¿Quién le pone el cascabel al gato?

De mis tiempos en el colegio, aprendí que al abusón solo se le puede detener mediante el enfrentamiento directo. Si lo evitabas, continuaba yendo a por ti, incansable, poseído por su espíritu zafio y destructivo.

¿Quién le pone el cascabel al gato?

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Si le permitías que te pegara o te insultara, con la incierta promesa de que así te dejaría en paz la próxima vez y terminaría por cansarse, únicamente abrías la puerta a más y más violencia; nunca es suficiente para quien pretende destruir por el puro placer de hacerlo. No, la única forma efectiva consistía en enfrentarte a él, pero, ¿a qué precio? ¿Cuáles podían ser las consecuencias de afrontar la furia devastadora de un espécimen acostumbrado a la intimidación, la anarquía espiritual, la venganza o el desprecio por los demás? Se necesitaba un enorme valor y coraje para asentar los pies en el suelo y tratar de impedir nuevos episodios de abuso. 

Vladimir Putin es uno de esos seres oscuros, vengativos, llenos de complejos y resentimiento que nunca se detendrán ante la razón y el diálogo. Al igual que ha ocurrido con otros personajes indeseables a lo largo de nuestra historia, concederle sus demandas con la vana esperanza de que alguna vez tendrá suficiente es inútil. Si le das un metro de terreno, volverá la semana siguiente exigiendo dos, y luego tres y cuatro y cinco… así hasta apoderarse de todo cuanto le rodee. Si no se siente legitimado por quienes le rodean, inventará motivos de todo tipo para justificar el ataque, arguyendo supuestas agresiones previas, deudas históricas o reclamaciones medievales. 

En estos días, hemos asistido a una escalada violenta cuyo desenlace más inmediato ha sido la invasión rusa de Ucrania, un miembro de pleno derecho de la ONU. Es esta la agresión injustificable e inadmisible de un sátrapa delirante en el cénit de su melopea de poder omnímodo; desde nuestros confortables hogares, en el llamado “mundo civilizado”, presenciamos la deriva de un mundo cada vez más incomprensible hacia los mares de la incertidumbre a los que nos conducen estos líderes mesiánicos que, en la gran mayoría de los casos, han sido elegidos en procesos democráticos con amplios márgenes de aceptación popular. No voy a darles la nómina de los gobernantes actuales que emplean técnicas mafiosas para conducir sus países. Ustedes ya los conocen; saben cómo han llegado al poder y cómo se les jalea cuando abren el pico para expulsar odio y desprecio a raudales. En la mayoría de los casos, han modificado las leyes de sus países para perpetuarse en el poder, justificando su ultraje a las normas establecidas mediante unas razones vergonzantes, pero increíblemente convincentes, según podemos comprobar una y otra y otra vez.

Hoy, con el ejército ruso invadiendo la integridad territorial de Ucrania y atemorizados ante la posibilidad de que acontecimientos incontrolables puedan sumir al planeta en un estupor inconcebible, solo deseo que encontremos la manera, como sociedad, de frenar el sinsentido en el que nos encontramos. En este escenario, hay un solo abusador y un solo abusado. Lo demás son medias tintas. 

Pero me temo que será más difícil conforme el tiempo corra. La gran vergüenza del derecho a veto del que “disfrutan” los miembros permanentes del Consejo de Seguridad compromete cualquier decisión de la ONU. El apoyo velado de China y otros países a la ofensiva rusa emborrona aún más cualquier intento de encontrar fórmulas de aislamiento internacional. Mientras tanto, la población de Ucrania se enfrenta al dolor, la destrucción y la muerte. La única forma de detener al abusador es enfrentarse a él, pero yo solo puedo pensar en aquel ratón barbicano, colilargo y hociquirromo del poema de Lope de Vega que, encrespando el grueso lomo, dijo: 

¿Quién de todos ha de ser

el que se atreva a poner

ese cascabel al gato?

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