Carolina y su volantazo mundial

Dicen quienes la conocen que Carolina Marín abandonó una de sus grandes pasiones en su más tierna niñez, cuando el bádminton irrumpió azarosamente en su vida. Aunque su idilio con el baile nunca se extinguió del todo y le reservó un apartado privilegiado en su identidad deportiva. La plasticidad, elegancia, estética y pragmatismo de esta disciplina artística se mimetizó en su juego, acoplándose de manera natural. Como la lenta y sinuosa cadencia de un bolero; la agresividad, firmeza, rectitud y vigor de un tango; la esbeltez, el garbo y el brío del flamenco (su preferido)… cada punto, cada set es un concierto rítmico, un recital donde su pareja de danza es el volante, con el que profesa una sintonía y complicidad exquisita.

Huelva24

Huelva

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Dicen quienes la conocen que Carolina Marín abandonó una de sus grandes pasiones en su más tierna niñez, cuando el bádminton irrumpió azarosamente en su vida. Aunque su idilio con el baile nunca se extinguió del todo y le reservó un apartado privilegiado en su identidad deportiva. La plasticidad, elegancia, estética y pragmatismo de esta disciplina artística se mimetizó en su juego, acoplándose de manera natural. Como la lenta y sinuosa cadencia de un bolero; la agresividad, firmeza, rectitud y vigor de un tango; la esbeltez, el garbo y el brío del flamenco (su preferido)… cada punto, cada set es un concierto rítmico, un recital donde su pareja de danza es el volante,  con el que profesa una sintonía y complicidad exquisita.

Tuneando el hit noventero de M-Clan, cuando la risueña y aún bisoña onubense aterrizaba en Copenhague para disputar el torneo, todos pensábamos que la dulce niña Carolina no tenía aún edad para ganar un Mundial. Lo único cierto es que sus rivales terminaron tarareando, ‘esa va a ser mi ruina, pequeña Carolina, vete por favor’. Pero no se marchó. Siguió avanzando, eliminatoria a eliminatoria, dando pequeños pero certeros pasos.

‘Carolina, trátame bien, no te rías de mí, no me arranques la piel’ clamaban quienes se enfrentaron a ella. Pero su apetito era voraz, insaciable. Una vez superado su techo quiso más y al final terminó comiéndose a cada rival que se topó en su camino. Cogiendo prestadas las estrofas del grupo murciano (aprovechando que Ramoncín estará de vacaciones), no quedó en la pista una esquina tras la que sus contrincantes se pudieran esconder. Siempre aparecía Carolina con algún tipo de interés: ni más ni menos que luchar por las medallas. Fue vinagre para las heridas y dulce azúcar al final… y qué final.

Nadie hubiese apostado en España hace unas semanas que el bádminton le levantaría del asiento con un brinco de júbilo y emoción, le robaría un ¡vamos! o le haría apretar el puño con furia. Se habrían desternillado al imaginar que les haría pasar una hora y media pendiente del televisor, olvidándose por completo del Mundial de baloncesto, la Vuelta Ciclista o el desarrollo de la segunda jornada de Liga de fútbol. Pero así fue. Las redes sociales echaban humo, la inquietud se generalizó cuando Teledeporte tardaba en conectar para emitir la final, nadie quería perderse aquella proeza. La responsable de ello fue una joven de Huelva, silenciosa, sin aspavientos, humilde y tenaz. Con apenas 21 años declaraba la guerra a la historia, a la tradición de un deporte con acento oriental. Desafiaba a un imperio con un nutrido ejército de jugadoras adiestradas en las mejores escuelas y centros. Su atrevimiento le llevó a replicar el dogma del ránking, venciendo a quienes copaban los primeros puestos. Las quinielas aventuraban que no llegaría lejos, pero ella respondió con un firme ‘no ni ná’. Con su triunfo, Carolina ha dado un volantazo al panorama internacional del bádminton.         

Ni el cansancio, habilidoso y correoso enemigo, pudo doblegarla, a pesar de su insistencia en un exigente campeonato. Dominó cada faceta. Fue maestra estratega en la partida de ajedrez simultánea que se disputa en este deporte. Protegió al rey, su concentración, de las artimañas rivales que bloqueaban sus movimientos certeros con reclamaciones arbitrales y lesiones balsámicas: un jaque poco ortodoxo pero legal. Los férreos peones que la parapetaron en la victoria fueron la serenidad y el sosiego. Dos características más propias de una veterana.

Mirada indescifrable, un páramo de expresividad en su juego, ni una mueca, rostro opaco, ilegible, al más puro estilo oriental. El hermetismo solo se quebrantaba de manera fortuita por espasmódicos gritos de aliento en la consecución de cada punto, una válvula canalizadora de puro nervio contenido. Una máquina de competir, incluso sus gestos son matemáticos, secuenciales, con un repertorio de ‘tics’ o rutinas muy asociables a las de su gran ídolo, Rafa Nadal. Varios pasos laterales, desliza su mano derecha por su frente, seca el sudor y con un golpe seco de codo se desprende de él. Y así hasta que un forzado golpe de la china Li Xureui (número 1 mundial) se topa con la red, en una trampa tejida por Carolina a base de coraje y pericia que le ha permitido cazar a su mayor presa (presea en este caso) hasta el momento, pero no la última.

PD: Para quienes catearon geografía, véase TVE y Canal Sur, que últimamente acostumbran a ponerle el apellido hispalense a los tesoros onubenses, como medida preventiva les recalco que Carolina Marín nació en Huelva, desde hoy, capital del bádminton mundial.

@ManuelGGarrido

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico
Reporta un error en esta noticia