Un columpio en el abismo
Llegar hasta aquí no ha sido fácil. Nadie en su sano juicio espera que al mirar al abismo en blanco de un folio aparezca la palabra depresión, para teñirlo todo de negro. Y siendo honesta, ojalá fuese tan fácil.

Desde en columpio en el que mi vida se ha convertido, me prometí hace no mucho sacar los ojos de niña para devolverle al mundo todos los colores que le fui quitando.

En ese “ánimo”, que no suena tan acorde como cuando te lo dicen otros labios (aunque sienta mejor al alma), voy robándole al tiempo pequeños fragmentos de su equipaje. Aún no consigo que me sepan a gominola, ni que los ratos entre amigos destapen la dopamina que jugar al pilla-pilla sembraba en el vientre.

No me sabe a piruleta la risa ni a chicle de melón las buenas charlas. No me hace cosquillas caminar al aire libre, como antes. Ni escucho el piar de los pajarillos aún, concentrada todavía en las nubes. Y cada paso atrás me devuelve, por ratos que parecen eternos, al abismo que a nadie deseo visitar. A los compañeros y compañeras de batalla en este “juego a matar(se)” que puedan leerme, solo les deseo, como a mí, que la vida acierte al lanzarnos el balón y que, con su golpe de suerte, nos salve y nos devuelva a la vida.
Mientras tanto aquí sigo, cuidando mis rodillas y mis codos cada vez que vuelvo a caer de nuevo y recordándome que el camino es a paso corto, con los pies de niña, que la carrera intensa de ser adulta ya me trajo hasta aquí.
Y, mientras tanto y a pesar de todo, sigo levantándome de la cama cada día buscando el camino, aunque la fuerza centrífuga de mi caos solo me permita vagar por mí misma a veces. Y me lo digo cuando se me olvida: ¡Puedes! (incluso cuando me cuesta creerme). Por eso sé que tú o la persona en la que has pensado al leerme, también puede, solo que quizás necesita recordárselo.
No estás sola, de verdad, y no eres la única, aunque esta enfermedad (lo es, aunque cueste pronunciarlo) te lleve a pensarlo. ¡Podemos! , porque juntas somos más; e iremos, sin dudas, a mejor.
