Los enemigos de lo público
Sobres, muchos sobres, como palomas de papel o como ratas blancas, llevan años refugiándose en las entretelas del partido, emboscados bajo los cojines, tras los armarios, sobre las sillas de los bares, orgullosos de billetes verdes, negros. Por lo visto no es nada nuevo.
Jorge Verstrynge, el que fuera de Alianza Popular, dice que lleva sucediendo desde 1988. En 2004, un diputado del PP perdió un sobre con 24.000 euros en una cafetería (lo recuperó más tarde). Mientras tanto el caso Gürtel, más leña para el PP, y antes de esto el caso Flick, nube de gas mefítico, nauseabundo, para el PSOE, que respira entre otras nubes y otras sospechas, como la de las licencias de emisión exclusivas para colegas, las acusaciones a Pepe Blanco y demás tropelías célebres. Por eso se dice, dice entre otros Verstrynge, que no van a tirar demasiado de la manta, que Bárcenas, elevado a Judas, a demonio, a chivo expiatorio, será procesado y amnistiado después, ya que al PSOE no le interesa dinamitar a su némesis, a su álter ego, al PP, por cuanto tiene éste de aquél y aquél de éste. Porque si eliminan al malo se les acaba el teatro.
Analizando el discurso consuetudinario reparo en que me faltan personajes. No me vale que el malo sea sólo el que coge el sobre, el que esconde el sobre, el que administra los sobres. Necesito saber el porqué de esos sobres. A cambio de qué se dan sobres. Por qué alguien necesita dar sobres y lo más importante, quién da los sobres. Del hecho de que una persona necesite sobornar a otra se deducen dos cosas: que la persona que soborna pretende hacer algo contrario al interés general y que hay unas instituciones que, de transigir con la corruptela, desobedecen su vocación de velar por el interés de los ciudadanos. La corrupción es una constante que transciende al signo de los partidos y explica que hay intereses opuestos, entre lo público y sus representantes y el sobornador. Por lo tanto descubrimos un conflicto de base, materializado en el interés de quienes sobornan en contraposición con el interés de los ciudadanos y arbitrado por el político que en ocasiones se deja sobornar. De ahí que resulte particularmente interesante la figura del enemigo, de quien soborna, pues ya tenemos claro quién es el árbitro y tenemos claro que suele venderse, no sólo porque se desvelen casos de corrupción, sino fundamentalmente por el resto de medidas emprendidas a lo largo de la democracia, las cuales celebra la reforma constitucional consensuada en comandita por el PPSOE y que condena a España a asumir una deuda ilegítima. Fundamentalmente por la OTAN, por el tratado de Maastricht, por el decretazo y la exponencial reducción de prestaciones, servicios, sueldos, pensiones y empresas públicas patrocinadas por ambos.
Así que, si buscamos la figura del enemigo, tenemos que responder a la siguiente pregunta ¿Quién paga para obtener favores contrarios al interés general? ¿Quién se beneficia y por qué no sale en la tele? El diario El Mundo señala principalmente a empresas constructoras que pagaban a cambio de contratos de adjudicación de obras, El País habla de ‘donaciones de distintas empresas’, Verstrynge, de ‘eléctricas, banca, particulares, industria pesada, empresas…’ Lo que tienen en común es que son empresas, grandes empresas, instituciones cuya función es rentabilizar necesidades sociales y que se valen del aprovechamiento de trabajo humano para aumentar sus beneficios. De ahí que exista un conflicto entre ellos y nosotros, pues su riqueza depende de nuestros sueldos, de nuestras vacaciones, de nuestros horarios y pensiones. Entonces las grandes empresas a través del soborno y la pulsión de su poderío han conquistado patrimonio público, precisamente porque es ese su interés, constando su posición privilegiada como fruto de delitos execrables, el soborno, la evasión de impuestos, en consonancia con otro delito, una forma de robo que sí es legal, lo que no quita que sea injusta: la naturaleza opresora del trabajo asalariado. Dicha condición, opresora, del trabajo asalariado, se demuestra en tanto quienes sobornan son las grandes empresas, las que poseen la gran mayoría de la fuerza de trabajo del país, las enemigas de lo público. Son estas grandes empresas las que aumentan su tasa de ganancia apretando las tuercas del trabajador mediante reformas laborales, las que han incrementado su patrimonio en este periodo de crisis, a cambio de que la mayor parte de la población estemos perdiendo el nuestro. En nuestra agonía, en definitiva, reside su rendimiento.
Entonces, como es lógico, estamos pidiendo que rueden cabezas, que dimita Bárcenas, que comparezca Rajoy, que linchen a los árbitros vendidos. Está bien, pero cabría la posibilidad de preguntarse si la posición y las competencias de los corruptores, las constructoras, la banca, las eléctricas, son a día de hoy legítimas. No sólo porque han sobornado, ya que, aunque no se demostrase nada, aunque magistralmente todos los responsables salieran impunes, una sentencia ha quedado a clara de todo este entuerto: tenemos intereses diferentes. No nos beneficia que haya empresas privadas en el sector energético, ni en la construcción, ni en las finanzas ni en ningún otro sector. Sólo les beneficia a ellos y es por eso que necesitan sobornar y manipular para perpetuar su expolio. De esta manera, no creo que debiéramos caer en el error de criticar a una hipotética “clase política” como responsable de todos los males, pues si bien hemos dichos antes que las instituciones políticas, de obedecer a la corruptela, están tergiversando su función (la de velar por el interés general), inferimos que aún tenemos ámbitos a los que las empresas necesitan corromper para obtener sus ansiados beneficios. Que aún tenemos algo, vaya, que debemos llenar de izquierda, de trabajo, algo a lo que debemos vincularnos inmediatamente, algo por lo que debemos luchar, porque si nosotros abogamos por la destrucción de la política, los ricos ya no tendrán a nadie a quien comprar. Ya todo será suyo.