Los guardianes del vapor, el arte de mantener viva una leyenda de 150 años: «Aquí no hay recambios»
Para los técnicos de la Fundación Rio Tinto, mantener estas joyas industriales no es solo un trabajo, sino una vocación que les ha convertido en custodios de un legado único
La historia del tren minero: 150 años de un hito que colocó a Huelva a la cabeza de España
El ferrocarril minero de Riotinto celebra su 150 aniversario con la vista puesta en nuevas restauraciones
En un rincón de la Cuenca Minera onubense, entre paisajes teñidos de ocres y rojizos, un pequeño equipo de artesanos del metal libra una batalla diaria contra el tiempo. No son restauradores de arte al uso, sino los herederos de un saber casi extinto: el de mantener con vida locomotoras de vapor de construidas hace un siglo y medio. Su taller es el corazón del Parque Minero de Riotinto, y su trabajo, un «milagro» que permite que la historia, lejos de ser un recuerdo estático, siga rugiendo sobre los raíles que una vez fueron la arteria industrial de España.
«Aquí no existe recambio. Se hace todo a base de mecanizado: fresadora, torno, ajuste. Todo a medida», explica con naturalidad Ángel Campo, director técnico del ferrocarril, homenajeado el pasado jueves durante el acto por el 150 aniversario de la línea férrea. Su testimonio resume la esencia de una labor titánica. Cuando la última locomotora de vapor de la línea comercial hizo su salida en 1974, la era del vapor en Riotinto parecía haber terminado. Sin embargo, gracias al esfuerzo de la Fundación Rio Tinto, creada en 1987 para frenar el expolio y recuperar el patrimonio, el silbato de estas máquinas volvió a sonar.

El camino no fue fácil. La rehabilitación del ferrocarril, que culminó con la inauguración del servicio turístico en 1994, se cimentó en el trabajo de más de mil alumnos de Escuelas Taller y programas de empleo que se formaron en oficios que hoy son la base del equipo de mantenimiento. «La mayoría de las personas que están aquí han sido de elaboración propia. Han aprendido aquí», aclara. Este aprendizaje se forjó a base de «equivocarnos muchas veces, metiendo la pata y rompiendo muchas cosas», una escuela de prueba y error que ha permitido transmitir un conocimiento que no se enseña en ninguna parte.
Francisco Javier Mora 'Iskito', uno de los mecánicos más experimentados y también homajeado por la Fundación Rio Rinto, personifica esta pasión. «A mí es lo que más me gusta, el vapor, las máquinas de vapor», confiesa. Él, como el resto del equipo, sabe que estas locomotoras no son máquinas inertes. Tienen «personalidad«. »Hay días que te cuesta la vida llevarla porque no anda, se viene abajo. Y hay otro día que sube... bueno, tiene su cosita«, explica Ángel Campo. 'Iskito' lo corrobora: »Algunos días están muy buenas y van como un tiro. Otros, parece que no pueden con el pellejo«. Factores como la presión atmosférica influyen en su rendimiento, dotándolas de una vida propia que exige al maquinista »entenderla y conocerla«.

El encanto de estas máquinas va más allá de lo técnico. Para los visitantes, verlas en acción es como adentrarse en una película del Oeste, una experiencia que fascina a niños y mayores. El espectáculo visual es particularmente impresionante cuando llueve o hay humedad. «Como se ve más bonito el vapor es cuando está lloviendo. Es espectacular», explica 'Iskito'. El vapor de agua se condensa y crea una nube densa y blanca que contrasta con el paisaje, un efecto que se pierde en los días soleados.
Pero mantener este espectáculo requiere un esfuerzo logístico inmenso. Mientras una locomotora diésel arranca y está lista para operar, una de vapor exige una dedicación exclusiva. «Tienes que estar cinco horas antes para ponerla en marcha, para que coja presión. Y luego, una hora después para apagarla«, detalla Campo. Antiguamente, estas locomotoras permanecían encendidas durante meses, pero el uso esporádico actual —una vez al mes en invierno— obliga a repetir este ritual cada vez, un proceso que, gracias a compresores modernos, se ha reducido de las cinco horas originales a »solo« dos.

El trabajo no se limita a las locomotoras. Los 11 kilómetros de vía se montan y mantienen de forma artesanal, apretando tornillos a mano, con traviesas de madera y doblando los raíles en las curvas con palancas. «Al año es como si montáramos casi 3 km y pico», aclara Aquilino Delgado, director del Museo Minero, subrayando una labor invisible pero fundamental. Además, la mayoría de las piezas, de origen británico, usan medidas imperiales (rosca Whitworth), lo que obliga a fabricar cada tornillo en el taller.
Este compromiso con la autenticidad y la seguridad es total. Las locomotoras pasan su propia ITV, y los inspectores deben revisar los planos originales de 1875, documentos históricos que la Fundación custodia celosamente. Todo para que el Ferrocarril Turístico Minero, que estrenó su tracción a vapor en 1997 con la locomotora nº 51 y la completó con la nº 14 —la más antigua de España en funcionamiento—, siga siendo una realidad tangible. Un «milagro» de hierro, vapor y, sobre todo, de la pasión de un puñado de hombres que se niegan a que el progreso de antaño se convierta en óxido.