La perversión de un legado

Ha sido un fin de semana ajetreado, sumido en un obituario continuo por esa despedida prolongada a un hombre al que se dio por muerto el viernes, pero que no dejó de respirar hasta ayer. Se fue Adolfo Suárez, primer presidente democrático en España, y ayer fue un día para el recuerdo de una etapa apasionante y decisiva en la historia del país.

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Nací en el 83. No viví la transición  a un estado democrático, la estudié. Y con el paso del tiempo he ido formándome una idea de lo que fue aquello, de lo que supuso y de lo que costó. Mi profunda admiración por un hombre que se convirtió en el héroe que nadie esperaba y al que no se le trató como tal en su momento. Dicen que en España somos los mejores enterrando a nuestros muertos... después de haberlos matado, claro está.

Pero no quiero hablar de eso, no se trata de ensalzar su figura, por más que pueda merecerlo. Es otra cosa. Durante el día de ayer se revivieron muchos momentos de aquella etapa. Momentos difíciles, pero ilusionantes. Una puerta abierta a un futuro que se presumía brillante, si los españoles querían, claro. Y quisieron, al menos en inicio. Debo confesar que ayer sentía envidia de los españoles que hace treinta años afrontaban un horizonte nuevo, con mucho por hacer y construir. Partidos nuevos, una democracia limpia y sin manchas, con una lacra importante como la de un terrorismo vivo y despiadado, pero con una conciencia política limpia y, sobre todo, inocente. 

Porque, en aquel momento, créalo, ir a votar pensando que eso servía para cambiar las cosas era lícito. Nadie tenía razones para sentirse estúpido por depositar su confianza en alguien para dirigir el país. Los problemas han venido durante el camino recorrido hasta hoy. Tanto se ha pervertido, tanto se ha pisoteado, que después de 40 años de una dictadura que aún seguimos pagando a nivel social, cultural y económico, sólo hemos necesitado 30 para eliminar cualquier atisbo de un espíritu democrático verdadero. Quizá menos, porque la clase política española lleva dando razones para sentir vergüenza y desconfianza muchos años, sólo que ahora no hay manera de esconder tanta basura acumulada. 

Visto todo esto, no es extraño que ahora lo único de lo que se habla en la calle es de no ir a las urnas, de no apoyar absolutamente a nadie. Yo lo comparto, por cierto. El voto en blanco es el supuesto castigo de los que no confían en nadie, pero nadie le presta atención. Prueben a ver los informativos tras unas elecciones, las reflexiones de los candidatos. Nadie habla del voto en blanco. Es el absentismo electoral el que realmente preocupa y asusta. Quizá sea un golpe a la democracia, pero nadie debería extrañarse si se llegase a un 50% de abstinencia en las próximas elecciones generales. 

Alguno dirá que para alguien como Suárez, que tanto arriesgó para que todos pudiéramos ejercer nuestro derecho a voto, sería poco menos que un agravio. Prefiero verlo de otro modo. Durante el día de ayer escuché varias veces el término 'audaz' para definir a un personaje que hizo lo que tenía que hacer para transformar un sistema arcaico e injusto en otro mucho más moderno y prometedor. No me atrevería nunca a hablar sobre lo que hubiera pensado o no el ex presidente sobre este asunto, pero sí tengo la sensación de que seria muy cercano a uno de los muchos principios de una mente privilegiada como la de Albert Einstein: Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo.

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