Kant, Castro y Sthendal

Igual hasta es cierto lo que se cuenta de Enmanuel Kant, un hombre tan fiel a sus hábitos y costumbres, tan puntual en lo que a horarios se refiere, que sus vecinos ponían sus relojes en hora al verlo pasar en su rutinarios paseos diarios por las calles de Königsberg, desde las puertas de sus casas o desde sus establecimientos comerciales.

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A Kant lo leía de jovencito (y no es por fardar, sino porque es verdad, qué carajo), lo que no obstaba para que me suspendieran la filosofía en el bachiller (en realidad suspendía todas las asignaturas y los antiguos compañeros de colegio me cuentan las cosas que yo hacía en clase, pero no me las creo, deben ser exageraciones). A la crítica de la razón pura y la fundamentación de la metafísica de las costumbres, siguió todo Kierkegaard, de lo cual saqué en claro alguna que otra cosa más o menos interesante, pero ninguna tanto como lo que aprendí en el 'Diario de un seductor' del danés, que os resumo: en la vida lo que hay que tener es muy poca vergüenza; pero eso sí, teniendo en cuenta que hay que respetar al prójimo. Hombre, no tanto como a ti mismo, pero casi. Ya decía el königsbergués que la “voluntad es una especie de causalidad de los seres vivos, en cuanto que son racionales, y libertad sería la propiedad de esta causalidad”, luego habrá que saber dónde empieza la libertad de los demás para contener la tuya propia, pero por saberlo nada más, obviamente, que tampoco es menester tanta voluntad.

En la sala de exposiciones de la calle Botica, ha colgado su última producción un artista que cada día me impresiona más, Juan Carlos Castro Crespo. Viendo su última producción uno cae en la cuenta de que no debe ser tan puntual como Kant ni como la propia galería, pero seguro que más liberal, más anárquico en el buen sentido de la palabra. Ha estado en la biblioteca de la Universidad de Coimbra, y me juego con ustedes lo que quieran que ha sufrido el síndrome de Sthendal. Luego, cuando se ha recuperado, ha construido estos espacios con tanta fuerza, con tanto atrevimiento y con tanta verdad. Es la pintura de un hombre fuerte, soberbio más que genial, y con la cabeza llena de ideas que van y vienen a toda velocidad, lo que no obsta, o más bien lo que contribuye, a que se haya visto afectado por esos vértigos y esos mareos que te dan cuando contemplas algo enorme, abigarrado y hermoso, lo cual se conoce como el síndrome de Sthendal desde el día en que el escritor francés entró en la florentina basílica de la Santa Cruz. Puede que esto les haya ocurrido también a muchos de ustedes. A servidor muy comúnmente, hasta el punto de que cuando entro en el Prado, en el Louvre o en el antiguo convento mercedario que acoge el fantástico museo de Bellas Artes de Sevilla, lo primero que hago es buscar donde hay un banco por si me da un mareo, que me suelen dar. Uno es así, débil e impresionable.

Con la pintura de Castro Crespo me ocurre igual, pero afortunadamente y no sé si se habrán fijado, han puesto bancos en la calle Botica, y me pude sentar en uno de ellos, coger aire y volver a las cristaleras que afortunadamente han abierto a la calle para continuar viendo tan fenomenal exposición. Castro siempre impresiona.

Conozco la obra de Juan Carlos Castro Crespo desde que se fue a estudiar a Sevilla, creo que Arquitectura, y después le he ido siguiendo fielmente, asombrándome con su tremenda evolución, conociendo su obra tan bien (afortunadamente suele exponer con cierta asiduidad en esta su ciudad) que más que una etapa manierista, lo cual se podría presuponer como un epílogo de su actividad creativa, simplemente puedo asegurarles que al artista le ha apetecido barroquizarse, trabajando a destajo (esto seguro) hasta el punto de construir esa hermosísima imagen de la tradicional foto que hacen los turistas de la biblioteca de la Universidad de Coimbra, sin lugar a dudas uno de los lugares más hermosos que se puedan ver en el viejo continente, donde el barroco da paso a un rococó  absolutamente impresionante. Esta que fuera biblioteca de cámara fue mandada construir por Juan V de Portugal, quien muy pocos saben que era nieto de la reina Luisa Francisca Pérez de Guzmán y Sandoval, onubense nacida en el cabezo de san Pedro aunque poco o nada conocida por la mayoría de los onubenses, y desde luego por nuestras dignísimas autoridades mucho menos, aunque eso, como todos ustedes sabrán y comprenderán, es normal.

Lo que no es normal es la pintura plena de luz y de color de Juan Carlos Castro Crespo, que ha respondido con la misma intención en su pintura a la que tuvieran quienes decoraron en plena reforma del Marqués de Pombal el tremendísimo edificio coimbricense. Se ha excedido en los detalles, en los atiborrados estantes, en las rocallas y molduras que a veces, como queriendo mostrarnos su propio lugar de trabajo, deja tirados por los suelos, porque no estamos ante manierismo alguno, estamos ante un esfuerzo sobrehumano de un artista grande como pocos, capaz de regalarnos piezas como estas que podrán ver si tienen suerte con los horarios, en la galería de la calle Botica, más o menos frente por frente a Casa Alpresa, donde el reñiero de gallos de pelea y la cerveza con tapa a dos pesetas con cincuenta centímos, o tres pesetas, según. Coño, qué tiempos.

Hablábamos de la luz y el color, de un ritmo cromático que Castro Crespo lleva inscrito en su adeene de artista, pero también del ritmo compositivo, de cómo cada cosa no está puesta al azar (no hay nada más medido que una pieza barroca, y del rococó ya ni les cuento) sino sometida a los impulsos que un artista debe tener muy alejados de la cinta métrica. El otro día lo comentaba con Víctor Pulido, otro grande: que el artista debe dejarse llevar por sus impulsos naturales, por su sensibilidad, para ser sincero y por lo tanto creíble. Y ya no les doy más la lata, pero miren por dónde, cierro con otra cita de don Enmanuel Kant, y también de la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres: “a todo ser racional que tiene una voluntad debemos atribuirle necesariamente también la idea de libertad, bajo la cual obra”. Pues eso, troncos, cada cual en su parcela, debe actuar con absoluta libertad, si se quieren hacer las cosas bien y ser uno feliz consigo mismo. Ya saben, y otra vez con el dichoso Kant, pero ahora cito de memoria y me tomo lo libertad de meter alguna morcilla, que me están reclamando para que vaya preparando la cena: “en la formación, en el conocimiento, radica la libertad, el saber te permite poder tomar en cada momento tu propia decisión, disfrutar además de todo aquello que te rodea, no hay duda de que en el conocimiento, en la libertad que te ofrece (como acto individual), es donde habita la felicidad”. Castro Crespo conoce, sabe, y por lo tanto puede pintar dejándose llevar por esa libertad que nosotros observamos, admiramos, con pleno gozo. Pintura plena de libertad y por lo tanto de felicidad, tal como muestran formas, color y el aire puro y limpio que circula por sus obras. No os la perdáis.

Espacios, de Juan Carlos Castro Crespo. Galería de la calle Botica, en la misma acera de la farmacia de Figueroa, más o menos a la mitad. Hasta el cinco de diciembre, pero con horarios confusos. Desde luego a las cinco de la tarde como reza la página web de la Fundación Caja Rural del Sur no está abierta, y a las seis menos diez te dicen que no se puede entrar porque no son las seis, cosa que es absolutamente cierta, pues en efecto faltan diez minutos para que sean las seis en punto. La sala tiene abiertos amplios ventanales a la calle que afortunadamente permiten la contemplación de la obra del artista desde la vía pública. No hace falta entrar y además hay bancos.

Bernardo Romero es escritor y profesor de Historia del Arte

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