FEStival de niebla. crítica teatral de 'El invisible príncipe del baúl'

Equilibrio Heterodoxo

Ni la noche ventosa ni los huecos en el patio de butacas (sobre tres cuartos de entrada) arredraron a los componentes de la compañía Teatro del Velador en la pasada noche del Festival de Teatro y Danza de Niebla, quienes supieron manejar con maestría y ritmo la siempre difícil declamación en verso y los equívocos del texto de El Invisible Príncipe del Baúl.

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La obra, donde se funden comedia y farsa, es un texto de un autor menor del Siglo de Oro, Álvaro Cubillo de Aragón, quien también compusiera otras piezas reconocidas como Las Muñecas de Marcela o La Perfecta Casada y continúa la línea de investigación sobre obras poco conocidas de esta compañía sevillana que se autodefine como de “teatro bruto”. Son característicos sus personajes compuestos de forma desenfadada y extravagante, rayando el desequilibrio que, sin embargo, logran sortear con gran complicidad con el público y un descaro notable, asentados por un buen dominio de la técnica individual y gran coordinación de todos los componentes. 

La presentación de Juan Dolores Caballero choca en un principio cuando nos acercamos a presenciar una obra del siglo XVII: ropajes de mediados del siglo XX se entremezclan con música la-la-lá, peinados pop y dentaduras postizas en un cuadro surrealista de personajes donde la deformidad o el espasmo gestual contribuyen, sin cargar, a enganchar a un espectador que, finalmente, resultó entusiasmado por el conjunto de la representación.

Especialmente destacable resulta el papel protagonista del Príncipe, ejecutado magistralmente por Alex Peña, actor de amplio bagaje teatral y que lleva las riendas de la obra con gran dominio del tempo, las más de las veces frenético otras sutil y pausado. Entra en escena, hace muecas y se gira hacia el público, lo cita y lo sube a su grupa para que cabalgue con él las estrofas de este sainete donde la risa, fresca y necesaria, se consigue casi constantemente. Todo un maestro.

Bien flanqueado por el resto de personajes, desde la criada de Silvana Navas que, a pesar de su mudez, ejecuta un trabajo gestual impecable, hasta el personaje más serio de la obra, César, el hermano del caprichoso Príncipe (muy bien trabado, tierno y honesto, por Abel Mora) y quien le disputa el amor de Matilde (Azahara Montero, quien va de menos a más y resulta al final bastante creíble en su personaje); o el bufón Pero Grullo, perfectamente armado por José Machado.

La obra, que no plantea temas originales, sin embargo resulta entretenida y hace una buena crítica de la clase alta, casquivana y superficial, en la figura del Príncipe quien resulta engañado por todos al creer que la pluma que tan celosamente guarda en su baúl y que le regala el gitano Julio (el excesivo Juan Luis Corrientes, no tanto en el necesario gesto como en la dicción), le hace invisible cuando se la cala.  Finalmente el embuste es desvelado por Rosaura (Eva Rubio, quien logró tocar en cada momento la fibra del público) poniendo en su sitio al desmedido noble y haciéndole ver su necedad y su falta de juicio.

La obra, donde se funden comedia y farsa, es un texto de un autor menor del Siglo de Oro, Álvaro Cubillo de Aragón, quien también compusiera otras piezas reconocidas como Las Muñecas de Marcela o La Perfecta Casada y continúa la línea de investigación sobre obras poco conocidas de esta compañía sevillana que se autodefine como de “teatro bruto”. Son característicos sus personajes compuestos de forma desenfadada y extravagante, rayando el desequilibrio que, sin embargo, logran sortear con gran complicidad con el público y un descaro notable, asentados por un buen dominio de la técnica individual y gran coordinación de todos los componentes. La presentación de Juan Dolores Caballero choca en un principio cuando nos acercamos a presenciar una obra del siglo XVII: ropajes de mediados del siglo XX se entremezclan con música la-la-lá, peinados pop y dentaduras postizas en un cuadro surrealista de personajes donde la deformidad o el espasmo gestual contribuyen, sin cargar, a enganchar a un espectador que, finalmente, resultó entusiasmado por el conjunto de la representación.Especialmente destacable resulta el papel protagonista del Príncipe, ejecutado magistralmente por Alex Peña, actor de amplio bagaje teatral y que lleva las riendas de la obra con gran dominio del tempo, las más de las veces frenético otras sutil y pausado. Entra en escena, hace muecas y se gira hacia el público, lo cita y lo sube a su grupa para que cabalgue con él las estrofas de este sainete donde la risa, fresca y necesaria, se consigue casi constantemente. Todo un maestro.Bien flanqueado por el resto de personajes, desde la criada de Silvana Navas que, a pesar de su mudez, ejecuta un trabajo gestual impecable, hasta el personaje más serio de la obra, César, el hermano del caprichoso Príncipe (muy bien trabado, tierno y honesto, por Abel Mora) y quien le disputa el amor de Matilde (Azahara Montero, quien va de menos a más y resulta al final bastante creíble en su personaje); o el bufón Pero Grullo, perfectamente armado por José Machado.La obra, que no plantea temas originales, sin embargo resulta entretenida y hace una buena crítica de la clase alta, casquivana y superficial, en la figura del Príncipe quien resulta engañado por todos al creer que la pluma que tan celosamente guarda en su baúl y que le regala el gitano Julio (el excesivo Juan Luis Corrientes, no tanto en el necesario gesto como en la dicción), le hace invisible cuando se la cala.  Finalmente el embuste es desvelado por Rosaura (Eva Rubio, quien logró tocar en cada momento la fibra del público) poniendo en su sitio al desmedido noble y haciéndole ver su necedad y su falta de juicio.En resumen: una velada notable para un público entregado al buen hacer sobre y detrás de las tablas, de actores y autor que, sin duda, han sabido beber de los clásicos del teatro español y pasarlo por el tamiz de la contemporaneidad. Charlot, El Tricicle, Jean-Pierre Jeunet o Francis Veber también asomaron anoche por el Patio de los Guzmanes.

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