Pinturas y dibujos de Pablo Gómez Prieto en la sala de la calle Botica

Silencio, marisma, cielo y calma

El silencio capturado en la paleta exacta de Pablo Gómez Prieto (Huelva, 1974), seduce e impresiona al espectador. Huelva y alrededores, la Orden Baja y el tránsito monótono de la circunvalación, el parteluz que es el canal de desagüe y al fondo los cielos que se repiten, soñados y poderosos a un tiempo, culminando todas y cada una de las obras que expone en la sala que la Caja Rural tiene en la calle Botica de la capital onubense.

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Lienzos plenos de sabor mediterráneo, de ese ámbito que tiene su inicio en estas tierras de poniente, en las marismas del arco atlántico andaluz, el lugar donde el artista ha buscado, y felizmente hallado, los motivos, pero también las formas y sobre todo el color, siempre el color de la tierra, del cielo y del mar, para describir unos paisajes que son puras emociones, el devenir de esta tierra horizontal y profunda, tal como el pintor la describe y la descubre para él y para todos quienes admiran sus maneras, personalísimas, de trabajar, de un cuidado realismo no exento de esa libertad que da al pincel quienes tienen la valentía de anteponer la ilusión a la razón. Románticos.

Huelva y alrededores, la Orden Baja y el tránsito monótono de la circunvalación, el parteluz que es el canal de desagüe y al fondo los cielos que se repiten, soñados y poderosos a un tiempo, culminando todas y cada una de las obras que expone en la sala que la Caja Rural tiene en la calle Botica de la capital onubense. La ciudad que ha rodeado el pintor para mostrarla en toda su inmensidad cercana. Barros y mareas bajas, pecios rendidos al tiempo y a la sal, dunas, barrón y bayunco, pinos y sabinas, todo ello con la ciudad al fondo, incluso las inmensidades marismeñas tienen, en apariencia solitarias, tienen un punto de fuga al que se agarra con breves pinceladas el artista, blancos tenues que son la cal de algún pueblo, también de la sal. Marismas y silencio. 

En cada uno de los cacharros olvidados bajo la superficie cristalina del mar, que nos regala en un guiño la marea al bajar, ha sabido también retratar esos silencios el pintor. Ha dibujado al fin y al cabo la ciudad para convencernos de su reposada belleza, de una atmósfera única en la que la paleta de Pablo Gómez Prieto encaja con una perfección apenas rota por la lírica de unos pinceles magistrales. Pero hay más.

Hay también alguna incursión a  los alrededores de la cuesta Maneli, donde ofrece esa visión sosegada de la arena y el mar –azul y tierras que dominan y conducen al espectador por toda la exposición-, como en el conjunto de la pintura que ofrece en esta magnífica muestra, una visión que sólo la sensibilidad del artista es capaz de ver y de transmitir después. En ese lienzo, como en todos, le basta la apenas perceptible huella de las pisadas de los bañistas aún no borrada por el foreño, cuyo silbido apenas audible está también capturado en el lienzo, para envolvernos en el silencio de esta tierra, de nuevo, profunda y alta en su horinzontalidad.Los silencios de nuevo. El silencio, la marisma, el cielo y la calma. 

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