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Contra la homofobia

El parlamento de Cataluña, tan a la vanguardia de los usos sociales, aprobará el jueves 2 de octubre una ley con el justo fin de “desarrollar y garantizar los derechos del colectivo LGTB y evitar situaciones de discriminación y violencia hacia este colectivo, conocidas socialmente como homofobia, lesbofobia y transfobia”.

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Como es lógico, solo podemos felicitarnos porque en uno de los territorios del Estado español se de este avance tan necesario y razonable. En Galicia ya se ha hecho algo al respecto, pero al no recoger medidas sancionadoras, ha quedado muy disminuido. Como cada cosa ha de quedar en su sitio, hay que resaltar que el PP ha sido muy beligerante contra esta norma -recordemos que los populares llevaron los matrimonios homosexuales al TC-, y que también ha hecho lo mismo con ésta, trasladando el proyecto al Consejo de Garantías Estatutarias. Los democristianos de Durán y Lleida, como es natural, tampoco están de acuerdo y Ciutadants, al final, se ha sumando a la Ley. Por su lado, los católicos han presionado desde la archidiócesis de Barcelona y podemos suponer lo que sentirán los cristianos de las organizaciones fundamentalistas.

Quienes hablan de exceso de discriminación positiva (PP, por ejemplo) o de la no necesidad de legislaciones específicas, es porque ignoran, quieren ignorar o se suman al sufrimiento histórico de los homosexuales por el hecho de serlo, porque la naturaleza decide, la iglesia condena, los ciudadanos toman nota, estigmatizan, excluyen socialmente y destruyen a los individuos y el Estado castiga. No estar de acuerdo con esta ley es no querer hacer justicia a personas que se han visto -y se siguen viendo, en muchos casos-, vituperadas y marginadas por su condición sexual. Estas medidas son necesarias para seguir avanzando de una sociedad permisiva a una sociedad igualitaria en la que estas normas dejen de tener sentido. Hoy por hoy, seguimos a años luz de la normalización y por ello hay que seguir avanzando en este sentido. En Andalucía, por cierto, seguimos echando de menos una norma de estas características en la que la homofobia se castigue, se fomente y proteja la visualización homosexual, se hagan campañas informativas y educativas de igualdad y se defiendan los derechos de los no heterosexuales en el mundo del trabajo y ese largo etcétera que durante siglos a condenado al homosexual al miedo y el sentido de culpa.

En cuanto a la posición de la Iglesia Católica y de resto de confesiones cristianas, lo único que puedo decir es que el Estado español es aconfesional y que los creyentes deben restringir sus esfuerzos de influencia al colectivo de sus feligreses y dejar a la ciudadanía organizarse como crea conveniente. Por otro lado, la incapacidad de esas confesiones para llevar a la práctica el mensaje evangélico de tolerancia y para actualizar unas enseñanzas transmitidas hace más de dos mil años y a una sociedad concreta, pone a la vista qué poco de cristianas tienen esas facciones religiosas, con la católica a la cabeza. Por cierto y a las pruebas me remito, el papa Francisco es el Obama del catolicismo; todo ha quedado en promesas y esperanzas, esa virtud teologal tan frustrante la mayoría de las ocasiones. De cambios en sus esferas de influencia, nada de nada y la situación de los homosexuales entre los homosexuales católicos sigue siendo la misma que tradicionalmente.

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