Indulgencias
Las indulgencias se establecieron en la Antigüedad como mecanismos de reconciliación del pecador (fundamentalmente herejes y apóstatas) con la Iglesia a la que había agraviado y, si bien, no redimía de la ofensa ejercida, sí podían servir para aminorar la pena física y terrenal impuesta.
Como todo lo que la mano bastarda del hombre toca, su concepto (ya impuro de base) se fue deformando a lo largo de la Edad Media para dar lugar a una clasificación, e incluso tarificación, en función de la gravedad del pecado, de exenciones monetarias (como no, accesibles sólo para aquellos más pudientes) de dádivas a los pobres que podían aplicar los fieles para minorar otras penas menos llevaderas (ayuno, peregrinación, cimacios…). Estas imposiciones eran ‘convenientemente’ encauzadas a través de las instituciones eclesiásticas que las ‘administraban’ a discreción a cambio de su ‘intercesión’ ante las instancias divinas. Este concepto tan extendido y del que se abusó hasta el extremo, fue el detonante, entre otros, de la reforma de Lutero y que dio lugar, como se sabe, al protestantismo que después se dividiera en sus diferentes vertientes, previa devastación de toda Europa por guerras y genocidios entre todos los bandos. Posteriormente el Concilio de Trento y la contrarreforma abjuraron de la práctica de la venta de indulgencias oficialmente, si bien es claro que aún hoy en día se sigue empleando sottovoce en muchas parroquias y hermandades varias, como un mecanismo útil y eficaz de fideli(fanati)zación para allanar el camino hasta el Cielo de individuos (y castas enteras, si es menester).Otro cielo más visible y más polucionado es el que se quiere (supuestamente) preservar de mácula con el Compromiso de Kyoto. Esa carta de intenciones absurda y cínica que, a bombo y platillo, España ha anunciado que va a poder cumplir. Lo vergonzoso es cómo va a hacerlo: Aprovechando el mecanismo establecido en el propio Documento de comprar cuota de vertido. Este concepto que sólo puede ser parido por la mente de un demente consiste en otorgar a cada Estado una parte de la contaminación total teórica que admite un comité de científicos (yo diría mercenarios, más bien). Es decir, que como todos tenemos derecho a contaminar y los países no industrializados, aunque ganas no les faltan, no pueden hacerlo, pues le venden a los gigantes industrializados sus cuotas de contaminación. Incluso existe un mercado bursátil del CO2, donde cotiza la tonelada de gas contaminante que, por cierto, por mor de la crisis económica ahora se vende baratita. En el paroxismo de la especulación y la desvergüenza, España ha comprado a Polonia su excedente de contaminación no ‘consumida’ por la ridícula cifra de 40 millones de euros (poco más de lo que Juan Antonio Roca ha admitido haber robado de Marbella sólo en la primera parte del sumario de la Operación Malaya). Por ello, ¿nuestro? Gobierno (como ya hicieran los anteriores) está muy satisfecho.De verdad hay veces, más de las que quisiera reconocer, que preferiría no saber cómo suceden las cosas.Así que ya podemos dormir tranquilos porque, dando una limosnita a los pobres, podemos seguir despilfarrando y agujereando el planeta con nuestros vómitos corrosivos y nuestras ventosidades radiactivas. Gracias a las indulgencias, el cielo es nuestro.