FESTIVAL DE NIEBLA > 'LA HIJA DEL AIRE'

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Los españoles que emigraron a las nuevas tierras conocidas en los tiempos de don Pedro Calderón de la Barca, portaron los modos constructivos del barroco no sólo en las artes arquitectónicas, las cuales fueron allí de una belleza y rotundidad inigualables –tanto así que luego volverían a la península, ya saben: la ida y la vuelta–, sino también los modos de ser, las costumbres y hasta las mentalidades de ese tiempo en el que en Europa se está definiendo una nueva manera de escribir. Y esto ocurre sobre todo en el teatro.

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Hagan un repaso por lo que se está representando en los escenarios de Italia, Francia o Inglaterra en este que para España fue bendito Siglo de Oro y entenderán lo que les quiero relatar sobre la magnífica, extraordinaria obra que ayer pudimos disfrutar en el patio de armas del Castillo de los Guzmán.

Como ocurre con la lengua española al otro lado del mar, ocurre en el teatro, que se conserva mejor allí que aquí, también sucede algo parecido en el modo de entender e interpretar este mundo a veces tan cruel en el que vivimos, que en América una luz distinta ayuda a mejor divisar las sombras y lo que ellas esconden. La Compañía Nacional de Teatro de Méjico viene a refrendarnos todo esto poniendo sobre las tablas un clásico de Calderón en el que se mantiene viva la esencia misma del barroco. Y esto ocurre por ejemplo en el verso, dicho y, lo que es más importante aún, interpretado con una perfección rotunda, adobada de una belleza embaucadora, con lo cual queremos decir que la obra, desde que el primer actor entra en escena, es como el buen teatro debe ser, creíble. Pero si nos fijamos en el vestuario o en la escenografía, en el modo de iluminar la acción y la escena, y ahora quiero que viajen a la pintura de Velázquez, del Caravaggio o de Rembrandt, de cualquiera de ellos, verán cómo todos los parámetros que definió el estilo pictórico de estos hombres en el siglo XVII, elevándolo a la cumbre de la pintura universal, se cumplen debidamente. Hasta las ruinas del muro de la alcazaba cristiana, parecían llevar allí esperando siglos para imbricarse en la escenografía de esta representación de “la hija del aire” calderoniana, para recibir la luz tan bien conducida, para realzar los claroscuros de un vestuario extraordinariamente cortado y dibujado en la mesa del artista que como el resto del equipo ha sabido viajar a esos tiempos de oro que todavía nos nutren de sabiduría y de placer, de amor por las cosas bien hechas.

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Como diría mi querida amiga Julia, ahí hay una buena dirección de actores. En efecto, hay una buena dirección artística también, está todo más que medido, pero luego está la perfección que alcanzan los actores, muy metidos en la obra, sintiéndola para así poder apropiarse de ella, aprehendiéndola para poder transmitirla como lo hicieron, de una manera sublime y harto real.

Los actores sufren, gritan, corren, lloran y ríen con un sentido de la mesura tal que la obra se le hace al espectador viva. Lo que sucede en ese tiempo remoto imaginado por don Pedro Calderón de la Barca, y en el que intentó con éxito reflejar la condición humana, se va representando allí pero no como las sombras de la caverna platónica, pues el espectador no es sólo una representación teatral lo que tiene ante sus ojos, sino que ante él está circulando este mundo nuestro de cada día, y en el que vive las mismas o al menos parecidas circunstancias que hacen al hombre olvidar su condición humana al dejarse dominar por su ambición, clave y síntesis de la obra. La ambición que en realidad, como es bien sabido, es el reflejo fiel de todos sus miedos.

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Nosotros sobre la escena. El reflejo de nuestras vidas y de lo que nos rodea. Luces y sombras, barroco pues sobre el escenario iliplense. Una lección de buen teatro, del mejor teatro, en el que el sabor del Siglo de Oro nos cautivó gracias al extraordinario hacer de un elenco prodigioso asistido por un cuerpo técnico que tampoco dejó nada en el olvido. Nosotros, sombras pero también luces, reflejadas sobre el muro del castillo, teñido en los mismos tonos para recibir a una de las mejores funciones de puro teatro que recordamos en Niebla. Magnífico.

LA HIJA DEL AIRE, de Calderón de la Barca en versión de José Gabriel López Antuñano. Dirección: Ignacio García. Dirección artística: Enrique Singer. Iluminación: Matías Golero. Escenografía: Jesús Hernández. Vestuario: Carlo Demichelis. Música original: Ignacio García y Ernesto Anaya. Reparto por orden alfabético: Rodrigo Alonso, Misha Arias de la Cantoll, Enrique Arreol, David Calderón, Eduardo Candás, Ana Isabel Esqueira, Marco Antonio García, Érika de la Llave, Carlos Oropeza, Ana Paola Loaiza, Rosenda Monteros, Óscar Narváez, Laura Padilla, Antonio Rojas, Paulina Treviño, Rodrigo Vázquez y Andrés Weiss.

Patio de armas del castillo de los Guzmán. Niebla. Aforo: 900 localidades (Casi tres cuartos de entrada. 22 de julio, 2017.

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