CONFIDENCIAL
El runrún: Paripé anti-covid en el Barrio Obrero
Vaya por delante que somos los primeros en felicitar al Ayuntamiento por organizar el Festival de Flamenco ‘Ciudad de Huelva’. No sólo por hacerlo en las actuales circunstancias sanitarias, sino por el apoyo que ha demostrado por un género musical que hay que cuidar y fomentar, aunque no congregue multitudes, como manifestación de nuestra cultura.

Sin embargo, no por ello queremos dejar de denunciar el paripé en que se convirtió el protocolo anti covid diseñado para que el espectáculo del Barrio Obrero del pasado fin de semana se desarrollara con todas las garantías sanitarias. Sobre el papel, como decimos, ni un pero: aforo limitado, control de acceso perfectamente organizado, las localidades numeradas y asociadas a un número de teléfono por si fuese necesario rastrear eventuales positivos, separadas además guardando –más o menos– la distancia de seguridad y, por supuesto, mascarillas a tutiplén. Durante la velada flamenca, los asistentes respetaron de forma mayoritaria las instrucciones, aunque en muchos casos las sillas no estaban ya en su ubicación original, quizá porque la fría noche animaba al público a acortar distancias. Y si lo que apetecía era una copita de vino, tampoco faltaron en el patio de butacas, donde se podían contar varios ‘minibotellones’ clandestinos. Lo que no esperábamos de ninguna manera, ya que echaba por tierra la consideración de espectáculo seguro en lo que a contagios se refiere, fue lo que ocurrió en el intermedio de la velada, entre actuación y actuación, cuando el respetable, de forma mayoritaria, abandonó sus localidades para formar innumerables corrillos reduciendo a cero la distancia de seguridad que habían mantenido hasta el momento y haciendo inútil cualquier posible rastreo en caso de que se detectara algún positivo. Ni a Protección Civil ni a la Policía Local pareció importarle aquello, dicho sea de paso, por lo que la sensación era que al Ayuntamiento le traía al fresco si las medidas anunciadas servían o no de algo, ya que lo importante era aparentar que estaba a la altura de las circunstancias. Y a la vista está que no ha sido así. Ah, por cierto, aunque menos sorprendente, ya que es tradición en nuestro consistorio –antes y ahora–, alguien debería explicar también por qué las localidades de las invitaciones que se repartieron en la taquilla los días previos correspondían a las últimas filas, cuando mucha gente guardó cola antes incluso de que abriera la ventanilla de la Casa Colón para tener un asiento mejor situado. No hace falta ser muy listo para deducir que las mejores entradas se repartieron de forma indiscriminada entre familiares y amigos del personal del Ayuntamiento, dejando las que sobraron para quien con sus impuestos pagaba el espectáculo, es decir, el resto de los onubenses.


