Deidades circenses
Mientras unos miran el reloj inquietos por la rápida marcha del segundero en un esfuerzo que les ha costado algunas noches de insomnio -por aquello de llegar a la cola del INEM lo mejor preparado posible-, no muy lejos se reparten como naipes de barajas usadas nuevos cargos entre los peones que ha dejado el tablero después del 22-M. La lealtad partidista, el abrigo de unos colores son los incuestionables méritos que unos y otros han demostrado para ostentar teatrales nombramientos. Los nuevos delegados de la Junta en Huelva son alcaldes socialistas desfalcados por las urnas; esos en los que el ciudadano no ha confiado y que a cambio reciben un pulcro regalo envuelto en papel satinado.
La Diputación también ha sido cobijo de ediles heridos. Son esas deidades que parecen estar por encima de moralidades y juicios. El que fuera primer mandatario de Aljaraque, desplazado por el PP con abrumadora mayoría, ha sido uno de los afortunados en recoger su cartera como diputado; también lo ha sido Barragán, que tras su salida de la lista electoral capitalina buscó en San Bartolomé su puerta de acceso a la institución provincial.
En esta nueva etapa, algo ralentizada por resacas rocieras y deshilvanes estivales, además de recolocar a los dignos políticos se va a poner a prueba la (in)consistencia de los cimientos de algunos ayuntamientos de la provincia. Los llamados gobiernos de progreso -alianzas de izquierda- han dejado a su paso pactos debidos (acoplados con calzador) y acuerdos perseguidos por expedientes disciplinarios.
Y es que no es lo mismo regir en las esferas que lidiar en el día a día municipal donde es posible que las ideologías se tornen en papel mojado. Almonte ha sido un ejemplo palmario con eco nacional. Las lealtades impuestas por Izquierda Unida no han soportado la indignación de ciertos políticos -muchos de ellos dubitativos por los motivos de los votantes para refrendarles en las urnas- que han facilitado corporaciones populares.
En precampaña, IU señaló a los socialistas como una formación de derechas con la que, a posteriori, ha sellado un matrimonio de conveniencia. El PP, por su parte, ha apoyado a un alcalde socialista y el PSOE lo ha recibido a manos llenas adulterando su propia verborrea y arrebatando al alcaldía a ese compañero de viaje (léase IU) que utiliza a su antojo después de flagelarlo; un genuino espectáculo circense.
Las elecciones cambian de color las banderolas consistoriales (algunas bicolores por repartos de poder a dos años) pero son pocos los que una vez iniciada la carrera política vuelven a su estación de salida. Siempre habrá un cargo vacante o recién creado para pagar los auxilios prestados. Una fábula muy real que deja en manos de elites hieráticas la gobernanza de los onubenses con generaciones cada vez más preparadas y vetadas por las guardias reales.