La educación robada

Recientemente emprendí un viaje por tierras turolenses de los que marcan el alma. Seguimos las huellas de un imponente acueducto romano, que, durante más de 25 kilómetros, seguía el curso del río padre y atravesaba montañas en forma de túneles horadados en la roca.

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Hollamos territorios gobernados, de modo sucesivo, por el Maestre de las órdenes  del Temple, de San Juan y de Montesa. Trepamos a baluartes de las Guerras Carlistas. De vuelta a casa, nos sobrecogimos recorriendo los paisajes escenario de la Batalla del Ebro, durante nuestra malhadada Guerra Civil, que sirvió de tumba a tantos de nuestros compatriotas, fuera cual fuere su bando.

Durante este trayecto llevé a modo de alforjas nutricias todo lo que me enseñaron mis maestros y profesores, primero en la aldea y, luego, en el pueblo de la Sierra del Segura donde los dioses tuvieron a bien que me criara. Gracias a ellos y a las lecturas hacia las que me orientaron, personajes como Zumalacárregui y Cabrera, Modesto, Líster y Yagüe me eran más o menos conocidos. Fueron mis maestros los que sembraron mi espíritu para que, tantos años después de haber pasado por sus aulas, pudiera paladear aquel viaje, sobrecogido ante nuestra densa historia.

Recibí mi formación elemental y secundaria en los últimos 70 y primeros 80, en aquellos agrestes lugares de montaña olvidados de la mano del hombre, pero no de la de los dioses. Tuve, por fortuna, algunos maestros y profesores que tenían claro que su misión iba más allá de impartir unas lecciones más o menos tediosas. Su misión era devolver a la sociedad que pagaba sus sueldos, siempre en la Escuela Pública, ciudadanos autónomos, comprometidos con su entorno, sabiendo muy bien cuáles eran sus humildes raíces y que se mostraran orgullosos de ellas, por muy villanas que fueran. Ciudadanos con un bagaje cultural que les abriera la mente ante las disyuntivas del mundo moderno, sin olvidar nunca de dónde venían.

Orgulloso de ellos y de que de la zagalería de mi quinta consiguieran sacar profesores, médicos, notarios, amén, sí, de agricultores, ganaderos y hosteleros, que, al no tener casi ninguno padrinos que nos enchufaran en otro trabajo, eran estos últimos los destinos que nos aguardaban si aquellos paladines de la Escuela Pública no nos hubieran dado alas para volar por nosotros mismos.

Agradecido a ello y al sistema de becas, que me permitió costear gran parte de mis estudios, decidí devolver a la sociedad lo que ésta me había dado, convirtiéndome también en profesor, siempre en lo público, y ayudar a que los zagales que me fueran encomendados pudieran llegar donde ellos quisieran, no donde los gerifaltes quisieran que llegaran, según su mezquino interés empeñado en que lleguen lejos únicamente los de la “gente bien”, tan cara al ínclito Rajoy y sus palmeros.

Llevo 27 años enseñando. He recorrido gran parte de la geografía española, desde la costa cantábrica de Lugo, hasta la huerta murciana, pasando un sexenio en tierras onubenses. He comenzado trabajando con estudiantes de B.U.P., regido por la Ley General de Educación de 1970, debida al ministro franquista Villar Palasí.

He sufrido el disparate parido por tres ministros socialistas con la LOGSE, donde, entre otros gravísimos yerros, se abrió la puerta a que ciertos córvidos negociaran con la Educación, introduciendo los centros concertados, esa entelequia de centros con aspiraciones privadas, pero mantenidos con los impuestos de todos. Restando, eso sí, recursos y calidad a la escuela pública, porque, si estuviera bien dotada para atender a las demandas de una sociedad tan cambiante, menos gente optaría por llevar a sus hijos a estos centros semiprivados.

Pero la LOGSE parece buena ante el último íncubo de ley, la putrefacta LOMCE, parido por el Partido Popular, sin ninguna autoridad moral ya para legislar, dado el lodazal de corrupción en el que, por acción u omisión, se han movido y su vesánico interés en hacer negocio hasta con lo más sagrado para el ciudadano común y corriente: la sanidad y la educación.

Indignado, he observado cómo a los ministros y politicuchos responsables de haber arrasado la Educación Pública, llámense Rubalcaba, Solana, Maravall, Aguirre o Wert, en vez de haberlos condenado per saecula saeculorum a picar piedra en una cantera, se les ha llenado de prebendas y permitido que chupen de la ubre de los impuestos pagados por los ciudadanos, a los que les han robado la educación de sus hijos.

La actual caspa gobernante y sus afines, con el beneplácito de la führer Merkel, pretende convertir a España en el chiringuito y en el puticlub de la Europa rica y calvinista. Se empeña en convertir a nuestros jóvenes en camareros, recepcionistas, chaperos y putillas, todos ellos bilingües, por supuesto, cobrando sueldos de miseria y trabajando a destajo, pero siempre con una sonrisa en la boca, tragando que el fontanero alemán se regodee al ser servido por un arquitecto español, al que no le han dejado trabajar para lo que se ha formado.

Fruto de este atraco a mano armada a la Educación Pública, tenemos un país ajilipollado, donde el Marca es el periódico más leído y Tele 5 la cadena de televisión más vista. Donde te meten fútbol hasta para ir al inodoro y donde se sube a un altar a Messi o a Ronaldo, dos tipejos que han escamoteado la parte de sus milmillonarios sueldos con las que debían ayudar a pagar lo hospitales, carreteras y escuelas de aquellos que los han hecho dioses. Donde una tiparraca como Belén Esteban es más conocida que los mal pagados y peor tratados médicos e investigadores que se parten la cara para luchar contra el cáncer.

Esta degradación de la educación y, por ende, de la sociedad no ha venido al albur de los tiempos. Al contrario. Ha sido maquinada con premeditación y alevosía: sólo con una sociedad idiotizada podían haber gobernado el último Felipe González, Aznar, Zapatero o el inefable Rajoy.

Muchas veces las salas de profesores se convierten en confesionarios y en purgatorios, donde compartir y despotricar contra las leyes y medidas que un puñado de idiotas paren en sus escaños, sin tener ni idea de la realidad a la que hemos de enfrentarnos en los centros públicos.

En esas reuniones, a veces decidimos reír, en vez de llorar, al ver cómo cada vez más están convirtiendo a nuestras pobres criaturas en analfabetos funcionales, sin más interés que si Ronaldo la mete más que el tonto el haba de Ronaldo, que si Menganita entra a Gran Tontucio o no.

Un compañero de Historia, que lleva bregando en este mar convulso más años que yo, contaba que en 2º de Bachillerato (alumnos de 17 y 18 años), en la asignatura de Historia del Arte, les dijo a sus alumnos que iban a estudiar la Abadía de Cluny, para comprender mejor el arte gótico. Uno de sus estudiantes, no el peor, le respondió: “Anda, no sabía que George Clooney tenía ya una iglesia y todo”.

Esto no es un hecho aislado, pues más adelante, cuando mi compañero dijo que estudiarían las pinturas de Rafael dentro del Renacimiento Italiano, otra criatura del mismo curso le respondió que a su abuela le gustaba mucho ese cantante, sobre todo su canción “Yo soy aquel”.

Personalmente, a unos chicos de entre 12 y 13 años, a los que el sistema educativo actual no acaba por encauzar y hemos de empeñarnos, al menos, en que comprendan lo que leen y sepan defenderse y argumentar por escrito, intentaba hacerles ver que viajar también abre la mente. Les animaba a visitar algún día Madrid y acudir al Prado, aparte de al Santiago Bernabéu. Allí podrán ver algo de Velázquez. Me interrumpieron preguntándome que quién era ese tío, sic. Sólo uno pudo responder que era uno que pintaba. Nada más.

Me niego a pensar que los chicos y chicas que ahora me llegan a clases sean más tontos o torpes que los que me encontré en mis primeros años de Lugo o Huelva, cuando aún regía el BUP y el COU. En absoluto lo son. Son víctimas de un robo premeditado diseñado por una élite extractiva, empeñada en crearse un país adocenado, que consienta sus corruptelas y asaltos al erario público.

Pido que mis estudiantes puedan disfrutar de un viaje iniciático como el mío, echando mano de lo que intentamos enseñarles en colegios e institutos. Pido que el sueño de sus padres, que sus hijos lleguen en la vida más lejos que ellos, se cumpla, aunque los progenitores sean trabajadores agrícolas. Pese lo que les pese a los neoliberales, un carpintero tiene derecho a tener un hijo ingeniero, a pesar de que, no pudiendo pagarlo él, el chico haya podido completar sus estudios merced a un buen sistema de becas públicas, pagado con los impuestos de todos los ciudadanos.

Reclamo que mis zagales puedan disfrutar de más música que del vomitivo reggaetón. Que sepan valorar, además, no sólo a Serrat, Cohen o Dylan, sino también, ¿por qué no?, a Vivaldi, Mozart y Bach. Exijo que mis niños descubran lo que es cine de verdad y que los idiotas tipo Follana,  Cara Anchoa u otros “youtubers” de semejante catadura, a los que siguen en YouTube, son sólo unos pobres cretinos. Que aprecien el cine de Chaplin, Ford, Vidor o Berlanga. Que no se echen atrás cuando descubran películas que están en blanco y negro.

Que conozcan en alma propia lo que filmes como Vacaciones en Roma, Casablanca, Bienvenido, Mister Marshall, El verdugo o El hombre tranquilo pueden aportar a su riqueza espiritual. Pido, reclamo y exijo que las nuevas generaciones estén lo suficientemente preparadas como para no volver a entregar el Gobierno a un chorizo vestido de político, banquero o empresario de éxito.

En manos de la parte decente de la sociedad, de la que paga escrupulosamente sus impuestos y no tolera que sus derechos sean usurpados y avasallados está el devolver la Educación a la sociedad. Manteniendo a los políticos y pedagogos de despacho lo más lejos posible de ella.

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