Cazarrecompensas

Observo, al pasar por allí cada día de estos últimos, que un par de operarios se afanan endemoler a golpe de cepillo mecánico, el piso del carril bici de la Avenida del Molino de la Vega (frente al Mercadona, Sprinter, Aldi…). Se aprecia, también, que la parte que falta por desmontar está bastante deteriorada y llena de agujeros y desconchones.

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Esta obra de desmontaje que no goza de los titulares de prensa y publicidad del que gozó su predecesora de montaje hace apenas ¿un par de años?, es el resultado inevitable del lógico rápido deterioro de un ilógico diseño y que cualquier técnico que se precie podría haber adivinado si no fuera porque, sólo quizá, estuviera más pendiente de comprar el cupón de la ONCE o de recoger a los niños a la salida del cole o vaya usted a saber qué otra motivación personal perfectamente entendible (eso sí, sólo desde el plano humano, claro está).Me explico, aunque quizá al ciudadano de a pie no le importe el cómo aunque sí el porqué: aplicar una capa de pintura o mortero, por muchos aditivos que lleve, de apenas unos milímetros de espesor sobre un acerado de baldosa hidráulica discontinuo y que dilata, con nuestro clima y el uso diario, no tiene más remedio que levantarse pronto. Esto es, no es que la obra esté mal ejecutada (que también podría ser), es que está mal pensada. Pero, por supuesto, hacía mucha falta “pintar” de rojo las aceras para cortar una cinta y justificar una suculenta subvención.No es más que un ejemplo de uno más de los despropósitos de un país donde el hacer-desahacer-hacer-hacer-desahacer… es una cadena de principio ya olvidado y final insospechado.  Todo ello fruto de la falta de planificación y la ausencia de dolor por el dinero público tirado a la basura. Carriles-bici sí, pero bien hechos.¿Cuántas veces hemos visto una calle recién asfaltada donde se abren zanjas para meter no sé qué conducciones? ¿Cuántas obras se hacen que son tenidas que reparar o incluso rehacer al poco tiempo? ¿Cuántos edificios, sedes de proyectos inverosímiles, se quedan vacíos y en desuso o requieren de reconversiones millonarias para ponerse finalmente en marcha para algo completamente distinto? Pero no importa. Alguno, no sé si con más cinismo que resignación, o viceversa, dice: “bueno, al menos se da trabajo…”Sí, se da trabajo. En ayuntamientos, mancomunidades, diputaciones y demás agujeros negros de la economía nacional, se consiguen cantidades ingentes de subvenciones que tratan de justificarse en la creación de servicios e infraestructuras. Incluso existen departamentos enteros de cazarrecompensas y cazatesoros que, con indudable dedicación y profesionalidad, se sumergen en este marasmo de dineros que se mueven en unas profundidades  (o unas alturas, según se mire), hasta donde los inexpertos de a ras de suelo no llegamos. El problema es que estos departamentos, llamados de Desarrollo Local, una vez consiguen el dinero, lo ponen en manos tan torpes o tan “listas” que el efecto buscado, muchas veces, se diluye en obras innecesarias o deficientes que pronto quedan fuera de juego y, a veces, hasta se diluyen las obras mismas y nadie las ha visto nunca realizadas. Seguro que todos conocemos ejemplos cercanos.De siempre, me dijeron: el trabajo es la fuerza por el desplazamiento. Si no hay desplazamiento, no hay trabajo.  Entonces, pregunto yo, si sólo hacemos y desahacemos, si somos como Penélope cosiendo y descosiendo el sudario de Laertes, ¿qué tipo de trabajo estamos haciendo?... Pero no pensemos. Da igual cómo, se busca dinero. Vivo o muerto.

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