La lenta conquista de la paz

Desde que nuestros ancestros se comían los unos a los otros hasta ahora, el hombre ha ido evolucionando como especie inteligente hasta llegar a este punto en el que nos encontramos. Han sido sólo unos quince mil años los que nos han servido para abandonar el taparrabos y el rebañar los huesos de un recién nacido de la tribu de al lado, a lanzar sondas que se disponen a abandonar el Sistema Solar para avisarnos de cómo son los silencios que compartimos con otros sistemas, con otras estrellas que probablemente a millones de años luz albergarán planetas como el nuestro, con agua y vida.

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A alguno le puede preocupar o escandalizar eso de que nos comiéramos los unos a los otros, pero no se apuren que tampoco está eso tan lejano en el tiempo, ya les titulo que es lenta la conquista de la paz. El canibalismo no es sólo cuestión de degenerados psicóticos, sino también de madres desesperadas, como las que se comían a sus criaturas en las hambrunas que durante la época de Stalin, el padrecito, asolaba la comarca minera de Ucrania, esa que está ahora en la portada de revistas y noticiarios y hasta en los comentarios de la barra de cualquier bar. Pero en todo caso son casos excepcionales, también la guerra, el poder de la violencia, el triunfo de la sinrazón sobre la razón, están en vías de extinción. Piensen por un momento en la Europa de 1914 y se conmoverán con las historias de las trincheras del Somme o de Verdún, con más de un millón de muertos la primera y medio millón la segunda y conste que no vamos a extendernos en cifras de heridos ni de consecuencias demográficas de solo estas dos batallas en esta primera gran guerra, pero asómense por ejemplo al documental  de la época que rodaron los británicos para mostrar al mundo el horror de la guerra. Y estamos hablando de los inicios del siglo XX, del principio claro y abierto de un decidido camino hacia la paz.

Al finalizar la guerra del 14 se procedió a poner en marcha una idea que trataría de poner fin a los conflictos armados en el mundo. Algo insólito en una sociedad como la nuestra, escrita como una sucesión ininterrumpida de batallas desde el principio de los tiempos, de horrores que han acompañado nuestros primeros titubeantes pasos por esto que llamamos hoy con orgullo Civilización. Se creaba la Sociedad de Naciones, inútil si ustedes quieren porque al poco estallaría la Segunda Guerra Mundial, consecuencia directa de la injusta y humillante por la sed de venganza de los vencedores Paz de Versalles . Pero después vino la ONU y Europa conoció los tiempos de paz más extensos de toda su historia, se inició un proceso descolonizador extenso aunque no exento de enfrentamientos, guerras y terrorismo, y al fin y al cabo se sentaron las bases de las democracias que solemos llamar occidentales, regidas por dos principios inexcusables, la libertad y la voluntad de hacer accesibles la educación y la sanidad, la asistencia social también, a todos los ciudadanos.

Desmoronado el intento de crear una alternativa a las democracias capitalistas y liberales, la socialista en la Unión Soviética y otros intentos que han terminado por recular sin pudor alguno, como el caso de China, el mundo vive ahora un proceso de cambios absolutamente vertiginosos, incontrolable al parecer. Las nuevas tecnologías han provocado la apertura de un abismo entre los países más avanzados y el resto. Las guerras, arrinconadas hoy en los extremos del mundo de mayor pobreza y miseria económica y social, se ha trasladado también al primer mundo de la mano de esa globalización que ha reducido las longitudes del planeta y nos ha puesto a todos en contacto, hasta el punto de que a diario se conocen noticias de cédulas terroristas que operan en ciudades como Nueva York, Londres o Madrid, de jóvenes dispuestos al martirio que se han educado en escuelas de París, de Bonn o de Barcelona, de adultos que esperan su oportunidad de atarse un cinturón con explosivos y hacerse volar en el interior de un autobús urbano de esta ciudad en la que usted vive o en cualquier otra de nuestro aparentemente tranquilo mundo occidental. Sí, las diferencias son terribles. El camino hacia la paz, hacia la convivencia, es lento y el hombre, la historia del hombre, deberá escribirse aún de batalla en batalla, de horror en horror. Pero seamos optimistas. Entre nuestros ancestros que se manducaban a los niños de la cueva de al lado en cuanto se distrajeran los otros lo más mínimo, y las barbaries que a misilazo limpio se cometen hoy en el nombre de no se sabe qué cuento de Dios es grande y único, hemos recorrido un buen trecho. Nunca hemos vivido tan largos y prósperos tiempos de paz. Aunque mañana nos caiga el cielo sobre las cabezas, no dejará de ser un hecho puntual, el camino está expedito y lentamente este superpoblado mundo seguirá el lento pero inexorable camino de la paz. Amen.

    1    Junio de 1933 es uno de esos mese en que los campos y los caminos de Ucrania aparecen cubiertos por decenas de miles de cadáveres de muertos por el hambre, y en que no son extraordinarios los casos (hoy conocidos) de mujeres, enloquecidas y ya insconscientes de sus actos, que se comen a sus propios hijos. R. Kapuscinski. El Imperio. Anagrama Ed.     2   Documental La Batalla del Somme. Reino Unido, 1916. Accesible en la red.     3   No todos, los norteamericanos se negaron a firmar el documento y se opusieron a los términos del acuerdo de paz y avisaron de lo que vendría después, que fue lo que vino.

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