La rebequita
Estoy en la barbería de don Antonio haciendo tertulia y el maestro haciendo lo que puede con las tijeras de podar. Está el hombre harto de tanto calor, como estoy yo y supongo que muchos de ustedes. Ya metíos en octubre, como el que dice, debería de haber caído algo de agua y sobre todo debería soplar el viento de poniente, ese airecillo constante que ya ni se recuerda y que empezaba a refrescar a media tarde, el mismo que aprovechábamos los niños para echar a volar las pandorgas por este tiempo, por este tiempo que ya no es lo que era.
Le recordaba al maestro barbero mientras recorría con inigualable destreza y con la maquinilla occipital, frontal, temporal y parietal, un detalle muy revelador. Hace unos cuantos años, demasiados para recordarlos, es cierto, uno salía por la tarde en agosto con la rebequita. Te lo decía tu madre: “niño, llévate la rebequita que luego refresca”, y tú, obediente, te la echabas al cuello por si luego refrescaba, que refrescaba, eso seguro. Ahora sales con una rebequita un veinticuatro de agosto o un dieciséis de julio y te mira todo el mundo con lástima, no con asombro: “míralo, pobrecito, no andará bueno de la cabeza”, e igual hay alguno todavía que se presigna: “ay, Señor, Señor, qué cosas nos quedarán por ver”.
Andábamos recordando don Antonio y servidor, que para las fiestas del santo en el pueblo nos poníamos la chaqueta de verano, que ahora es como si no existieran, las chaquetas digo, como por Colombinas al salir de casa no faltaba algo con que cubrirse del fresco o, en todo caso, del relente. También me venían a la memoria las veladas de cine en el San Fernando, todo el mundo en la cola –entonces además de refrescar por las noches, se iba al cine– con el cojín que te guardara las culaperas de los bancos de hierro, y una manta con la que taparte si refrescaba. Y ustedes recordarán que refrescar, refrescaba.
El calentamiento global no significa que vaya a hacer más calor en general todo el año, que es lo que de común se piensa, sino que las temperaturas se van a extremar, de modo que los veranos serán más largos y más jodidos, como también los inviernos van a ser más largos e igualmente más jodidos. Es como si no existieran más que dos estaciones. Hará más calor, más sequía, pero lloverá más y también hará más frío. De hecho les puedo asegurar que las nevadas, si vivimos todavía unos años y no la espichamos el mes que viene, las vamos a tener en Huelva continuas y seguras todos los años. El calentamiento global, por mucho que los telediarios no salgan del cuádriceps de Ronaldo o el peinado de Ramos, también existe. Como Teruel mismamente, el calentamiento global antropogénico –derivado de la actividad humana– existe.
De este calentamiento y sus consecuencias económicas, será mejor no hablar porque el mundo se adapta a todo, y si no miren a los miles de marroquíes que antes vivían tan ricamente de la agricultura en el sur a orillas del Sahara, que es palabra que sifnifica eso, orilla, y el Sahara se los ha tragado, a sus cultivos y a sus modos de vida. Ahora andan muchos de ellos por aquí, protagonistas de una migración económica que nadie quiere reparar en sus causas o nadie quiere mirar de frente. Los políticos, pobres, no atienden a estos problemas nimios del género humano, del planeta que habitamos y jodemos a diario, sino que están ocupados en cuestiones más relevantes, como puedan ser las fechas de celebración de un referendum para echar a los catalanes independentistas de España o algo así, averiguar si la prima de Bárcenas tiene algo que ver con la de riesgo o si la juez Alaya es una heroína de estos tiempos o pariente del malo de Batman. De lo que ocurra con los climas, ni a los políticos ni a los medios por ellos controlados, les merece la pena dedicarles un segundo. La historia está en repetirse de continuo y terminar repitiéndonos a nosotros, porque estas cosas la verdad es que a mí al menos me repiten un montón y eso que le quito al ajo ese brote verde interior que dicen es el culpable de que te repita el gazpacho y no la lógica oxidación del pan con el vinagre.
De modo que, para evitar males mayores y como a nuestras dignísimas y veneradas pero nunca suficientemente alabadas autoridades les importa un pimiento lo del calentamiento global, hagan el gazpacho sin pan. En primer lugar porque no necesitamos, como los gañanes de antaño, aplacar el hambre con una hogaza de pan, y en segundo lugar porque nada aporta de sabor el pan a tan excelsa combinación de verduras, vinagre, sal y aceite. Es un consejo de uno que ahora mismito está cerrando la ventana porque está entrando fresco, y si está entrando fresco es que se acaba el verano y si se acaba el verano es que viene el invierno. Del otoño, como de la primavera, poco a poco nos vamos a tener que ir despidiendo. Del gazpacho, no, que para eso está el gazpacho de invierno.