No cedamos ante los voceros del Gobierno

El último día estuve comiendo con mi familia. En cierto momento de la vianda, la conversación tomó un giro político. Sin saber cómo, me vi criticando ferozmente las políticas de austericidio de los dos últimos gobiernos, defendidas a capa y espada por mi padre y el hombre que está casado con mi hermana.

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Tardé poco en apreciar lo rápido que habían germinado las semillas lanzadas por tertulianos y voceros del gobierno en las mentes social adormecidas, como diría el vocalista de Extremoduro. Salieron a colación inmediatamente los nuevos lugares comunes de la política actual, como la tan esperada bajada de la prima de riesgo o los maravillosos brotes verdes patentes en la destrucción más lenta de empleo. Todos ellos tan frecuentes en las conversaciones de esta índole como frecuente es ignorar  la bajada de los salarios, de las pensiones, la subida de la edad de jubilación o el trabajo a destajo. La respuesta de mi padre fue la tan socorrida vía de escape utilizada por la derecha: hay que vivir peor o nos quedamos sin el dinero de los mercados.

Esta mañana quedé con mi padre a desayunar para que al pobre hombre se le quitara el mal sabor de boca que dejan estas disputas familiares sin importancia. Es lo menos que podía hacer tanto por calidad humana como porque, a pesar de haber abrazado la doctrina de libre mercado tan abiertamente, mi padre ejerce su pequeña actividad solidaria ayudando a llegar a fin de mes a su hijo en paro, o séase yo. Esto no es nada extraño en los tiempos que corren. Es sobradamente reconocido por grandes economistas que la única razón por la que el país no se halle en la hecatombe social es por los fuertes lazos de solidaridad familiar de la sociedad española. Algunas familias subsisten gracias a los abuelos y sus pensiones, las cuales son probablemente muy superiores a las que podremos disfrutar los jóvenes en el futuro.tA veces me pregunto cómo es posible que mi padre viva en tamaña contradicción. 

Ayudar a alguien a llegar a fin de mes y a la vez decirle que debe asumir  un futuro y un presente de penuria es de locos, o de ciegos. Es ésta una ceguera creciente que impide ver cómo en España se va formando poco a poco una frontera invisible que divide a dos grupos sociales que viven la crisis económica de diferente manera. Por un lado, los que nacieron en la época de los salarios dignos (en ocasiones desorbitados, en ocasiones escasos) y por el otro los que malviviremos con sueldos basura y con peor jubilación. Es una frontera que la marca el año en que naciste o el año en que tuviste acceso a tu trabajo. Esta línea invisible divide mundos de un mismo país  y se extiende cada vez más por más países Europeos. Ya no necesitamos irnos a otros continentes para encontrar ciertos panoramas. 

Como respuesta ante la erección de esta frontera generacional, los jóvenes obtenemos ayuda económica por parte de nuestros mayores pero también apatía política e incomprensión en nuestras protestas. Algunos no comprenden todavía que la España de los derechos sociales que se construyó durante la transición tenía fecha de caducidad y no era heredable para nosotros y menos aún para nuestros hijos. ¿Qué ocurrirá si estalla otra crisis parecida a la actual? Ya no habrá nadie de la generación de los derechos sociales para ayudarnos.

De sobra son conocidas citas de empresarios como Puig, Díaz Ferrán o Rosell sobre la necesidad de rebajar los salarios, secundadas a su vez por políticos de los grandes partidos. Más duro es oír estas palabras en boca de allegados o gente cercana a nosotros que no se encuentra, de puro milagro, en el lado malo de la frontera invisible. Por ejemplo, familiares que se han deslomado por conseguir su pensión y que ahora, sin mala intención, se empeñan en contagiarnos su ceguera, como en la fábula de Saramago. Ante esta situación solo nos queda ser tozudos y no dejarnos llevar por las masas. No cedamos ante los voceros oficiales del Gobierno. Defendamos nuestras ideas en cada bar, en cada cena de familia o amigos, en cada conversación. Frenemos su cortedad de miras y no  nos dejemos llevar por la derrota. 

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