Los acentos inmortales
No pretendo ser molesto, pero este artículo no le va a gustar a todo el mundo. Al menos, no todos estarán de acuerdo. Lo sé porque trata una cuestión de la que ya he hablado con más de una persona y hay opiniones enfrentadas, según sople el viento. Yo estoy en uno de esos bandos y voy a decir cuál es.
Por fin, una voz autorizada de la Real Academia Española como Salvador Gutiérrrez se atrevió ayer a reconocer algo que todo el mundo intuía: esa absurda norma de acentos aniquilados en las palabras 'solo' y 'este' no está gozando del seguimiento esperado. Más bien al contrario, se está encontrando con una resistencia que promete plantar cara ante tanto abuso de una lengua que siempre fue motivo de orgullo por su riqueza y complejidad.
Argumentaban, entre otras cosas y apoyándose en criterios científicos que a mí no me convencen, que una lengua es un organismo vivo, que evoluciona y se adapta a los nuevos tiempos y usos, por lo que esa tilde diacrítica no tenía razón de ser. Por favor...
Siendo malpensados, no es difícil encontrar una razón algo más tangible ante tal desbarajuste ideado por aquellos que en teoría deberían velar por la lengua española y defenderla hasta las últimas consecuencias. España es un país ombliguista ante todo, al que no le gusta verse mal ante el espejo. Que los estudios de la Unión Europea la sitúen entre los puestos más bajos de alfabetización y de conocimiento y dominio de la propia lengua, no es plato de buen gusto en la tierra de Cervantes. Se ha luchado, no se puede negar, por darle la vuelta a la tortilla, pero parece que más que conseguir avances se sigue una involución a la que no se le adivina techo. Llegados a este punto, si no puedes con tu enemigo, únete a él.
¡Empezaremos por los acentos! Exclamaría alguna de esas mentes privilegiadas mientras compañeros como Arturo Pérez-Reverte se levantaban de su asiento y abandonaban la sala. Es sencillo: si se eliminan algunas de las cuestiones que más quebraderos de cabeza suponen a la hora de aplicar las normas de la corrección escrita, la posibilidad de errar y, por tanto, evidenciar un conocimiento deficitario de la lengua, son radicalmente menores. Cifras, estadísticas, resultados. Imagen de dientes blancos y raya bien peinada, aunque resulte rancia y falsa.
Qué quieren que les diga... Pienso que esta resistencia a vulgarizar una lengua que se precia de ser la más hablada del mundo, que puede expresar tantas cosas de maneras tan distintas, y que cuenta con una tradición y trayectoria nada despreciables, bien merece una mención. Puede que alguno de los que lean esto no estén de acuerdo. Seguramente muchos no lo estén, pero me niego a pensar que se trata de una cuestión de dinamización del lenguaje o de su aprendizaje y aplicación. Se trata de carencias.
La ortografía es algo que nos avergüenza de vez en cuando. A nadie le resulta cómodo que le señalen una falta. Muerto el perro se acabó la rabia. Si por lo menos me quitan algunos de esos dichosos acentos, me hacen un favor. Ya veré qué hago con el tema de la B y la V... Lo siento, pero tengo el convencimiento de que escribir bien no puede resultar tan barato, ni tan fácil. Que las cosas deben costar esfuerzo y que todo lo que escape a esa premisa acaba por ser algo de calidad cuestionable.
No hay coartada, del mismo modo que no hay obligación por ninguna de las dos partes. La norma no implica falta de ortografía en su aplicación de una forma u otra, sino que se trata de una recomendación. Una recomendación que ya figura en un manual del que se han vendido más de cien mil ejemplares. Este reconocimiento público por parte de la RAE demuestra que las cosas, por impuestas, no dejan de ser reversibles. Estaría bien comprobarlo en otros ámbitos, no sólo en éste, pero me parece un buen comienzo.