CRÍTICA DE TEATRO DE MARIO MARÍN
El buen hijo
Estuve ayer sábado en Las Cocheras del Puerto para ver El buen hijo. La pieza es un envite acerado de Pilar Almansa que redondea Cecilia Geijo con una dirección elegante.

Josu Eguskiza y Rosa Merás, una multitud de dos, bailan en un campo minado de asperezas y corrosión gestual, hilvanando la escena de los laterales al centro y retirándose sin irse. Los dos a un nivel supremo, con una intensidad domada y una proyección de alta escuela.

En El buen hijo se atraviesa un desierto que a todos ahora nos es común, una meseta ácida y fangosa donde peleamos por la clarificación de un entendimiento que nos haga ciudadanos iguales. Mi hija anda en esa pelea y esta obra teatral viene a darle mejores agarres.
Tirso, un preso condenado por agresión sexual, acude a terapia diaria con Fernanda, su psicóloga de prisión. El fin es aceptar los hechos, la tara, la mala educación; un sistema fijado en el que la relación hombre mujer es de alimañas y víctimas. El fin es reconocer que violó y laceró a Eva. Tirso insiste en negar el daño y en la terapia solo busca la posibilidad de un permiso carcelario. El objetivo de Fernanda es la rendición, la asunción de la herida, la aceptación de la tragedia provocada, no tanto por culpar como por exponer un modelo de relaciones sociales cruel y desacompasado.

Al salir, mi hija me miró afirmando y frunciendo los labios. La cosa fue bien.