Fútbol, política, honor y dinero
Aún colea el asunto de Salva Ballesta y el Celta de Vigo. Para los que no son versados en actualidad futbolística, bueno es explicar que el conjunto vigués destituyó a Paco Herrera y se encomendó a Abel Resino para tratar de mejorar los resultados. Hasta ahí, todo perfecto, pero hubo un detalle que lo ha alterado todo un poco. Abel llegaba con un un ayudante, un segundo entrenador, de nombre Salva y de apellido Ballesta.
Se trata de un jugador de sobra conocido por su acierto de cara a portería en equipos como Atlético de Madrid, Sevilla, Valencia, Racing de Santander o Málaga. También ha destacado por su extrema sinceridad a la hora de compartir sus ideales políticos, fácilmente identificables con el fascismo.
La figura de Salva no era bien recibida por un sector de la afición viguesa (unos lo reducen a los integrantes del Fondo Celtarra, conjunto ultra de izquierda radical, y otros hablan de un sentir generalizado). Se dice que fue por esto por lo que el presidente del Celta, Carlos Mouriño, decidió contratar a Abel como técnico, pero no a Salva Ballesta, aunque desde el club se niega que sea por presiones y también por ideales políticos.Se habla de problemas, de los que traería consigo Salva si decidiese mostrarse en Vigo tan locuaz y patriota como se ha mostrado siempre.
Quizá no le falte razón al conjunto vigués en el interés por prevenir males mayores con uno
de esos personajes del fútbol que siempre han arrastrado cierta polémica. No en vano, sólo hay que repasar algunas perlas del ex delantero para entender que cuesta integrar en la casa propia a alguien que defiende ideas anticonstitucionales sin ningún pudor, que defiende el golpe de estado del 23F con frases como se podrían decir muchas cosas de aquel día, o que confiesa que le gustaría haber conocido a Tejero. Y todo esto, defendido bajo frases demagógicas como defender a mi país o sentirme español, como si sólo a partir de esa manera de pensar pudieran llevarse a cabo tales premisas.
Ciertamente, no comulgo con la manera de pensar de Salva, pero se me hace tremendamente complicado discernir dónde queda la raya que separa lo correcto de lo incorrecto, lo acertado del error, la objetividad de la demagogia. Porque supone un paso muy peligroso adentrarse en un terreno tan delicado. No es el primero en el mundo del fútbol. Sin ir más lejos, Joan Laporta echó a los Boixos Nois del Camp Nou por violentos y por su apología de ideas políticas que nada tenían que ver con el fútbol. Una pena que no se aplicase a sí mismo esa misma vara de medir cuando hablaba de independentismo. En la Real Sociedad, casi el 80% de la plantilla se ha mostrado con ideas afines a la banda terrorista ETA y ha participado en movilizaciones a favor de los presos. No es preciso hablar de la mafia que suponen los Ultras Sur en el Santiago Bernabéu con banderas pre y anticonstitucionales que nadie retira y será correcto decir que en todos lados cuecen habas.
Pero me cuesta recordar un caso en el que un club se niegue abiertamente (al menos en un inicio) a contratar a un profesional a raíz de sus manifestaciones respecto a convicciones ideológicas. Imagino que Mouriño, el presidente del Celta, se precia de conocer al dedillo los pensamientos e inclinaciones de todos sus empleados, porque ya me dirán qué es más o menos recomendable, si un fascista sincero y sin dobleces o uno callado y con secretos. Para mí no hay demasiada diferencias, porque son radicales, de un modo u otro. Sin duda, la patata era bastante caliente y la decisión tomada habrá sido la que se consideraba mejor en el momento, pero será un asunto que acompañe al Celta durante mucho tiempo. No sé cuánto tardaremos en saber si la decisión fue justa o un simple acto de discriminación.
Y no quisiera olvidarme de Abel Resino, un hombre cuyos ideales políticos deben ser del gusto del presidente, pero que como compañero vale bien poco. Desde mi experiencia en el periodismo deportivo he tenido conocimiento de peleas encarnizadas por parte de entrenadores para poder fichar por un equipo con todos sus ayudantes. Los técnicos suelen luchar con uñas y dientes por todos y cada uno de sus compañeros, desde el segundo entrenador hasta el preparador físico. Cuentan que a Abel sólo le bastó una llamada para decirle a Salva que se quedaba fuera, que en cuestión de un rato pasaba de ser su mano derecha a totalmente prescindible. Como leí a Rubén Uría (el periodista, no el segundo de Marcelino) hace un par de días, 'entre el honor y el dinero, lo segundo es lo primero'. Y si la política entra en juego, tal y como está el patio, muchísimo más.