Cucarachas redomadas
Es un ejercicio de paciencia infinita, incluso de masoquismo, solo apto para esfínteres de acero, pero analizar el contenido, la estética y los códigos de la publicidad da para una disertación tan tortuosa como extensa. Basta con ser fusilado por una descomunal ráfaga de ese minimalismo sensitivo para que surja una cuestión fundamental primigenia, ¿qué tienen los guionistas publicitarios en la cabeza?, a lo que ellos responderían sin vacilar con un “de todo, menos caspa”. Y ese “de todo” es lo que hace temblar mis canillas. Visto lo visto doy fe de que su ‘bizarrismo’ no tiene límites.
Algunos aún no se han percatado de que la teoría del puñetazo en el ojo como eslogan fundacional de este gremio era en sentido figurado. Melodías nauseabundas, niños repipis, famosos hablándote sobre su tránsito y flora intestinal, unos gatos desafinando. La consigna es clara, provocar. Escandalizar dentro de un estado de invulnerabilidad perceptiva. Secuestrar la atención de una audiencia saturada e inmune a mensajes tibios y planos. Histrionismo para la sociedad del espectáculo, que postulaba Guy Debord. Se quedaba corto.
Como consumidores nos ocurre como a las cucarachas. Tal cual. Estos ortópteros, como otros bichos, desarrollan una resistencia a los insecticidas, de manera que precisan una dosis más alta o nuevos productos químicos más agresivos para que el impacto sea inmediato y fulminante. Ante la virulencia del discurso televisivo, las audiencias desarrollan un anticuerpo cognitivo llamado indiferencia o pasotismo, que los creativos se afanan en fumigar con sus campañas, anhelando la fórmula que mejore el veneno anterior. Una bomba de relojería.
Hay un rebaño social mucho más permeable al riego por goteo de la publicidad. Cuántos adolescentes habrán retornado defraudados de madrugada procedentes de la discoteca con el rabo entre las piernas, tras rociarse indiscriminadamente de desodorante. Sí que marcaba el camino, pero el de vuelta a casa.
El target es fundamental. Los anuncios no están dirigidos a todo el mundo sino a segmentos de población concretos. A mí que dos niños realicen un lamentable simulacro de rap para informarme de que te regalan un utensilio para enrollar una rebanada de pan comprando 300 latas de paté, puede causarme estupor y hasta retortijones mentales, pero a un niño de 12 años quizás le resulte apasionante. Cuando Concha Velasco posa con una compresa para pérdidas de orina, solo puedo cavilar sobre si se trata de su caso personal o interpreta un personaje, no me siento identificado porque la incontinencia urinaria no ha llamado a mi puerta (la mía es la verbal, de momento). El caso de Belén Esteban, promocionando con gracia y donaire un bingo virtual, lejos de inducirme a la ludopatía, lo que suscita en mi mente es una plaga de inquietantes interrogantes, ¿qué habrá debajo de todo ese bótox y silicona? ¿será humana? Toda tuya, Iker Jiménez.
Hablando de salero natural. Amaia Salamanca en una piscina, hasta aquí todo correcto. Lo que no llego a entender es por qué de repente le introduce un tampón en la mano a un chico que andaba por allí para explicarle el fácil mecanismo. Una lección que sin duda marcará un antes y un después en la vida del muchacho. Se me escapa el trasfondo filosófico y la impronta moral.
Ejemplos hay cientos. Sin duda los que más me molestan son los que injurian a la (presunta) inteligencia del consumidor, por decir algo. Un famoso cocinero y una simpática actriz te cuentan con pedante entusiasmo y regocijo los beneficios en el estado anímico de comer determinados yogures. Mi humor se rebrinca, patalea y gruñe cuando recalcan como argumento de venta que a partir de ahora dichos lácteos estarán mezclados con un 50% más de fruta y de mayor calidad. Teniendo en cuenta que el producto lleva años en el mercado, ¿eso quiere decir que antes los vendían con tres trozos de fresas y podridas? Intenten disimular al menos.
Hay dos categorías en las que España arrasa respecto a competidores foráneos, en la de Iglesias por número de habitantes y, por supuesto, en bares. “Aquí o eres de barra o eres de mesa”. Así reza el alegato convencido que una marca de refrescos realiza sobre la preponderancia del tubo de cerveza sobre el tubo de ensayo imperante en el país. “Los satélites detectan un bar cada 18 segundos”, la pregunta es, ¿cuántos parados localizarían en ese mismo lapso de tiempo?. “Si no encuentras a alguien, está en el bar”, sí, puliéndose los últimos céntimos del subsidio y con el currículum de posavasos. Aunque sin duda, la frase estrella es “vamos a echar una mano a nuestros bares”, mientras los bancos nos las echan al cuello. ¿Quién necesita casa teniendo tascas? Demencial. Para cuando te quieres dar cuenta estás de pie increpando a una pantalla. Lo han conseguido. Hemos perdido el norte. El sur ya nos lo arrebató una marca de cerveza ofreciendo una sui generis versión sobre distribución de los hemisferios cerebrales. Por supuesto, la parte más meridional de nuestra sesera se vinculaba a la juerga, verbena, sarao, etc.
La originalidad es a la publicidad lo que la honestidad a la política. Por mucho que un anuncio de refrescos busque desmontar ese axioma tributando un homenaje a los ediles. Cierto es que muchos dirigentes de diminutos municipios, aldeas, pedanías… rigen los designios de sus localidades ajenos al tráfico de influencias, corrupción, fraude, cohecho, etc. Al margen de eso, es demagogia barata que se resalte en un anuncio el hecho de que un alcalde se baje el sueldo para que el pueblo cuente con un médico. ¿Lo lógico en caso contrario sería dejar morir a los vecinos por un resfriado? Que se enaltezca la profesionalidad como una excepción es el peor de los síntomas. ¿Se imaginan que cirujanos y bomberos se contagiaran de ese modus operandi? El apocalipsis va a llegar…