Meada tántrica en el botellón

Al margen de disquisiciones éticas, educativas y de salud, beber supone un elemento de conviavilidad para los jóvenes, un símbolo en torno al cual trazan e intensifican lazos de amistad, siendo, además, un potente desinhibidor de la personalidad para ellos. Ese es el papel que ejerce en el ecosistema social, guste más o menos. El botellón es una manifestación destilada y/o fermentada por la rebeldía, ejerciendo como foco de interrelación fuertemente arraigado en estas latitudes. El debate sobre este fenómeno ha generado una ferviente controversia y un único punto de encuentro auspiciado por el peso de los acontecimientos, no hay duda de que es incontenible y que la solución no pasa por vetarlo.

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Funciona como un movimiento reactivo motivado, entre otros factores, por una limitación. Los bares y pubs suben los precios de las copas y superan con creces el presupuesto de los adolescentes, a quienes les sale mucho más rentable adquirir sus propias bebidas. En esta coyuntura, el Ayuntamiento se ha dedicado a amordazar una realidad que pide a gritos algo más que cíclicas permutas en su localización. Y es que el botellón en Huelva ha vivido etapas de peregrinaje, aterrizando finalmente en la zona del Puerto. Con la manida excusa (no exenta de cierta lógica) de evitar molestias a los vecinos, se han ido justificando decisiones parciales, consistentes en modificar su emplazamiento sin estudiar en profundidad el epicentro de las implicaciones que rodean a este asunto. Una huida hacia adelante constante.  

Ahora, los jóvenes se ven obligados a desplazarse hasta la zona portuaria, lejos de las discotecas del centro, lo cual les obliga a recurrir a sus vehículos para trasladarse. Una circunstancia que removida con el alcohol se convierte en un cóctel explosivo. Sin embargo, hay un sector de la juventud que prefiere desafiar a la ley 7/2006 del 24 de octubre, que prohíbe consumir alcohol fuera de los espacios acotados para ello. Clandestinamente ‘acampan’ con sus lotes de alcohol en callejones y plazoletas poco frecuentadas del casco urbano para esquivar las multas, exponiéndose a ser pillados in fraganti.   

Se arrincona y margina, pero no se aborda el problema. El traslado de sede ni siquiera ha reducido las protestas de residentes en los aledaños, ya que el ruido y la suciedad siguen siendo dos factores acuciantes a los que no se ha dado solución. Continúa sin respuesta la necesidad de habilitar urinarios públicos portátiles para que los jóvenes cuenten con un espacio específico para algo tan básico. Los políticos se apresuran, siempre que se aborda esta cuestión, a realizar un llamamiento al civismo dirigido a los adolescentes. Un sermón adoctrinador que bien podrían aplicarse a sí mismos.     

Estamos de acuerdo con que hay que evitar el pernicioso efecto que meadas, cagadas, potas y deposiciones varias provocan en el mobiliario urbano. Pero, señores políticos, quizás ustedes hayan desarrollado una habilidad que podríamos definir como micción tántrica (o mear hacia adentro), pero la mayoría de los mortales aún precisamos de un retrete para atender a nuestras necesidades fisiológicas. Rásquense el bolsillo y pongan un mísero wáter donde puedan evacuar. Solo entonces podremos exigir pudor, respeto y madurez en ese sentido, pero no antes. Sin que esto se interprete como un alegato exculpatorio de borrachos y descerebrados que aprovechan la coyuntura para dar rienda suelta a sus fechorías y actos vandálicos.

Tampoco hay que perder de vista que los chavales pasan horas en un recinto no acotado a escasos metros de la Ría, en un espacio completamente a la intemperie, sin edificios ni elementos arquitectónicos para guarecerse. El principal peligro reside en que corren, bailan, e interactúan en las inmediaciones de una carretera transitada por camiones de gran tonelaje y coches que circulan a gran velocidad. El estado de embriaguez y el consiguiente letargo del raciocinio y la atención pueden desembocar en importantes desgracias.

La vigilancia y la seguridad son dos factores cruciales y en ambos flaquea el botellón. Los dispositivos policiales son insuficientes e intervienen en casos muy puntuales, de manera que su labor es más disuasoria que activa. El control no es efectivo y el zafarrancho es casi absoluto, con un desmadre de ruidos, gamberradas, trapicheos, agresiones... Ahora, el Muelle del Tinto, el Parque de las Palomas o el Nuevo Colombino lucen llenos de basuras tras los fines de semana, unos desperdicios que, en ocasiones, permanecen allí durante días e incluso semanas. Todo esto en una zona, la del Ensanche Sur, que pretende ser un referente, el punto neurálgico de la expansión de Huelva para erigirse en un reclamo de visitantes.

@ManuelGGarrido

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