Andalucía en la encrucijada
Mientras escribo estas líneas está dando comienzo la campaña electoral para las elecciones andaluzas que tendrán lugar el próximo 22 de marzo. Unas elecciones que podemos calificar como inesperadas y que algunos incluso consideran precipitadas. En cualquier caso, unas elecciones que suponen el principio de un año cargado de citas electorales y que llegan en un momento de intensa actividad política y de cambio social y económico.
El panorama político andaluz y nacional ha cambiado considerablemente en estos últimos cuatro años y, más concretamente, desde las últimas elecciones europeas. El surgimiento de Podemos ha supuesto un punto de inflexión en un proceso de transformación política que se venía fraguando desde los comienzos de la crisis y especialmente desde el 15M. La ciudadanía se ha ido desvinculando progresivamente de los políticos, especialmente de los partidos tradicionales, como consecuencia de los numerosos y escandalosos casos de corrupción y fraude y por sentirse traicionados por las medidas que se han ido aplicando desde el comienzo de la crisis. Así, mientras las condiciones de vida de la mayor parte de los españoles se volvían cada vez más difíciles – pérdida de empleo, dificultad para pagar la hipoteca, subidas de impuestos y bajadas de prestaciones, estafas bancarias, recortes en becas y sanidad… – en televisión no dejábamos de ver cómo los mismos que nos imponían sacrificios habían formado parte de manera más o menos activa de un sistema corrupto y clientelista, que ha dado como resultado del saqueo de las cuentas públicas para enriquecimiento de unos pocos y el engorde de sus cuentas suizas y andorranas.
Los ciudadanos se han desvinculado de los políticos, sí, pero no de la política. Por el contrario, el interés por la política en estos momentos es muy superior al que existía en los años previos a la crisis. A ello ha contribuido sin duda el desarrollo de la política-espectáculo que se desarrolla en los debates de televisión en horario de prime time, pero no es el único motivo. Los ciudadanos han comprendido que sus problemas no se van a solucionar por desentenderse de la política y que en todo caso, ello sólo contribuiría a dar más carta blanca a los que gobiernan de espaldas a la realidad y a sus problemas. Como consecuencia, se observa el surgimiento de nuevos partidos, como Podemos o Ciudadanos, que para muchas personas suponen la esperanza de una nueva política, regenerada y limpia de corrupción y cercana a los ciudadanos. El tiempo dirá si estos políticos son merecedores de las esperanzas que los ciudadanos han puesto en ellos o si por el contrario, supondrán una nueva decepción para sus votantes.
La situación económica no es menos desafiante que la política. Tras siete años de crisis, Andalucía se enfrenta a un futuro incierto. Nos encontramos con una población empobrecida, una clase media en riesgo y una juventud desmoralizada por años de paro y emigración forzosa. La construcción ya no mueve la economía andaluza y, aunque el turismo sigue siendo un importante estímulo, es necesario encontrar nuevas formas de generar riqueza. El gobierno resultante de las elecciones tiene el reto de definir cómo va a ser el crecimiento económico de los próximos años y la obligación de que sea un crecimiento sostenible ambiental y socialmente. Y además, tiene la necesidad de hacer que los ciudadanos sean partícipes de ese futuro, que recuperemos los derechos perdidos, que vuelvan los jóvenes que se fueron y que los estudiantes puedan terminar de nuevo sus carreras con ilusión, con la esperanza de alcanzar un futuro que no sea peor que el de sus padres.
En esta encrucijada los andaluces tenemos la posibilidad de decidir y hay que ser conscientes de lo que nos jugamos. Si tomamos la decisión buena o mala, lo sabremos cuando hagamos balance dentro de cuatro años. Pero lo más importante, más que equivocarse o acertar en el voto, es la capacidad de decidir, y de participar en eso que periodistas y políticos llaman, no sin ciertas dosis de cursilería, la fiesta de la democracia.