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José Ramón Andikoetxea, 'Andi', activista y escritor: «Nada hay tan dulce como ese estado primitivo en el que pudimos vivir en El Rompido de los años 70»
Este onubense que nació accidentalmente en Barcelona lleva la acción social prendida en la piel y también ha publicado varios libros
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Huelva
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Iniciar sesiónLa relación de los Andikoetxea con Huelva se inicia al ganar el abuelo de José Ramón una plaza de práctico del puerto. Si les hablo de José Ramón, nadie lo va a conocer, porque todos en el barrio y en el colegio le llamaron Andi para abreviar. Desde pequeño este huelvano con ascendentes vascos y nacido accidentalmente en Barcelona, viene a ser pura idea de la contestación, y eso desde bien pequeño, cuando siendo un ecologista poco menos que infantil colocaba una mesa con cuatro pegatinas y algunos monigotes en plena calle Concepción con los que recabar fondos para la causa ecologista onubense. Ahora la protesta le viene desde su barrio, desde las calles y plazas que ha trotado desde su infancia y adolescencia, a caballo entre el Reyes Católicos, hacia levante, y el Alonso Sánchez a poniente, los dos límites sentimentales que José Ramón Andikoetxea tiene en sus recuerdos de una Huelva que lleva tatuada en el corazón.
Coincidimos casualmente en la barra de Los Cuartelillos, local al que nos llevan las añoranzas, cuestiones estas más cercanas a la realidad que las prosaicas pero excelentes papas aliñás o los mismos vinos que tenemos por delante en la barra donde más cerveza se tira de Huelva. También coincidimos en las páginas de este periódico, Huelva24, en el que ambos colaboramos, aunque el Andi, escribe de tabernas, pero en el fondo lo que hace es recuperar la memoria de una Huelva que a él le parece muy lejana y casi perdida en los cambios sufridos en estos acelerados últimos tiempos.
-Andi, añoras la vieja Huelva tabernaria, ¿o es sólo postureo?
-Más bien, esto que me estás diciendo. No es comparable en absoluto la Huelva de entonces con la de ahora. Vamos mejorando adecuadamente. Añoramos aquella Huelva porque éramos más jóvenes, pero es evidente que no ya en Huelva, sino en todos lados, las condiciones de vida han mejorado, lo cual no nos puede hacer perder el rumbo y pensar que todo es maravilloso, hay mucho por hacer. Siempre habrá algo por hacer.
«En el fondo lo que hago es rememorar los paseos que daba por Huelva con mi padre, cuando él me iba explicando lo que hubo en este o en aquel lugar»
-Tus libros sobre la Huelva choquera y tabernera suponen algo más que relatar cómo eran los bares de Huelva.
-Trato de hacer un dibujo de la Huelva de mis años mozos, de dejar negro sobre blanco alguna noticia de aquellos años, y hacerlo desde la barra de un bar, sobre todo de los bares de barrio, donde a diario se desgranan los problemas del vecindario o se radiografía lo que va ocurriendo, cualquier detalle que nos ayude a identificar la idiosincrasia del lugar. En el fondo lo que hago es rememorar los paseos que daba por Huelva con mi padre, cuando él me iba explicando lo que hubo en este o en aquel lugar, cualquier detalle... una tienda, una fuente o una freiduría. Me contaba historias y hasta leyendas de la Huelva que se nos fue para poder recibir a esta nueva Huelva, cada día más bonita y más hermosa.
-Tú eres de Huelva, y además muy de Huelva, pero fuiste a nacer nada menos que en Barcelona, muy lejos, ¿no te parece?
-Tela de lejos, fue algo accidental. En nuestras vidas siempre hay algo accidental, luego en el nacimiento también. Mi familia tiene orígenes vascos, fue mi abuelo el que en los años cincuenta sacó una plaza de práctico en el puerto de Huelva y se trajo a toda la familia para acá. Pasados los años mi padre, dedicado a algo tan complejo como los estudios de mercado, consiguió un trabajo en Barcelona y allí que se fue siendo muy joven. Conoció a mi madre en un entorno de vascos que vivían en la ciudad condal, se hicieron novios y se casaron, formaron una familia y aquí me tienes, barcelonés perdido. Luego mi padre encontró hueco en el mercado laboral onubense que tan estudiado tenía, y regresó, o regresamos, siendo yo muy niño. De hecho, todos mis recuerdos infantiles son de Huelva… o de El Rompido, donde mis padres compraron una casa y donde desde los dos años tuve la suerte de pasar todos los veranos.

-Aquella felicidad se rompió bruscamente.
-En 1981 fallece mi madre. Fue un golpe tremendo. Pero su marcha fue seguida de un auténtico milagro. Mi abuela paterna nos recoge a todos, formando una familia de doce miembros al unir su familia a la nuestra. Cambié, no del todo, claro está, de familia, pero, ¡ay!, también los veranos pasaron de El Rompido a Aguilas, en Murcia, porque allí vivía mi familia materna y se trataba de no romper los lazos familiares. En todo caso tengo también buenos recuerdos de los veranos en Águilas, allí maduré a pasos acelerados.
-Esa fue la vida salvaje que cuentas en 'El Rompido 77'.
-Ahí va, una vida salvaje, divertida y tremenda. Siempre se suele contar lo mismo, tanto quienes veraneábamos en El Rompido como en cualquier otra playa de esta maravillosa costa de Huelva, pero es que es verdad, te quitabas los zapatos el día que te daban las vacaciones en el colegio y no te los volvías a poner ya hasta octubre, cuando empezaba el cole. Pero sí, aquellos años fueron muy salvajes, muy de buen salvaje.
-Claro, «el hombre es naturalmente cruel y hay necesidad de organización para dulcificarlo, cuando nada hay tan dulce como él en su estado primitivo».
-Jean-Jaques Russeau. Efectivamente. Nada hay tan dulce como ese estado primitivo en el que pudimos vivir en El Rompido de los años setenta. Te podría contar mil aventuras, y todas irían trufadas de una vida al aire libre, entre el fango de la bajamar y el agua salada al subir la marea, o el nadar entre los peces, pero también entre las aguamalas y los ostiones. Era todo puro grito de alegría y de emoción, pero, en resumidas cuentas, eso, una vida asilvestrada. El Rompido era todo arena y sal, cogíamos bocas o verdigones en la otra banda, o higos de las higueras, moras, almendras…
-Tus padres no se instalan, ya definitivamente, en Huelva hasta después de la llegada de la democracia.
.Sí, primero vivieron en Barcelona, y hasta mediados de los setenta no pueden regresar a Huelva. Fue poco después de la muerte de Franco, de la que recuerdo que tuve noticias atravesando la Meridiana camino del colegio. Nos avisan de que el colegio estaba cerrado y que teníamos ocho días de vacaciones. Ni nos paramos a pensar por qué, simplemente salimos a correr, llegamos a casa y pusimos el televisor con la sana intención de ver dibujos animados, pero nos encontramos con un señor mayor muy serio lloriqueando y cuando acabó, música clásica. Nuestro gozo en un pozo. A los pocos meses nos trasladamos a Huelva, lo cual para mí no supuso un cambio drástico porque los veranos, como te estaba contando, eran rompieros. Así que cambié de colegio, me matriculan en el del barrio, el Reyes Católicos, que ha sido mi colegio de toda la vida. Al terminar la primaria cambié de colegio, pero no de barrio, porque teníamos el Alonso Sánchez al final de Pio XII. Mis hijas también han tenido el mismo tránsito, del Reyes Católicos al Alonso Sánchez.



-¿Casado?
-Más o menos, tuve una boda por sorpresa. Fue en el 2019 y me la organizaron sin que yo supiese nada. Me casé y al día siguiente tuvimos que ir a firmar los papeles. Así que estoy casada y tengo tres hijas como tres soles. Una anda ya en la Universidad de Huelva, estudiando psicología y criminología, las otras están todavía en el instituto, una en Secundaria y otra acabando el bachiller.
-Tu abuelo vivía en la calle Ciudad de Aracena, como yendo para la Merced.
-Sí, pero mis padres se instalaron en la Isla Chica, así que soy de la Isla, que es cómo llamamos al barrio. La Isla, simplemente así, con dos palabras.
«Cuando vamos al centro, decimos que vamos a Huelva, vivir en la Isla Chica es como vivir en la Luna»
-Es curioso, pero si eres de Isla Cristina, dices que eres de Isla, con la preposición por delante, pero si eres de la Isla Chica, del barrio, dices que eres de la Isla, con el artículo por delante.
-Así es, y además lo de ser de la Isla imprime carácter. En el barrio somos muy del barrio. Cuando vamos al centro, decimos que vamos a Huelva, vivir en la Isla Chica es como vivir en la Luna, en una Luna plateada rodeada de unos espacios insondables, con una suave canción mecida en un fondo de estrellas.
-Ya, pero si prescindimos de la lírica, tú estás desarrollando una importante labor en el barrio desde la Plataforma Isla Chica ¿Cómo surge todo ese movimiento?
-Pues muy fácil. Tuvimos noticia de que el lugar que ocupó el antiguo estado de fútbol, iba a ser destinado a centro comercial, que iban a cambiar árboles por más cemento. Y cemento es lo que sobra en la Isla, lo que faltan son parques y aparcamientos, así que nos unimos unos cuantos vecinos y comerciantes de la zona y creamos la plataforma, que no ha parado de crecer. Y ahí seguimos, tomando nota de las carencias del barrio, de lo que necesita o deja de necesitar, que es precisamente centros comerciales que sobran porque acabarían con el pequeño comercio local.
-Eres un auténtico activista social y lo del Derecho se limitó a un título universitario colgado en la pared.
-Nunca lo he tenido que utilizar y ahí sigue, colgado en la pared. Recuerdo el día en el que ingreso en el Colegio de Abogados y me planto allí sin corbata, como era habitual. Para disimular me había puesto un jersey de cuello alto, y se me acerca Juan José Domínguez, que era el decano de los abogados onubenses, y luego sería de los andaluces, va y se afloja un poco el nudo de la corbata, mientras se me acerca y me susurra al oído, «cómo te envidio».
«Mi entorno familiar entendían que debería estudiar Derecho, quizás para que no siguiera tan torcido a la izquierda»
-Ni ejerces ni has ejercido ni era tu intención la de ser abogado.
-Quise ser maestro, pero en mi entorno familiar entendían que debería estudiar Derecho, quizás para que no siguiera tan torcido a la izquierda como estaba, así que hice Derecho ya en Huelva, no tuve que ir a Sevilla. Pude participar y creo que activamente, en las movilizaciones por la creación de la Universidad de Huelva, que se consiguió por aquellos años. Pero mi vocación era y sigue siendo la misma, la de trabajar en la búsqueda de las potencialidades de las personas, en ayudarlas a poner en marcha proyectos… de ahí mi vocación de maestro.
-Tu primer trabajo te lleva a la Sierra y no para realizar labores asistenciales precisamente.
-En cierto modo sí, asistí en la preparación de actividades culturales, exposiciones, conciertos, talleres… El caso es que saqué una plaza de técnico de cultura en el Ayuntamiento de Zufre y allí que nos fuimos mi novia, que trabajaba en Desarrollo Local en la Diputación, y yo. Antes, cuando empezamos a vivir juntos, en el noventa y cinco, el primer trabajo que encontramos fue en Bilbao precisamente. Pero antes de que se cumpliera un año pudimos regresar a Huelva porque conseguimos trabajo los dos. No pensábamos en otra cosa que en volver. Primero a Zufre y luego a Palos de la Frontera, ya al lado de casa.
-Porque has seguido viviendo en la Isla Chica.
-Siempre. En Palos estuve dirigiendo un proyecto de formación y empleo, una casa de oficios para entendernos. Tenía unas relaciones con el Ayuntamiento de Carmelo Romero, estrechas pero distantes. Algún encontronazo tuvimos. En todo caso hubo buenos resultados, que era de lo que se trataba.
«Trabajo igual con jóvenes que con personas mayores, relajación, autoestima… Cada persona es un mundo»
-Lo dejas todo para poner en marcha Aguasalada.
-Sí, es un proyecto adosado a mi vocación, a lo que te contaba antes. Se trata de poner en marcha actividades relativas a la dinamización sociocultural, igual hacemos un taller de relajación o risoterapia, que ponemos en marcha proyectos relativos a cuestiones relativas a género o acoso laboral, en aquellos institutos que nos lo demandan. Aguasalada es la empresa, el soporte administrativo, pero en realidad soy un free lance con todas las de la ley. Trabajo igual con jóvenes que con personas mayores, relajación, autoestima… Cada persona es un mundo.
-La vocación te viene de lejos.
-De la infancia, siempre fui muy inquieto, pero quizás tenga mucho peso en esta manera que tengo de ver la vida en un viaje que hice de jovencito a Marruecos. Fuimos un grupo muy diverso, y lo más interesante es que contactamos con la gente de allí, hasta estuvimos invitados a una boda. Aquello me sirvió para abrir los ojos a las diferencias, ahí pude darme cuenta de que todos tenemos nuestro mundo interior. Esto me ha servido para desarrollar mi actividad en el campo de la asistencia social.
-Y cultural, porque llevaste la programación del Mosquito.
-Sí, durante un par de años. Fueron unos meses muy intensos y no paraba un momento. Eran conciertos, exposiciones o presentaciones de libros, unas actividades detrás de otras, pero sobre todo música, mucha música. Dos veranos sensacionales. Pero tuve que parar, quedaba fatigado y luego tenía que trabajar. Fue muy divertido, pero realmente de locos.
-Pues por mucho que lo hayas dejado, la verdad es que no paras, entre la plataforma Isla Chica, y la empresa, a ver cómo te queda tiempo para escribir.
-Empecé a escribir hace relativamente poco tiempo. Primero fueron esos libros sobre la Huelva choquera y tabernera, que son recuerdos o retratos poco conocidos de Huelva, de sus gentes más sencillas, a partir de los bares, esos lugares que son tertulia y hasta conciliábulos. Rafa Pérez, el editor, quiso publicarlos y así ha sido, Niebla ha editado los dos volúmenes. Después vino lo de Sevilla la ilustre taberna, que me publicó una editorial sevillana, para volver con Rafa en 'El Rompido 77. Los niños salvajes', donde quise recordar, o rememorar, aquellos maravillosos años infantiles. A partir de ahí surgió lo de hacer una colaboración quincenal en este mismo diario, con retratos de los barrios y de las personas. Y sí, saco tiempo para todo. Si te gusta algo, tienes tiempo.
Le dejo en la barra pagando los vinos porque tengo que resolver unos asuntos por la Isla, por el barrio de José Ramón, el Andi, que se queda charlando con unos y con otros, del barrio y sus circunstancias. «Bares, qué lugares / tan gratos para conversar», cantaban los Gabinete Caligari, tarareo la canción y me vuelvo para ver las mesas alineadas a la pared, donde siguen con sus tertulias los más viejos del barrio, detrás de todo, unas líneas inclinadas y la memoria se me va al blanco y negro. Dejo de tatarear y subo Roque Barcia arriba susurrando, o eso creía yo, aquello de Caligari, Caligari. Más arriba, en una mesa con cervezas plantadas en su superficie, los parroquianos dejan los chocos fritos y me observan. Míralo, supongo que pensarían, cómo está el mundo. La cantidad de majaras que hay. Y es cierto, como reza en el Diccionario Nostálgico Onubense de Eduardo Fernández Jurado y Rafael Delgado Fuentes, ambos danzando por los cielos de Huelva, majara es un estado entre la locura y la cordura. Así que majaras, como el Andi, y como servidor, en Huelva, los hay a montones. Eso, seguro.
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