La bofetada

“No ai mejor remedio de los desconciertos que dexallos correr, que assí caen de sí proprios”. Baltasar Gracián. 'Oráculo manual y arte de prudencia'.

La bofetada

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Antes de los eventos de hace unas dos semanas, la bofetada más famosa que recuerdo era aquella que le daba el prenda del padre de Javi al rubito de la pandilla en Verano Azul. ¿Se acuerdan ustedes? El cruce de cara vino porque el rubiales se puso en pelotas delante de unos chicas, creo recordar. Fíjense si la bofetada fue notable que el episodio se tituló así: La Bofetada. Qué tiempos, ¿verdad?

Un sopapo así de eficaz quedó oscurecido –¡y vaya si lo hizo! —por otro de entidad superior y trascendencia universal: el que le propinó Will Smith a Chris Rock la noche de la entrega de los Oscar de Hollywood ante millones de espectadores anonadados, como aquellos boxeadores que recibían un izquierdazo de Mike Tyson en lo mejor de la carrera del púgil de Brooklyn. 

Como indica y aconseja la prudencia (esa prenda de la naturaleza humana tan denostada hoy), he considerado necesario dejar pasar un poco de tiempo para abordar con garantías de ausencia de hooliganismo un acontecimiento tan consustancial al mundo en el que vivimos todos tan absortos hoy que casi casi se ha convertido en paradigma. Un suceso tan posmoderno y tan gravemente insustancial posee infinidad de capas desde donde podemos afrontar el análisis, pero hoy me voy a centrar solo en dos conceptos axiales, para no cansarles demasiado, que bien que se ha hablado ya del asunto: justificación y redención.

En las primeras horas posteriores al guantazo, la población se despertó desconcertada, sin saber muy bien cómo encajar un acontecimiento tan sorprendente. Mucha gente optó por abrazar la “conspiranoia” y publicar en sus redes sociales (porque es vital que TODO el mundo opine) las sospechas sobre la veracidad del asunto. “Eso estaba en el guion”, “Se ve claramente que es pactado”, “Todo es mentira”, etc. Pero creo que la mayoría aceptamos la bofetada como una realidad incuestionable. Sí, efectivamente, Will Smith, minutos antes de recibir su Oscar, había subido los escalones del escenario, se había aproximado a un sonriente Chris Rock y le había soltado una galleta que sonó en la última de las lunas de Saturno, de tan lejos como llegó. 

La bofetada

Como ya saben, se ha hablado de este caso desde Tombuctú hasta las Islas Seychelles, pasando por Alcalá de los Gazules y Almonte. Siguiendo la habitual estructura social española, el público se dividió entre “prohostia” y “antihostia”, si me permiten ustedes los palabros de broma. Quienes defendían la hostia, justificaban la acción desde la simpatía hacia quien consideraban víctima del affaire: la esposa de Will Smith, Jada Pinkett Smith. Un número destacado de personas comenzaron su argumento de la siguiente manera: “la violencia no está justificada, pero…”, olvidando en el proceso que la conjunción adversativa elimina de golpe la aseveración previa. No existe el “pero” en una afirmación así: o se está a favor del uso de la violencia o se está en contra, lo que no puede hacerse es alinearse en contra de algo para, a continuación, comenzar con las excepciones. El mismo caso se repite cuando alguien afirma que está en contra de la pena de muerte excepto en algunos casos concretos. En tal caso, no se está “en contra”, sino a favor de su uso con algunos delincuentes muy específicos. El matiz puede parecer poca cosa, pero lo cambia todo.

Como digo, el argumento era que el humorista se había burlado de la enfermedad de la mujer y eso justificaba al príncipe de Bel-Air a partirle la jeta al otro tipo. La cosa se diversificó en cuestiones varias como machismo, feminismo, límites del humor, enfermedad, etc. Jada Pinkett padece una enfermedad autoinmune (de las que le encantaban al doctor House de la famosa serie) cuya principal consecuencia es la pérdida del cabello o alopecia. No sé, no quisiera herir la sensibilidad de nadie, pero no me parece un motivo suficiente para alentar a una mega estrella de Hollywood a poner en peligro su carrera. El chiste no tenía mucha gracia, eso es cierto, sin embargo, si yo tuviera que darle una bofetada a cada persona que me ha hecho alguna broma sobre mi pérdida de césped en la rotonda de la coronilla, tendría ya la palma de la mano insensibilizada. 

No, señoras y señores, el guantazo no tiene justificación alguna. Lo que hizo Will Smith fue cometer un imperdonable error por partida doble: en primer lugar, por tomar la decisión unilateral de arruinar por entero la gala a los asistentes, nominados y espectadores, asumiendo la potestad de poder interrumpir un acontecimiento esperado con ansias cada año por millones de personas y convertirlo en SUYO y de nadie más, propinando una bofetada inadmisible en un evento televisado para, presuntamente, defender el honor mancillado de su señora esposa, quien ni le había pedido ni necesitaba su intercesión de caballero andante desfacedor de entuertos. Y en segundo lugar por deslegitimizar eternamente su premio a mejor actor protagonista y, de paso, el monumental esfuerzo que ha seguido como actor (y que es justo valorar) hasta convertirse en el buen intérprete que es hoy. Pero todo ese esfuerzo, todo ese buen trabajo actoral quedará para siempre oscurecido por un absurdo comportamiento impropio de una persona cuya responsabilidad social es mucho mayor que la del resto de nosotros, ya que de sus acciones derivan pautas de conducta asumidas como propias por el público, tanto en Groenlandia como en el desierto del Kalahari o en Catalañazor, provincia de Soria. 

Will Smith ya ha pedido perdón a todo el mundo en esta parte del universo visible. El hombre está hundido y defenestrado. Su mujer acaba de dejarlo (o eso dicen); los proyectos en los que participaba han quedado paralizados y los amigos que antes le palmeaban la espalda y le reían las gracias ahora abandonan el barco, no vaya a ser que les salpique la marea de excremento en la que nada Smith. El hombre está confuso, desorientado, abandonado por todos los que antes lo idolatraban. Según parece, ha ingresado por voluntad propia en una institución privada donde aprenderá a lidiar con sus fantasmas y con, imagino, el indeleble poso que dejará esta triste y absurda historia en su vida.

La bofetada

Creo que es momento de perdonarlo. No nos regodeemos en la aplicación de una supuesta justicia social que únicamente precipita a un individuo al abismo por mor de algún error. Cierto, Will Smith la cagó, por expresarnos en términos contemporáneos, pero solo es culpable de ESTUPIDEZ, no ha cometido ningún delito imperdonable. La redención posee mayor capacidad de transformación que el castigo. 

Si se acuerdan de Verano Azul, el padre de Javi se redimía de su error al final del episodio, tras la obligada charla con Chanquete, por supuesto, quien adoptaba la esencia del sentido común en la sociedad y su capacidad para la contrición y le ofrecía en forma de parábola el camino de la redención al abatido hombre. Pero quien de verdad crece como ser humano en el episodio es Javi, aprendiendo a perdonar la bofetada, encajándola a su manera entre las miles de pequeñas cosas que empujan, a veces, a una persona a cometer estupideces de las que luego se arrepienten. 

Seamos como Javi y pongámonos a tomar el sol en pelotas en la piscina. Perdón, quería decir que seamos como Javi y perdonemos a Will Smith. Nos sentiremos mejor, ¿o no?

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