Los rompetechos y ‘lamesuelos’ de la hipoteca
¿Es usted broker?, ¿asesor financiero quizás?, ¿un tiburón bursátil tal vez? Si la respuesta es negativa, manténganse alejado de los bancos. Ni siquiera establezca contacto visual con ellos. Evite incluso sentarse en los del parque, como medida preventiva, ya que puede que esa diminuta inscripción, que se oculta tras un chicle mordisqueado, cáscaras de pipas y envoltorios varios, no sea una estrofa de versos alejandrinos ‘reguetoneros’ de un gamberro ‘prepúber’, ni fruto de la incontinencia hormonal de un adolescente, sino la letra pequeña de una nueva tasa destinada a sus posaderas.
No olvidemos que el excelso e imaginativo tótem publicitario de ING Direct durante mucho tiempo fue un banco naranja, no hay más preguntas, señoría. Además, si han inventado la firma electrónica, doy crédito (en realidad no llevo nada suelto) a la opción de una rúbrica que se valide a través de los glúteos, para posteriormente enviar la factura en un rollo de papel higiénico, así, por poner un ejemplo, y para que mantenga un hilo argumental el asunto. Puede que parezca disparatado, y lo es, pero con bancos de por medio, la ficción queda en bancarrota ante la bonanza y el superávit esperpéntico de la realidad.
¿Exagerado?, pregúntenle a Antonio Bermúdez de los Santos, un joven onubense autónomo, desempleado y acechado por uno de los depredadores de la clase obrera, la hipoteca. La gente se sigue empeñando en dormir bajo techo, no aprenderemos. Raro es que, ante el repunte demográfico de la población de los sintecho, las entidades bancarias no hayan visto negocio en el alquiler de cajeros automáticos como refugio nocturno, embargando hatillos, harapos, la litro, cartones, limosnas y las lentejas del comedor social (tupper incluido, que luego lo pueden regalar al que contrate un fondo de pensiones), en caso de impago.
Bermúdez ha iniciado una recogida de firmas en la plataforma change.org, tras sufrir los desmanes de la denominada cláusula suelo y padecer la total orfandad por parte de la justicia onubense. Esta cláusula, que es una vuelta de tuerca más para deshilachar por completo las costuras de los bolsillos de los ciudadanos, establece un mínimo inalterable a pagar en las cuotas de la hipoteca, aunque los índices de referencia para el abono de los intereses ordinarios (normalmente determinados por el Euríbor) sean inferiores en un determinado plazo. Para simplificar el tema, por mucho que bajen los valores del Euríbor, el cliente nunca pagará menos de ese suelo (mínimo) fijado previamente; en cambio, no existe techo, se respetan las fluctuaciones al alza (subidas), que serán asumidas sin que exista en ese caso un tope máximo. Conclusión: la banca siempre gana. Es indiferente que los índices desciendan, la entidad se asegura una cantidad base que puede aumentar pero nunca disminuir. Se trata de una práctica generalizada, pocas empresas del sector son, por así decirlo, ‘objetoras de conciencia’ al respecto (conciencia + banco = chiste macabro).
¿Los damnificados?, los de siempre. En una coyuntura de profunda crisis, muchas familias están atravesando dificultades extremas para hacer frente a las abusivas condiciones de esta cláusula suelo que se alimenta del desconocimiento. En muchas ocasiones, la información aportada al respecto es nula o se edulcora como un trámite menor y una formalidad: “Esto es en todos los bancos igual, está así estipulado. Nosotros somos unos mandados”. Sin embargo, existen varios epígrafes o apartados en la escritura del préstamo hipotecario que identifican y que dejan al descubierto su encriptada presencia: límites a la aplicación del interés variable, límite de la variabilidad o tipo de interés variable, son palabras claves, algunas de las pistas para desenmascarar a este escurridizo forajido. ADICAE (Asociación de Usuarios de Bancos, Cajas y Seguros), FACUA (Consumidores en Acción), OCU (Organización de Consumidores y Usuarios) y AUSBANC (Asociación de Usuarios de Servicios Bancarios), son varias de las asociaciones que respaldan a los consumidores y que pueden proporcionar asesoramiento eficaz, así como proporcionar posibles estrategias de actuación.
Únicamente en casos de dudosa transparencia o flagrante anomalía, el Tribunal Supremo ha fallado en favor del hipotecado y ha arrebatado la razón a los bancos. El primer precedente fue la condena a un banco y tres cajas por una aplicación de estos términos de manera desproporcionada en 2010. Desde entonces, se han sucedido sentencias favorables a la supresión de dicha cláusula en salas del juzgado mercantil de ciudades como Sevilla, Badajoz, Zamora, etc., y en instancias superiores como las Audiencias Provinciales de Barcelona, Cáceres, Burgos, Zaragoza, Alicante y Palma de Mallorca, tras las pertinentes alegaciones y recursos. ¿En Huelva?, en Huelva, no. Según denuncia el propio Antonio Bermúdez, el Juzgado de Primera Instancia número 4 onubense está desestimando las peticiones de numerosos afectados. Ética y socialmente la cláusula suelo es reprobable, pero vive en libertad en un ecosistema de vacío legal, con un hábitat de tibia jurisprudencia.
Queda a interpretación del magistrado la irregularidad o no en cada situación concreta, lo que ralentiza y genera agravios comparativos en las resoluciones. En el caso de Huelva, los bancos han encontrado un aliado en el juez instructor, un bastión jurídico que contribuye a tejer la ya de por sí enmarañada red burocrática que sostiene el sádico negocio desahuciador de presentes y aniquilador de futuros. Antes de recurrir al costoso y farragoso ámbito judicial, las opciones son escasas y frustrantes. Reclamación directa al director de la sucursal, cumplimentar formularios para cursar una queja formal al Banco de España y la subrogación del préstamo, o lo que es lo mismo, mudar la hipoteca a otra entidad, con correspondientes gastos de cancelación y de nueva apertura, duros requisitos de concesión, etc.
Antonio Bermúdez, como otros muchos en Huelva, es una víctima condenada, y sus padres, quienes le apoyan económicamente con una exigua pensión, los responsables civiles subsidiarios encargados de hacer frente a las penas de un delito que sufren en vez de haber cometido.
@ManuelGGarrido