Sobre la vivienda
La casa nueva estaba llena de decisiones compartidas: Las paredes en malva para el niño y un espejo gigante para el pasillo angosto; la estancia pequeñita para los invitados, un cuadro de Millet en el salón y el cierre del ventanal en blanco climalit. Todavía faltaban por elegir las lámparas y el cableado del tendido eléctrico colgaba desde las oquedades de los tabiques como serpientes decapitadas. Aún eran necesarias no sé cuántas visitas al Ikea y un último concilio apasionante en que decidir una infinita variedad de adminículos accesorios, como los tipos de grifos y las clavijas de los interruptores, la línea editorial de las cenefas o el número total de pulgadas del televisor.
Dentrode poco sólo quedaría vivirla. Vivirla y financiar a plazo fijo todas lasdecisiones, todos los intereses del poyo de la cocina y la plusvalía delalicatado del baño, que irá adquiriendo un raro sobrevalor en tanto la vidapase. Para avalar la hipoteca, sólo se tienenellos. Su compromiso con el banco y su fuerza de trabajo, optimizada con algunatitulación universitaria, para tasar más caro el alquiler del tiempo. Su únicagarantía de rentabilidad es el tiempo que les queda de vida, el cual puedenalquilar a la empresa de turno en función de los intereses de ésta, para lo que habrán de reivindicar su utilidady su valía como si no fuera cosa intrínseca a su existencia. –Tenemos que vendernos, corazón–le dice, a la barriga gorda de la embarazada, mientras inventan heroicidadespara el currículo, como una forma amarga de mendicidad. Todo consiste enconvencer a los sayones de recursos humanos de que son capaces de generar másdinero para la empresa que el que la empresa gaste en su mantenimiento. Pero enla empresa llegan muchos currículos y ella está embarazada, lo que compromete auna baja maternal inmediata y muy poco rentable. Y hay además muchos otros comoellos que incluso saben inglés y dominan el Office y el Windows y todos losgalimatías de los lenguajes de programación.
Seme ocurre que tuvieran que mendigar también el resto de derechos. Que tuvieranque rellenar un formulario para usar un rato el derecho a la libre expresión oel derecho a la vida. Solicitar un permiso formal, en base a sus credenciales,para poder gritar lo que piensan en mitad de la calle. O que tuvieran querenovar el derecho a la movilidad paso tras paso. Que los derechos del niño también dependierande empresas privadas y que hubiera que opositar para obtener su tutela judicialefectiva. Al fin y al cabo ¿No es eltrabajo un derecho? ¿No lo es la vivienda? Qué curioso que en el paraíso de lapropiedad privada se desprecie de esa manera la propiedad privada. Debe ser queestá mal entendida. La otra mañana en OndaCero escuché, en boca de CarlosHerrera y su hueste de opinólogos autómatas, que el Decreto de viviendapresentado por Izquierda Unida atentaba “contra el derecho a la propiedadprivada”. Como si la gente tuviera casa “privada”. Acaso quien dice tener unacasa en propiedad lo que realmente tiene es un contrato vitalicio con un banco,una declaración de sumisión o una garantía de desempeño por treinta o cuarenta años, en los cuales habrá de comulgarcon ruedas de molino si es menester, por aquello de la dignidad. Porque eltrabajo dignifica y también dignifica la necesidad y parece ser que tambiéndignifica vivir en la cuerda floja, que dignifica morir de hambre para pagarlas hipotecas y dignifica agarrarse a cualquier empleo por leoninas que sea lascondiciones del contrato, a fin de alejar los fantasmas de la vagancia y laindignidad del paro.
Quéfácil es hablar desde un estudio de radio de Onda Cero, desde una emisora quedebe su financiación a sus anunciantes, que son los mismos que establecen elprecio de las casas, los mismos que nos amarran con créditos esclavizantes ylos mismos que nos hacen creer que nuestro bienestar depende de su holgura y sumagnanimidad a la hora de conceder préstamos. Como si la gente no trabajara losuficiente como para tener que pedirle el dinero prestado a nadie. ‘Trabaja,trabaja duro, y si tenemos garantías de que seguirás en tu puesto mucho tiempo,entonces te dejamos dinero (conintereses, claro) para una casa, en cuya tasación intervenimos igualmente’. ¿Tedejamos dinero? ¿En serio? ¿Entonces mi trabajo para qué sirve? ¿Para demostrarque me porto bien, que soy digno de vuestra confianza, digno de vuestrasdádivas, como un perro regocijado por la caricia del amo?
Noquiero imaginar qué pasará con la pareja embarazada si los echan del trabajo,si no les renuevan el contrato o si se ven afectados por un Ere multitudinario.Al fin y al cabo son instrumentos legales, que pueden acaecer legalmente. Puedesobrevenir una somanta de despidos como hostias a la primera de cambio y queesté todo tan legalmente ajustado que lo único ilegal sea no pagar la hipoteca.Entonces por ende será ilegal habitar la casa y serán ilegales las paredesmalvas, estará proscrita la habitación del niño y empeñado el espejo y habráque regalar las acuarelas y prescindir de las almohadas y los cubrecamas. Y todavía hay quien dice que éste es, si noel mejor, el menos malo de los sistemas. Y un rábano, por decirlo finamente.¡Anda que no se pueden hacer cosas! ¡Anda que no queda por luchar aún! Puestodas nuestras vidas, fíjense, que las calles serán nuestras mientras nuestrascasas sean suyas.