Crónica de 'Macbeth'
'Fractal Shakespeare'
Hasta la meteorología pareció formar parte de la puesta en escena de Macbeth, de William Shakespeare, en la versión de Helena Pimienta, para la compañía Ur Teatro. Y es que, sobre el cielo de Niebla, espectaculares tormentas eléctricas y retumbar de los truenos parecieron redundar en la siniestra trama de este clásico del autor inglés, donde la codicia, la traición y la muerte, rezuman de lo más profundo y oscuro de las entrañas del ser humano.

La versión de la directora salmantina quien, a partir de septiembre tomará las riendas de la Compañía Nacional de Teatro Clásico que fundara Adolfo Marsillach en los 80, en lo que promete ser un giro hacia la modernidad y una apuesta por el riesgo; no deja indiferente al espectador. De entrada, el texto, muy condensado, va al meollo de la cuestión en apenas unos minutos de representación, y pronto comienza a girar la espiral de destrucción y sangre: las tres hechiceras se le aparecen al orgulloso Macbeth, despertando su mente sedienta de ambición con la profecía de que será rey de Escocia y, planea el asesinato del justo rey Duncan, junto a su esposa quien vence las iniciales vacilaciones de su marido apelando a su ambición y dudando de su hombría.
No en vano, este grupo que dirige Pimienta, ya tiene amplia experiencia desentrañando obras shakespearianas, pues ya antes compusieron Romeo Julieta, Trabajos de Amor Perdidos y Sueño de una Noche de Verano (ésta última, Premio Nacional de Teatro en 1993).
Al contemplar este Macbeth, uno se siente más dentro de una ópera que de una obra de teatro. No sólo por la evidente referencia de los fragmentos extraídos de la ópera homónima de Verdi y la asidua participación en escena del Coro de Voces Graves de Madrid (quienes, por cierto, parecieron echar en falta una batuta que los guiase en algunos fragmentos); es por el conjunto de su puesta en escena y, hasta diría, de su técnica interpretativa.
La escenografía que dirige José Tomé (quien se reserva también el papel protagonista), resulta completamente rompedora y novedosa en la alcazaba iliplense: mediante la colocación en la escena de un telón translúcido y la proyección de imágenes holográficas, se enriquecen las escenas al tiempo que este tenue telón separa el primer plano, donde sucede la acción directa, del segundo, que se aprovecha para narrar lo que está sucediendo en otras estancias o para exponer las ensoñaciones y visiones que atormentan a Macbeth y alimentan su febril desvarío. A ello contribuyen: la fotografía de las imágenes proyectadas, con un tono verdoso y emborronado; la perfecta iluminación en tonos sombríos contrastados, en los momentos clave, por blancos y rojos, así como un perfecto vestuario que referencia la obra en la I Guerra Mundial. Un diseño de producción impecable que ha sabido recoger la esencia de la tragedia clásica y shakespeariana, y traerlos hasta nuestros días, pasando por el expresionismo alemán y las vanguardias de entreguerras, Carol Reed y el primer Kubrick, y el manga apocalíptico; componiendo este opus mixtum audiovisual donde el texto se va desarrollando (eso sí, con alguna incongruencia chocante pues se habla de dagas, armaduras y castillos, al tiempo que de dólares).
Del elenco de actores, bien los secundarios Oscar Sánchez Zafra (Duncan/MacDuff), Javier Hernández Simón (Banquo/médico), Tito Aseroy (Ross/asesino), Belén de Santiago (Malcom) y Anabel Maurin (Lady MacDuff/criada/enfermera), a cuyas meritorias interpretaciones cabe añadir el hecho de que alternaran varios papeles. Reiterando que, desde la concepción operística de la obra, más debieron desarrollarse en monólogos o diálogos, de texto complejo y técnica exigente, que en intervenciones cortas dentro de escenas variadas.
Los protagonistas evolucionaron a lo largo de la obra: Pepa Pedroche entró un poco fría, pero pronto se hizo con el personaje de Lady Macbeth, a base de buena entonación y expresividad, con dominio del ritmo y sacando gran partido a su personaje, desde su vena más cruel y maquiavélica, seductora e inductora, hasta el instante final en que la locura ha hecho mella en su ser y podemos palpar el emponzoñamiento que en su alma han producido la codicia y el crimen.
José Tomé mostró gran mímesis con el personaje: al principio un tanto distante, como el Macbeth ajeno a las lisonjas del rey Duncan por sus éxitos militares; después expectante, cuando las tres brujas le lanzan su sortilegio, y comienza entonces una atractiva lucha por hacerse con el timón de su personaje, como Macbeth se debate en su interior ante la duda entre la rectitud y la traición (grande la escena con Pepa Pedroche antes del magnicidio); después, ya consumada la usurpación y alimentando la paranoia y la tiranía, Tomé se asienta en su Macbeth como éste en su trono maldito engendrado por la locura y la codicia, desenvuelve entonces en brillantes intervenciones que se adornan, a veces, con excesivos cambios de tono y agitados movimientos (quizá algo evidente la referencia hitleriana). Finalmente, contemplamos al Macbeth vencido y entregado a su suerte, donde Tomé retoma su vertiente más atemperada y creíble, dentro de un personaje que desarrolla, por convicción y empeño, hasta las últimas consecuencias.
Un Macbeth oscuro y lírico, que ha sabido hundir sus raíces en el original de Shakespeare y trasladarlo, con un lenguaje vanguardista y efectivo, hasta un contexto donde la obra se vuelve contemporánea.