Volando más allá de la 'Protohisteria'
A vueltas con los avioncitos. Otra vez recurrentes loopins, cabriolas aéreas, acrobacias etéreas y oscilantes que dibujan aeropuertos de naipes en el aire. Infumable. “Feliz de estar allí arriba y volaba, volaba feliz más alto que el sol y aún más arriba, mientras el mundo poco a poco desaparecía lejos allí abajo”.
Como en la canción de Domenico Modugno ‘Nel blu dipinto di blu’, el presidente de la Diputación onubense, Ignacio Caraballo, junto con su séquito, prosigue levitando hacia una dimensión a años luz de la esfera onubense. Prueba de ello es que el tantas veces futurible aeropuerto Cristóbal Colón se abona a la picota y planea sobre ella con asiduidad pasmosa. Un déjá vu (traducido al castellano, muy cansino). Esta debe ser la versión 18.0 del proyecto, tras más de un lustro paladeando el concepto e indigestándonos con él hasta aborrecerlo. Es el espontáneo que irrumpe mostrando sus atributos en momentos de máxima audiencia. Fuegos artificiales.Como Ícaro, hijo de Dédalo en la mitología griega, la obcecación y fascinación por dominar los cielos hace olvidar que sus alas de cera no soportarán el calor del sol y caerá en picado, precipitando su destino a un funesto pero no menos previsible final. La avioneta ‘choquera’ (no referido a colisión, al menos todavía) cuenta con una infraestructura obsoleta y equipamiento insuficiente, mientras que a nuestros políticos les apasiona viajar en chárter, con exceso de equipaje y en clase business. En materia de transporte, Huelva permanece en un estadio intermedio entre la Prehistoria y la ‘Protohisteria’. La evolución es urgente e imperiosa, pero a través de un proceso gradual e integrador, que sobre todo socave la red viaria, la del ferrocarril y las conexiones interprovinciales como punto de partida. Ahí reside la necesidad primigenia. Un mamotreto aeroportuario en las entrañas de Huelva puede otorgar caché, solera, notoriedad y distinción, eso que tanto enamora a los gobernantes, pero sería como pretender pasar de cero a cien en cinco segundos con un Seat Panda, písale el acelerador todo lo que quieras, pero lo lógico es que se gripe el motor, en el mejor de los casos. Vamos, que ni con oxido nitroso. Sobre plano, reluce un tejado de un vanguardismo supino, pero ¿y los cimientos, los muros de carga, las puertas…? Es lo que pasa cuando contratas (votas) a arquitectos low cost. Actualmente, nuestras ventanas al mundo, guste más o menos, se llaman Sevilla y Faro, y los pernios que permiten asomarnos se bloquean y atascan con frecuencia, las bisagras no están lubricadas y la oxidación contribuye a que no pueda abrirse con facilidad. Metáforas al margen. Se trata de rentabilizar la logística ya en ciernes y maniatar al derroche en lo posible. No es cuestión de dilapidar, marginándolo, un sistema deficiente (por desdén político) erigiendo otro potencialmente vulnerable que, además, sería de dimensiones bíblicas. Engrasen los goznes del ventanal, que corra el aire y luego ya veremos. Situémonos en el mapa, convirtámonos en un enclave asequible para las localidades de alrededor y luego ya fantaseemos con vender la Atlántida como reclamo exterior. Mírense al ombligo, señores políticos (perdón por la imagen mental), nos convierten en una isla, un excelso y paradisíaco oasis inaccesible, sin olvidar que condenan a sus moradores a tortuosas peripecias para desplazarse más allá de nuestras orillas. Por ejemplo, los autobuses que conectan Huelva con esta localidad del Algarve son prácticamente nulos, dos al día, uno por la mañana (alrededor de las 9) y otro por la tarde; igualmente ocurre en el itinerario inverso. Insuficiente. Teniendo en cuenta que Ryanair, uno de los operadores más prolíficos en este aeropuerto, suele establecer madrugadores horarios, obliga (como opción más económica) a usar las instalaciones como catre y pasar una velada rodeado de pantallas luminosas, personal de mantenimiento y una megafonía que recuerda que no descuides el equipaje so riesgo de ser saqueado. Idílico. Unos 5.000.000 de pasajeros aterrizan en Faro al año, un 10% de los cuales (500.0000) se dirigen a nuestras fronteras. La mayoría de ellos se quedan ‘atrapados’ en la población portuguesa y se ven obligados a perder un día de sus vacaciones planificadas en Huelva, ante la imposibilidad de proseguir con lo planificado. Amén del perjuicio del turista, eso supone un expolio para la hostelería y los hoteles onubenses, a quienes les arrebatan pernoctaciones y consumo. Otro hándicap es la carestía del billete de autobús, motivado por los peajes, que incrementan el precio elevando el montante final de un trayecto de 80 kilómetros a 16 euros, únicamente la ida. Desmesurado. Existen descuentos y exenciones para los vecinos del margen occidental de La Raya, mientras que los onubenses pagamos íntegramente abusivas tasas sin excepción. Apenas un leve pataleo ha sido toda la reacción oficial ante los aranceles lusos. Agravio comparativo con pasividad como agravante. Tienen trabajo por delante. No se trata de una negativa rotunda a un proyecto de este calibre, es simplemente ponerlo en perspectiva. Una de las bazas esgrimidas hasta la saciedad por la Diputación es la panacea de la gallina de los huevos de oro (últimamente estreñida), el dinero privado. Para desmarcarse, sostienen que su rol es solamente ejercer de puente (hablando de puentes, ¿recuerdan aquellos que iban a unir la capital con Punta Umbría?, preciosa maqueta aquella) entre el gobierno central y el mejor postor. Se enrocan en el argumento de que no existiría inversión de la administración, neutralizando cualquier sospecha de especulación, ‘excusatio non petita, accusatio manifesta’. El Ministerio de Fomento da largas y guarda silencio. Las empresas interesadas aseguran que Huelva es una mina de oro inagotable y un enclave estratégico único. Nuestros políticos babean (perdón de nuevo) embelesados con los halagos. Facilones y promiscuos se arrojan a los brazos de quienes les agasajan con promesas de amor ¿Letra pequeña?, meras formalidades. Por una vez, sin que sirva de precedente, no seamos el pardillo de la clase que se lleva todas las collejas en el recreo. Porque en el caso hipotético (todos sabemos que jamás podría pasarnos lo mismo que en Castellón, claro está) de que aquella faraónica construcción pasase de pirámide opulenta ostentadora a un columbario de imprudencias, ¿quién asumiría responsabilidades si la compañía que lo regenta quebrase y pusiese pies en polvorosa? Bonito pufo sería. Qué agorero. Lagarto, lagarto. Toquen madera, que para eso somos un paraíso de la celulosa.@ManuelGGarrido