Rivera y el social liberalismo

Cada vez entendemos mejor las palabras y el proyecto de Albert Rivera para el estado español. No engaña y dice lo que piensa aunque antes tenía un mensaje oscuro, quizás porque no había previsto que buscar representación fuera de Cataluña es un proyecto de gran envergadura y que precisa grandes respuestas.

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Le vi hace unos días pronunciarse sobre el aborto y sobre los matrimonios entre homosexuales, defendiendo la actual ley de plazos en el primer caso y a las uniones gais tal como ahora están establecidas. Buena decisión. En cuanto a las ayudas al estudio, también le he escuchado decir que deben existir pero se pronuncia claramente por el rigor del esfuerzo, en una línea muy cercana a lo que piensa el PP. Como se ve, en estos casos las opciones ya están marcadas siendo muy difícil ser novedoso.

Albert Rivera dice recoger las tradiciones socialdemócrata y liberal europeas y conjugarlas en un movimiento ciudadano que aspira a participar en la gobernabilidad de España.  Hasta en tres ocasiones dice haber ofrecido colaboración a UPyD con un claro no por parte de Rosa Díez. Eso no es comprensible teniendo en cuenta que en el conjunto del Estado, las formaciones de Díez y Rivera se mueven en un espacio casi común, esencialmente en la idea que ambos tienen de lo que debe ser el diseño territorial: una descentralización administrativa sin casi reconocimiento político a las comunidades. Y creo que, para representar ese social liberalismo o liberalismo social de corte europeo y moderno al que aspira Rivera, su idea de España choca con el dinamismo de una buena parte del electorado que estaría dispuesto a apoyarle en otras cuestiones.

   

Naturalmente que la honradez, otro de los paradigmas del político catalán, es asumible por la mayoría del electorado –o por todo el electorado-, pero su deseo de mantenerse estrictamente dentro del sistema actual puede alejarle también de las capas más activas de la sociedad. Aspira Rivera a una ley electoral más justa y abierta, al igual que UPyD, IU y buena parte de los ciudadanos, pero la pregunta es por qué no aprovecha la ocasión y ofrece un programa de superación del sistema actual y la refundación del Estado sobre bases de auténtica regeneración democrática o, como siempre me ha gustado decir, redemocratización política de España. Me parece que entre el posible electorado de Rivera nadan tanto los que esperan esa actitud profundamente reformista, cuando no rupturista como los españolistas acérrimos –muchos de ellos votantes del PP-, que esperan una vuelta al centralismo político o a la aplicación de estrictas restricciones competenciales. 

Mucho me temo que el exceso de celo de Rivera por ocupar amplísimas capas del electorado, con propuestas que pueden gustar  unas a un lado del río y otras al otro, podría llevarle pronto a entrar en contradicción o, caso de participar en responsabilidades de gobierno, a decepcionar antes que después a una parte de su posible electorado inicial. Levantar irritaciones o, lo que es peor, llevar a la gente a un desafecto todavía mayor por la política y los políticos del que hoy ya existe, ni es recomendable para la paz social  ni para Albert Rivera ni su Movimiento Ciudadano. La llamada tercera vía debe ser bienvenida en un cosmos político que no manifiesta la menor voluntad de cambio –excepción hecha de la propuesta desesperada de Pérez Rubalcaba por el modelo federal-, pero creo que se le debe pedir mayor definición y compromiso con el cambio político y la remodelación del Estado que tanto necesitamos. Por otro lado, me pregunto qué pensarán los partidos independientes municipalistas y qué margen de coincidencia pueden tener con este movimiento social liberal y que quiere la regeneración de la política y de la administración. Ahí queda la pregunta para general reflexión de quienes buscan algo parecido en sus pueblos y ciudades y con un electorado que es el que es, puesto que no hay más, y en el que se podría dar la batalla por los ayuntamientos. 

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