DE BARES Y RESTAURANTES

Bar Juan José: Lo inmutable

Recuerdo un pasillo estrecho y hacia la mitad, frente a un breve infernillo de dos fuegos, la sonrisa amable de María, la mujer de Juan José que hacía unas tortillitas de bacalao que quitaban el sentido, y unos mechados que fueron bandera de una breve lista de tapas que hicieron del entonces mínimo establecimiento un auténtico centro de peregrinación para los amantes del buen comer en aquellos años primeros, cuando el matrimonio, muchas veces acompañados de sus hijos, muy pequeños entonces, acudían al bar muy tempranito, cargados de ollas y perolas para dar forma a uno de los mejores bares de tapas que ha habido en Huelva. 

Bar Juan José: Lo inmutable

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Todavía hoy puedo recordar donde estaba aquel pasillo estrecho, donde la breve barra en la que apenas cabía Juan José, grande no sólo de espíritu sino también de cuerpo. Hasta el hueco del ventanuco que daba a la calle lo aprovechaba Juan José para despachar cervezas bien tiradas y vinos de calidad. Calidad, ese ha sido el secreto del Juan José, la calidad y el amor siempre detrás de la sonrisa de María. ¡Qué gente tan entrañable!

Ahora el bar, enorme y siempre lleno, con los mismos sabores de siempre, lo gestionan Cristóbal y Agustín, aquellos niños que desde tan pequeñitos ayudaban a sus padres en el acarreo de guisos y potajes que hicieron famosa en Huelva aquella recóndita calle que se abrió en el camino que llevaba desde el cancel hasta el caserón de Villa Mundaka, donde de chicos, medio asalvajaos como estábamos, le tirábamos piedras a las vacas de Paco, o nos saltábamos al huerto de otro Paco, Patillas, para subirnos a los árboles y quitarle almendras o melocotones, o subíamos la cuesta que llevaba al huerto de Lorenza, a por la leche, con la cántara a cuestas, pero recibiendo siempre de premio y por el buen mandao un cálido vaso de leche, cremosa, recién ordeñada. Ahora, todo ha cambiado. Para mejor, no lo duden. 

He seguido yendo al Juan José durante todos estos años, como cuarenta o más. Cada vez menos, como es natural. La edad te va arrumbando en la mesa de camilla y encuentras más distracción en la lectura o en el cuidado de los geranios que en la tertulia en el bar del barrio, que lo fue el Juan José, aunque su clientela, y esto lo hablé muchas veces con él, era en su mayoría gente de ese centro que se ha ido quedando poco a poco excéntrico, gente animosa que subía hasta las Adoratrices buscando el sabor gracias al cual Juan José y María con trabajo y sacrificio, lograron conformar un establecimiento señero en la cocina onubense. Subía la gente al barrio tal como nosotros bajábamos a Huelva para ir al cine o para comprar un impermeable en Almacenes Arcos o unos alicates en el bazar Mascarós. Ahora todo ha cambiado. Ya no hay huertos ni cañaverales, gavias ni herbazales de los que aventar a las vacas para poder jugar a la pelota. Tampoco está el convento que dio nombre al barrio, ni la venta que Paco la Ángela puso en su huerto, prestando topónimo al lugar desde el que subías por el callejón de las sierpes o de los Siete Muertos hasta los huertos del Parque Moret, donde luego construyeron la Ciudad Deportiva, o tirabas para la Ribera y más al norte por el camino de Trigueros, que en la localidad vecina siguen llamando camino de Huelva. 

Esta mañana he estado en el Juan José tomando café. He saludado a Cristóbal, en el que siempre encuentro la sonrisa de su madre, y luego llamé a Agustín, que tiene hasta las hechuras del padre. Lo llamé para preguntarle por su madre, solo eso. Por la mañana se me olvidó preguntar por ella. Ya lo ven, toda la vida entrando allí y la memoria, o el hábito, a veces y lo que son las cosas, te juega malas pasadas. No tendrán que pasar muchos días para que vuelva a por las friturillas de bacalao, a por la carne y el atún mechados. Recuerdos que tampoco se olvidan porque de eso se ocupan los dos hermanos en este tiempo nuevo, de que el bar que ahora también es restaurante siga siendo una referencia, inmutable pero viva, en la historia culinaria de Huelva. Una referencia que ya con la segunda generación a bordo, sigue siendo la misma, un sinónimo de sabor y buen hacer. Lo inmutable, en estos tiempos de tanto cambio y tanto desbarajuste, puede ser algo perfecto.

Juan José. Bar Restaurante. Calle Villa Mundaka (Adoratrices, Huelva).Barra con sala y dos salones más en el interior. Cierra domingos. Segunda generación que sigue los pasos firmes que dieron sus progenitores. Frituras y mechados siguen siendo excelentes, pero la tortilla les ha dado fama nacional. Amable y cercano. Uno de los bares más populares de la ciudad.

Bernardo Romero es profesor de Historia y escritor con varios premios y reconocimientos en su haber. Miembro de la Academia Andaluza de la Gastronomía y el Vino es autor entre otros de “La cocina de Huelva” o “Huelva en su salsa”. En esta serie de artículos nos ofrece una visión muy personal, incluso íntima, de aquellos establecimientos del ramo de la hostelería que le agradan especialmente o en los que simplemente se siente bien

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