El futuro es hoy
El Siglo de las Luces supuso un impulso a las ciencias y un avance en el descubrimiento de nuevas tecnologías que devinieron en unas notables mejoras sociales y económicas. Todo aquel progreso vendría a desembocar en la Revolución Francesa y en el liberalismo como modelo teórico que propiciarían el fin del Antiguo Régimen.

Los burgueses, después de teñir de sangre azul la tarima de los patíbulos, tomaron las riendas del poder, propiciando a su vez una nueva etapa que alcanzaría su cenit en la Revolución Industrial. Los propietarios de los medios de producción vieron entonces elevar su preponderancia económica y social, quedando el proletariado, quienes no tenían más que la fuerza de sus manos, relegado a unas condiciones de vida apenas afectadas por tanto progreso y tanta abundancia.
La respuesta es bien conocida, el movimiento obrero y sus innegables logros, que podríamos ilustrar con hitos como la jornada laboral de ocho horas, el inicio del feminismo y el derecho a voto universal, las pensiones de jubilación, la asistencia sanitaria o un hecho tan inaudito como fue la aparición del ocio en la vida de las clases trabajadoras, del tiempo para el ocio, y una nueva industria asociado a este. También la formación, la ampliación del derecho a la educación a cada vez más capas sociales, está detrás de muchos de estos logros y de otros que se sucederían a lo largo de los dos últimos siglos. Ahora, ya bien entrado el siglo XXI, un nuevo tiempo, pleno de incertidumbres como siempre ha sido el asociado a los grandes cambios tecnológicos, sociales y económicos, se nos ha colado en nuestras vidas casi sin que nos haya dado tiempo apenas de darnos cuenta.

La robótica, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, han girado a una velocidad tal, que de nuevo una minoría se ve beneficiada por un aumento de riqueza superlativo, mientras las distancias desde las que observan la realidad amplias capas de la población en el primer mundo y apenas se vislumbra desde los países en vías de desarrollo, aumentan que se las pelan. La brecha es tremenda, y los síntomas, aun visibles, no dejan ver con meridiana claridad lo que está ocurriendo.
Han aparecido diferencias económicas cada vez más apabullantes entre ricos y pobres, entre países ricos y países pobres, o entre economías poco o nada tecnificadas y otras que no encuentran rival con quién combatirse sobre la lona de un mundo a todas luces injusto, desigual. La respuesta, aunque tímida las más de las veces, empieza a ser al menos visible. El ascenso de la mujer en todos los ámbitos, algo ya afortunadamente imparable, y los movimientos ecologistas son algunos de los reflejos de este mundo cambiante, nuevo, y como ejemplo el de los jóvenes estudiantes que se manifiestan los viernes exigiendo que se respete su futuro porque esos tiempos que vienen son precisamente hoy.
La libertad con la que nos movemos en las redes sociales, libres de la vigilancia que un poder a punto de caducar ejerce sobre los mass media, nos permiten ver no ya ese futuro que los jóvenes ven como su hoy, sino la posibilidad real de hacer que este mundo injusto, insostenible, cambie; también que todas las mejoras sociales derivadas de los avances científicos y tecnológicos, alcancen a todos y no sólo a unos pocos. Una nueva revolución está en marcha y pronto explotará en las narices de quienes se creen libres de pecado y de toda culpa.
La vieja izquierda, la heredera directa de los movimientos obreros del siglo XIX y aún del siglo XX, no parece darse por enterada. Incluyen los nuevos modos de comunicación, la necesidad de respetar y cuidar el medio ambiente, o la protección a los más desfavorecidos en sus programas con una inercia exenta de reflexión. Los cambios van a ser protagonizados por una vanguardia que empieza a ver a toda esa herencia romántica, como una barricada que también habrá que salvar para que el resultado de todos los avances de esta nueva revolución tecnológica se refleje en todos los habitantes del planeta, en los del primer mundo, pero sobre todo y con carácter urgente, en los de ese otro mundo que pugna por entrar en el primero mientras dejan atrás, impasible y condenado, un auténtico erial.

Bien está que nos vengan a sacar las castañas del fuego, pero habría que observar los nuevos horizontes con un mayor sentido común, de modo que en los países más desfavorecidos no vuelva a ocurrir otra vez lo mismo, que sean despensa de la que extraer materias primas por las tremendas o mano de obra barata a voluntad de unos tiempos cruentísimos con territorios en los que las distintas facciones del primer mundo, para colmo, se enfrentan con las lanzas apuntando el pecho de unos actores que no tienen nada que ver en estos conflictos extraños a ellos.
Cierto es que también en el interior del primer mundo se está colando el subdesarrollo, y no sólo por la llegada de inmigrantes, sino a través de legiones de desinformados, de gente sin conocimientos ni formación suficiente como para nadar a salvo en este proceloso mar que lo inunda todo sin remisión. Para responder a todos estos conflictos, internos y externos, no sirven ya las viejas recetas decimonónicas, ni tan poco esta mezcla de torrefacto y natural que tantas muestras de decadencia han ido mostrando a lo largo del siglo XX. No, la solución está más bien en los adolescentes que exigen los viernes un hoy más digno y limpio. El empuje está en reducidas vanguardias, minoritarias como siempre, que no se han querido someter a esas escuadras de políticos que se conforman con tomar el poder por el poder. No, nada de eso.
El futuro, gritan en silencio, desde sus pancartas y sus gestos los más jóvenes, es ya hoy. Los avances de las ciencias y la tecnología, deben aplicarse sin remisión a unos mares asfixiados por el plástico; a una jornada laboral que no debería superar, en estos tiempos de robótica y vertiginosa comunicación, las veinte horas semanales; también a un aire más limpio o a la universalización de los avances médicos y sanitarios. A vivir, todos, mejor, por decirlo sin ambages ni rodeos. El futuro es hoy, gritan desde su hermoso silencio los chavales a las puertas de los institutos o en las puertas de unas instituciones que les sonríen con prepotencia y que no se enteran, ni por asomo, que los tiempos, definitivamente, están cambiando.
Bernardo Romero es profesor de Historia, escritor y número seis en la candidatura de la Mesa de la Ría, o como la llaman los chavales que empiezan a inscribirse en este movimiento ciudadano, de la Mesita de la Ría.