CRÍTICA DE 'EL ACTOR SECUNDARIO'

Emoción y reflexión

Se define el Arte como aquello que está bien hecho. Luego vienen las características principales, que suman a la buena factura aspectos como el muy relevante de que invite a la reflexión; u otros igualmente contundentes,  como el de su capacidad de emocionar al espectador, al usuario de ese producto, ya sea un minué, una apertura de ajedrez o el logotipo de un refresco de naranja.

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Emoción y reflexión

De esto entiende, y mucho, Marcos Gualda (Huelva, 1971), un artista que supo entender y asimilar la educación recibida en su propia casa, las sensaciones vividas en su colegio o en la universidad, pero también las experiencias con sus amigos, sus venturas y desventuras, quiere decirse de lo que la vida, como a todos, le ha ido mostrando. Lo interesante de todo esto para nosotros, lectores, es que Marcos Gualda, recuerda.

“El actor secundario” (Niebla editorial, Huelva, 2020) es un libro de memorias enlazadas con suficiente tino, precisa literatura y sobrado amor que no deja indiferente. Atrapa desde el inicio, o como se suele decir, es bueno, de buena factura. Pleno de coherencia, sin otro motivo vislumbrado entre sus líneas, que el de establecer un diálogo hermoso y por supuesto íntimo con el lector, emocionante además, que conduce inevitablemente a una honda reflexión que mantener con nosotros mismos.

El libro de Gualda es reflejo, inevitablemente, de la propia experiencia vital de cada cual, no ya de él, y esto lo hace universal, patrimonio de todos. Un cuidado, ligero y preciso texto que emociona hasta el llanto, más allá de por la tristeza, que también, o como por la alegría, que están presentes a raudales, fresco y sonoro caudal, llega al alma por la enorme verdad, por la sinceridad con que está elaborado en cada palabra, en cada párrafo y en cada capítulo.

Es obra de tal enjundia que al rebuscar el autor en su yo, al revelarnos las circunstancias que le han ido modelando a lo largo de los años, regala al lector un paisaje que ha ido dibujando al compás de sus relatos, el de la Huelva eterna y dulce de su infancia y su juventud. Cierto es que algunos de los capítulos le llevaron a sus recuerdos familiares en Granada, a su peregrinación a la Argentina tras la huella indeleble del gran Carlos Gardel o a viajes de placer por la Praga recién liberada o el circuito de conciertos musicales que le condujeron de aquí para allá, también por su periplo andevaleño o ese andar minuciosamente escrutador por su barrio, por su ciudad. Lo trascendente en este caso es que ese paisaje que se adivina detrás de cada una de sus figuras literarias pero reales, es el recuerdo vivo de  una Huelva que afortunadamente ha quedado también atrapada en su memoria, y a través de él en la memoria colectiva, la de quienes vivieron ayer y de los que estén por llegar, para que todos seamos capaces no ya de averiguar y disfrutar de un tiempo pasado, sino de aventurar el futuro de una ciudad que necesitará encontrarse con su historia para mejor construir sus tiempos por venir.

Emoción y reflexión

Un paisaje con figuras, tremendas en todas las ocasiones. Tal parece que Marcos Gualda más que hablar de sí mismo, ha dado un repaso a todos aquellos personajes que se le cruzaron por el camino, y aquí su prodigiosa memoria es capaz de poner los vellos de punta al lector. En lugar de recomendar la lectura de “El actor secundario”, les diré que tras acabarlo de un tirón –es libo difícil de dejar sobre la mesa- soñé el camino que ayer me llevaba por entre los huertos y cabezos de Huelva, como hoy por las calles y avenidas que fueron sustituyendo aquel tiempo pasado casi sin que apenas nos hayamos dado cuenta, alcancé de un salto la Isla Chica, la Merced y las Colonias, bajé de nuevo al centro y hasta volví a buscar gusanas entre el barro de los esteros y los caños para dejar luego caer sedal y anzuelo por los muelles de Levante, rascar fósiles de entre las margas de la Joya, o ver una de vaqueros en el Jardín Cinema. Recorrer la ciudad, asomarme al Conquero, ver la luz recorrer una prodigiosa paleta, esperar el crespúsculo y llorar.

Leer el libro de Marcos Gualda, como ocurre con todas las obras de arte, como todo lo bien hecho, emociona hasta el llanto –vuelvo a avisar-, a la reflexión íntima que nos lleva a encontrarnos con nosotros mismos, desnudos y verdaderos, ante lo que nos quede aún por vivir y por disfrutar de estos paisajes y de estos paisanajes que con sobrada pericia el artista devenido en actor secundario ha sabido dibujar y explicar para hacernos un hermosísimo regalo.

Bernardo Romero

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