CONFIDENCIAL

El runrún: Huelva, en el club de los atufados

A pesar de que no es la primera vez que sucede, los onubenses volvimos a sorprendernos la pasada semana con un nuevo episodio de mal olor que pudo apreciarse tanto en la capital como en localidades cercanas.

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El olor, distinto a otros más ‘familiares’ que ya hemos aprendido a identificar y localizar y que tienen su origen en el polo industrial, también era fácilmente reconocible, de ahí que muchos se mirasen la suela del zapato para ver si habían pisado uno de esos regalos que los dueños de algunos perros suelen dejar a sus convecinos. Y de nuevo volvió a tratarse el desagradable episodio ‘oloroso’ casi como un expediente ‘x’, preguntándonos a qué se debía y cuál era la causa. Por extraño que nos pueda parecer y a la vista de la hemeroteca, se trata de un fenómeno muy frecuente y llama la atención que, además del olor, tengan en común la confusión que causa en la ciudadanía el desconocimiento de su origen. El último ejemplo, además del de Huelva, hace menos de dos meses en Sevilla, donde, entre el 8 y 12 de octubre, el mal olor inundó la ciudad. También aquí el despiste era generalizado: que si las alcantarillas, que si las mercancías del Puerto, que si un residuo industrial... Finalmente Ayuntamiento y Junta concluyeron –como en Huelva– que el origen estaba en los abonos del campo, concretamente de las tierras del arco Norte de Sevilla y que se acentuaron por el viento y el calor. Además, aclararon que no era simple estiércol, sino lodos que se extraen de las depuradoras, apreciadísimos en el campo –por lo que se ve y se huele– por sus extraordinarias propiedades. Eso sí, aunque no sabemos si en Huelva también el abono causante del olor tenía esta particularidad, si podemos comprobar otros episodios parecidos en puntos bien distintos de la geografía española. Barcelona, en noviembre de 2015; Valladolid, en septiembre de 2014; Murcia, en enero; Badajoz, en marzo del año pasado; o Logroño, hace solo unos días, son solamente algunos ejemplos que demuestran que no estamos ante un fenómeno extraordinario, sino ante otro mucho más frecuente de lo que imaginábamos.

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