Los actores inclinaron la balanza

Difícil pulso

15.50 h. Anoche, en sesión doble, se presentó en el Gran Teatro, la obra La Familia de Pascual Duarte, adaptación de Tomás Gayo, de la novela homónima que Camilo José Cela publicara en 1942. Arriesgada apuesta la de adaptar un clásico difícil, tanto por su temática áspera y violenta, como por su estilo, profundamente narrativo y escaso de diálogos que pudieran hacer más llevadera su traslación a las tablas.

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Sin embargo Gayo, quien en su trayectoria no ha soslayado llevar a cabo textos complejos de autores señeros como Tennessee Williams o Valle-Inclán, sale airoso del trance, con suficiencia, aunque sin lograr despegarse de la obra original hacia un estrato que la haga no dependiente.Pascual Duarte es un campesino extremeño que espera en la cárcel su ejecución en los años previos a la Guerra Civil y, para aliviar la conciencia de su penosa y sórdida vida, escribe una serie de cartas desde su celda relatando esta existencia, en parte conmovedora, en parte abominable, que le ha llevado hasta tan lamentable final.  Así, dentro de una acertadísima escenografía única (de Mundo Prieto, quien también tiene un pequeño papel en la obra), que presenta un diseño neutro, válido tanto para una cárcel como para una paupérrima vivienda (al fin y al cabo, poca diferencia supone para el atribulado Duarte), se van sucediendo monólogos de Pascual recordando sus vivencias, con la representación de fragmentos de éstas, donde le acompañan el resto de personajes, mediante unas transiciones muy bien logradas. La iluminación (Ion Anibal Lòpez) y el sonido (César Diéguez) cobran especial importancia, de manera también solvente, en los momentos de mayor dramatismo y violencia.El reparto, todos ellos, conforman quizá, el punto fuerte de la obra. El protagonista, en buena lógica, acapara la mayor parte del texto y es recreado por un solvente Miguel Hermoso. Este, demuestra que no se resiente en el salto a la escena desde la TV y demuestra gran capacidad narrativa, desarrollando notablemente la dualidad del carácter sensible y violento, patológico, de Pascual.  Bien secundado por las mujeres, especialmente la madre (Lola Casamayor), dura y afilada, origen y final de la fatal morbidez de su hijo; y la esposa Lola (Ana Otero), aportando a su personaje la ternura, sensualidad y coraje, justos. La dirección del experimentado Gerardo Malla, en todo momento, se percibe detrás de un trabajo actoral muy compacto.Complicado resulta, está claro, llevar a cabo una versión teatral de este texto tan denso. A pesar de las escasas doscientas páginas de esta novela, en ella se muestran muchos más matices que en otras de setecientas. Cela describe, sin dejarnos tiempo para tomar aire, la desgraciada vida de Pascual y los que lo rodean, determinándolo, en una sucesión trágica de pérdida, violencia y muerte, sobre un fondo de crítica social e impregnación religiosa, que en esta versión para el teatro se dulcifican y, a veces, llegan a un incómodo tono tragicómico. Tal vez se trate de aliviar el tremendismo y la dureza de la historia, pero nadie dijo que La Familia de Pascual Duarte fuera una obra apta para todos los públicos.En todo caso, el escaso público que se dio cita, inexplicablemente, en el patio de butacas onubense, tuvo la ocasión de revisar un clásico de la literatura, de la mano de una producción plausible y con una puesta en escena notable, de donde destaca el lirismo de escena final de la ejecución. Lo mejor: las interpretaciones.  

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