La historia te absolverá

No por casualidad arrebato el título a Fidel Castro, la historia me absolverá, el libro que él escribió en los calabozos tras ser detenido por el frustrado ataque al cuartel de Moncada, poco antes de que estallara la revolución definitiva. Fidel Castro, jurista, asumió su propia defensa, la cual reflejó en el citado libro, amén de otros problemas que atañían a Cuba generados por el imperialismo, el desigual reparto de la tierra, la renta de los campesinos, la ausencia total de industria con que transformar sus materias primas…

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Atendiendo al decurso irreprimible de la historia, Fidel entendía que el tiempo y el consiguiente efecto que éste produce en la mentalidad colectiva habrían de situar a cada cual en su sitio, al títere Batista y su caterva de burócratas en el sumidero de la iniquidad, al pueblo revolucionario asumiendo la soberanía del país que le pertenece. Y así fue, al margen de la evolución posterior del régimen, digna de un análisis mucho más complejo y concienzudo.

Me quedo con el título por cuánto dice de cómo la Historia ha cohonestado lo que en tiempos fue oprobio, blasfemia o emancipación. El progreso, lo que hoy consideramos progreso o pensamiento avanzado, los adelantos, tanto técnicos y científicos como sociológicos, partieron de una ruptura feroz con las concepciones establecidas sobre gobierno, dios, cosmogonías y derechos civiles.

Desde la perspectiva sigloventiunesca vemos hoy las películas de Kunta-Kinte con más indignación que otra cosa, deseando para los negritos un azadón certero con que decapiten a sus capataces, que los tratan peor que a perros por el mero hecho de tener la piel de otro color. Vemos documentales de Galileo sintiendo vergüenza ajena porque la iglesia lo ejecutase, porque ejecutase a un hombre cuya razón e inteligencia lo empujó a conocer el mundo al margen de los dogmas, al igual que ensalzamos y sacralizamos a los teóricos de la revolución francesa  por poner en duda la legitimidad de la monarquía hereditaria absolutista, por mucho que en su tiempo procuraran ejecuciones, revueltas y guerras civiles. 

La paz es un fin, no es un camino. La paz es un fin en tanto no puede manifestarse en el seno de la injusticia, porque en un sistema injusto la apariencia de paz sólo refrenda la asquerosa sumisión de quienes sufren, toleran y justifican la injusticia. La paz, pues, sólo reside en la igualdad entre los hombres, y dicha igualdad halla su identidad en la abolición de privilegios de la élite en beneficio de la mayoría, ya que es el bienestar general y no otro el objetivo por el que nos organizamos en sociedades.

Desprovista de individualidades y matices, nuestra sociedad es una gran masa asalariada que trabaja para mantener los intereses de una minoría millonaria, que redacta nuestras leyes, nuestra constitución, establece nuestros horarios laborales y nos empobrece para enriquecerse. Cada día son desahuciadas unas 160 familias en España, mientras que con el dinero que producimos trabajando, un gobierno que incumple sistemáticamente su programa electoral decide sanear las cuentas de los bancos que han caído por su mala praxis, por haberse enriquecido más de la cuenta hinchando los precios a su antojo. 

El pueblo ha demostrado su desacuerdo en la calle, de eso no hay duda. Hay más manifestaciones que días, más oposición que gente, más lucha que tedio, más hambre que comida. No obstante, el presidente declara que por muchas manifestaciones que surjan no dará marcha a atrás a sus reformas,  con lo que certifica el carácter estrictamente dictatorial, negligente y flébil del capitalismo. Nuestro régimen no es la democracia parlamentaria. Nuestro régimen es el capitalismo, que se apoya en la democracia parlamentaria para aplastar al pueblo con su simulado consentimiento, ya que el propio capitalismo establece cuáles son las normas de juego, cuáles nuestros emblemas y nuestras ideas, cuáles nuestras leyes y nuestros límites. 

No se confundan, no hay ningún argumento para aceptar lo que está sucediendo. Los bancos y el gobierno, valga la redundancia, están ejecutando un sacrificio humano masivo para salvar una moneda, un sistema que nos perjudica a todos y sólo les beneficia a ellos, jactándose de su despotismo y poderío al ignorar la voluntad del pueblo pacíficamente expresada en la calle.  De seguir así, la historia nos mirará con desgana, como la generación confusa y temerosa que aceptó su propia esclavitud por mera ignorancia o pusilanimidad. 

Puede que los tribunales que absuelven a Dívar el defraudador, a Camps el malversador, a Undargarín el estafador, al Rey un poco de todo y a los políticos prevaricadores, es posible que dichos tribunales que absuelven a los ricos te condenen a ti, pobre, por quebrar de una pedrada el escaparate de Bankia o por organizar un incendio en la sucursal del Santander que hay dentro de la universidad. Es muy probable que esos tribunales te sancionen con 3.000 euros por llevar la cara tapada por la calle o por fumarte un porro en una plaza, sí, es muy probable que los jueces no te perdonen si organizas una reunión de más diez personas y muy probable también que hacienda te destripe a impuestos mientras permite que algunos blanqueen los millones obtenidos de actividades delictivas.

Es bien seguro y está demostrado que el dinero que los ricos se ahorran de impuestos en paraísos fiscales lo quitan de tu hospital, del colegio de tus hijos y de la universidad para que los empleados de Bankia se jubilen con rentas de hasta 14 millones de euros por veinte años trabajados, sí, es bien probable que no te quede pensión cuando ya tengas 67 años con un seguro sanitario privado bajo el brazo. Pero si algo no arroja dudas es que si lo impides, si a fuerza de sangre y lucha, de piedra y fuego, consigues que ni un solo banco siga en pie ni que se sostengan trasparentes sus escaparates… te condenarán los tribunales, mas te absolverá la historia.

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