pueda alcanzar dentro de un sistema fiscal progresivo en el que más tiene aporta en mayor cuantía.
El cambio de pensamiento debería comprometerse con un recambio de todas las estructuras del Estado y para ello es preciso un nuevo texto constitucional que respete el derecho de las personas y el de los pueblos, marcando cuál es, por decisión final de todos, el grado de autogobierno que precisa cada uno de éstos. El cambio de pensamiento ha de ser puramente democrático y desde ahí entender que la jefatura del estado debe ser el reflejo de la voluntad popular y no herencia dinástica. El cambio de pensamiento se centra en el bienestar de la persona y la limpieza de una administración pública controlada exhaustivamente. Sin cambio de pensamiento nada va a mudar de aires y las reformas que proponen algunos para seguir dentro de este régimen viejo no llevan sino al mismo sitio en el que ya estamos y por ello, ojo con los proclamadores del bienestar para todos por medio de reformas limitadas del Estado porque lo que esconden es una apuesta liberal que puede llegar a ser bastante radical.