Un festival para no festejar
En la semana que se celebra el Festival de Eurovisión en Tel Aviv han tenido lugar varios eventos informativos y acciones de protesta en diversas partes del mundo. Los fans o simplemente seguidores onubenses del Festival, en su 64 edición, deberían ser conscientes del trasfondo social y político en el que se celebra a fin de decidir en qué medida vale o no la pena dar cobertura a esta edición que tiene lugar en el corazón de un estado cuyos hábitos democráticos, conciliadores y de defensa de los derechos humanos no pueden ser más que cuestionados.

En la semana que se celebra el Festival de Eurovisión en Tel Aviv han tenido lugar varios eventos informativos y acciones de protesta en diversas partes del mundo. Los fans o simplemente seguidores onubenses del Festival, en su 64 edición, deberían ser conscientes del trasfondo social y político en el que se celebra a fin de decidir en qué medida vale o no la pena dar cobertura a esta edición que tiene lugar en el corazón de un estado cuyos hábitos democráticos, conciliadores y de defensa de los derechos humanos no pueden ser más que cuestionados.
En los territorios de la hoy auto-denominada Israel, grupos de activistas se han manifestado en los alrededores del edificio escogido para albergar el Festival en Tel Aviv en signo de protesta por el asedio, opresión y violencia que el estado israelí ejerce sobre los civiles palestinos. Como venimos conociendo de manera directa o por informaciones que nos llegan el gigante y astuto David encierra a la población palestina en la franja de Gaza y Cisjordania rodeándoles de vallas y muros, impone férreos controles de paso, patrulla constantemente por calles y plazas, cachea, arresta a golpes y tortura a quienes considera sospechosos, les somete en definitiva a un régimen de opresión, exterminio y expulsión.
Se trata de una situación de injusticia y vulneración de derechos tan fragante que cualquiera que se pasee esta semana por allí y salga de la ciudad anfitriona puede comprobar el brutal contraste en condiciones de vida entre unas poblaciones y otras. Mientras los territorios teóricamente gobernados por los palestinos sufren la dureza de la ley militar israelí, los dominados por los israelís viven bajo sus cálidas leyes civiles.
En el territorio español como en otras partes del mundo donde operan colectivos sensibilizados por este largo proceso destructivo se vienen desarrollando diferentes eventos para recaudar fondos, llamar la atención y exigir cambios de actitud en los gobiernos y poblaciones que hasta ahora se desentienden de la gravísima vulneración de derechos que Israel practica, incluso respaldándola de manera directa o indirecta a través de las relaciones comerciales, culturales, educativas y políticas que se establecen. Abandonar esta colaboración con Israel es justamente lo que movimientos como los BDS (comités por el Boycot, la Desinversión y las Sanciones a Israel) propugnan desde hace años. En Huelva los municipios de Ayamonte y Alájar han destacado porque algunos grupos han ejercido de defensores de derechos humanos en forma de protesta y acciones informativas y reivindicativas. Ayamonte fue declarada espacio libre de apartheid en 2017, aunque organizaciones pro-israelíes se encargaron de presionar y llevarlo a los tribunales hasta su anulación. En Alájar una activista que residió allí durante muchos años y un concejal se embarcaron el año pasado en la flotilla que Rumbo a Gaza intentó llegar a las costas de ese territorio para aprovisionar a una depauperada población de algo menos de dos millones de habitantes de medicamentos y otros suministros básicos. La flotilla una vez más fue interceptada y retenida por las autoridades israelíes sin poder llevar a cabo su propósito humanitario.
De nuevo en Ayamonte o en Huelva en los días precedentes al Festival se han realizado actos como la proyección de documentales sobre el sufrimiento palestino recientemente premiados en concursos internacionales. En Huelva además el lunes 13 ante un pequeño público se pudo establecer contacto en directo con una activista anti-apartheid israelí y mantuvimos un coloquio muy interesante con personas que han vivido en la región y han sufrido la situación de primera línea. A pesar de la ubicación del evento, cabe señalar, sin embargo, que brillaron por su ausencia los miembros de la comunidad universitaria onubense. Quizás atraídos más por la política local enzarzada estos días en pugnas electorales, o absorbidos por los estudios y otras decenas de eventos académicos, el hecho es que lo que ocurra a la orilla este del Mediterráneo resulta ser menos grave o relevante.
Apelamos pues a las conciencias y a que las comunidades educativas sean más sensibles a los trasfondos sociales bajo los cuales se establecen relaciones entre países que, aunque aparentemente provechosas para las dos partes y amparadas por los programas de intercambio y cooperación europeos, lo que consiguen es un refuerzo de legitimidad en este caso del estado israelí que sigue aupado sobre una ideología y práctica colonizadora en Oriente Medio. Si se cuenta con la suficiente masa crítica, la exigencia de un boicot académico podría ser el siguiente paso.