PANFLETOS CONTRA TODOS

Opacas y transparentes

Puede que estas tarjetas opacas pero tan transparentes, tan delatoras del carácter de la clase política española, no sean siquiera la punta del iceberg. Hay más. El silencio cómplice de tanto político de uno y otro bando, o bandería más bien, no hace sino gritar que aquí están pringados muchos más nombres que esos listados que tanto se han difundido. Consejeros de comunidades autónomas, diputados provinciales, autonómicos o nacionales, alcaldes con o sin mando en plaza... muchos son quienes a la hora de pagar en el restaurante el caro marisco y el vino más caro dejan sobre la cuenta una tarjeta de la que no son titulares, sino usufructuarios, los titulares, sépanlo bien, somos todos.

Huelva24

Huelva

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Es evidente que esa generación de la que todos hablan, va a pasar por el control de unos gastos de representación que se han alejado tan notable como miserablemente de su propia razón de ser. En principio algunos tienen firma o tarjeta para gastos que estén relacionados con su trabajo al frente de alguna mancomunidad, diputación, ayuntamiento, empresa pública o consejo de administración en el que se sientan no por méritos profesionales, sino por el mero hecho de tener un carné azul, rojo o del color que sea, qué más dará, al fin y al cabo, como en cierta ocasión oí a un político decir en una mesa cercana de un conocido restaurante onubense, todo viene del mismo saco. Y ahí está la clave, en el saco que vienen realizando con este latrocinio de baja intensidad. El mismo saco decía el tipo. El mismo saco. El nuestro, claro.

Ahora se cuentan muchas anécdotas, pero pocas tan divertidas -si es que este descontrol y esta inmoralidad, pueden ser divertidas- como la de ese propietario de un restaurante lujoso de la capital del reino. Un cliente se asomaba a una vitrina donde lucían unas espléndidas cigalas de tronco, de esas de medio kilo la pieza que probablemente usted, querido lector, y les puedo asegurar que por supuesto yo, nunca podremos disfrutar sobre un mantel de hilo y con un vino de aguja fresquito al lado. El cliente se atrevió a preguntarle al propietario que quién podía pagar aquello, a lo que el restaurador dijo con una sonrisa cómplice que con dinero, nadie. Son las tarjetas opacas o transparentes las que pueden con una cigala de tronco, y también hemos sabido gracias a modernas heroínas como la juez Alaya que el uso del dinero público no se ha limitado a los restaurantes de lujo o las vacaciones exóticas, que también ha circulado por prostíbulos y por quienes menudean con drogas duras y por supuesto caras. A la casta le va el vicio. La inmoralidad o es completa o no es. Sabido es.

Puede que esto de las tarjetas de Bankia o las de Caja Madrid, o las de todas esas otras antiguas Cajas de Ahorro provinciales gestionadas por una clase política mediocre y que han terminado fusionadas o absorbidas por entidades de crédito respetables y serias, haya servido para poner coto a semejante descontrol. Desde luego si nos tomamos estas como buenas noticias, que lo son -la mala sería que no saliera este despropósito a la luz-, la conclusión es que va a tener que cesar este infame despilfarro y desprecio a los ciudadanos, que no otra cosa es este chorreo de altos cargos y dirigentes políticos, empresariales y sindicales, gastando sin límite el dinero de nuestros impuestos.

Alguno todavía se atrevía a decir hasta hace poco que esos gastos de representación representaban muy poca cosa, que apenas no se notaban en unos presupuestos municipales, provinciales o autonómicos, pero visto lo visto y lo queda por ver, aparte del daño moral que al conjunto de una ciudadanía que las está pasando canutas con esta crisis que ha caído sobre las espaldas de todos menos de los privilegiados, el gasto en cigalas, en putas y en cocaína, ha sido una auténtica barbaridad.

Si los grandes partidos quieren regenerar la política en España, podrían empezar por hacer una gran hoguera, o muchas hogueras, y quemar en ellas públicamente esas tarjetas de la vergüenza, las opacas y las transparentes. De paso, y si les pareciera bien, podrían reducir el número de altos cargos que se sientan en un consejo de administración para no hacer otra cosa que eso, posar el culo en el asiento. Otra cosa, qué quieren que les diga, no saben hacer.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico
Reporta un error en esta noticia