Ferias sin fieras en Huelva
Decía allá por el siglo XIX Jeremy Bentham, pensador inglés y padre del utilitarismo, que “los franceses ya han descubierto que la negrura de la piel no es razón para abandonar a un ser humano al capricho de su torturador. Quizá llegue el día en que se reconozca que el número de patas, la pilosidad de la piel o la terminación del hueso sacro son razones igualmente insuficientes para abandonar a un ser sensitivo al mismo destino”. Un puñado de décadas después de este postulado, el paradigma de la moralidad humana sigue enredado en un peludo asunto que cuestiona sus loas de evolución y progreso, el maltrato animal.
Por una vez, Huelva ha sido pionera en el puñetazo en la mesa. Podemos sentirnos adelantados a nuestra época, al menos en un estadio primigenio de un proceso que implica mucha más determinación y decisión. Por algo se empieza y aquí ya estamos manos a la obra.
El pleno del Ayuntamiento ha respaldado una moción cargada de lógica y sentido común. Sí, hay que leerlo dos veces para creerlo. Aunque lo parezca, no es un titular sacado del irónico-sarcástico El Mundo Today. La propuesta aprobada pone fin a la complicidad onubense con cualquier espectáculo circense que emplee animales, extendiéndose el veto también a los carruseles de ponis en las ferias. Aunque el avance más significativo es quizás prohibir el uso de cualquier ser vivo como reclamo y regalo en casetas y tómbolas. No son juguetes ni tampoco nos pertenecen. Estas son las dos lecciones básicas y claves para educar a los más pequeños en el respeto hacia los animales.
La encargada de zarandear las mentes municipales ha sido, cómo no, la Mesa de la Ría, un colectivo acuñado con la horma de dos corrientes ideológicas tan desdeñadas en el océano político: la conciencia y la aspiración a una modernización social responsable con el entorno.
El sometimiento y encadenamiento son manifestaciones de violencia que se asocian con demasiada impunidad a la diversión en infinidad de eventos lúdicos programados expresamente para un público infantil. El cautiverio forzoso y despiadado es un crimen, sin importar si el cautivo pide auxilio con un rugido, un balido o un grito. Reza un dicho popular que lo único que limita la libertad de los animales es la muerte y el hombre. Somos, por tanto, la parca en vida de estos seres.
Monos malabaristas, elefantes trapecistas, osos trompetistas, tigres equilibristas…pocos conocen lo que hay detrás de tan adorables actuaciones. El instinto salvaje de un animal es un escollo para su amaestramiento, un componente intrínseco de su esencia que hay que aniquilar para que centenares de borregos aplaudan sus monerías. O acaso creen que un león se despierta una mañana, rocía de combustible un aro, le prende fuego y se dedica a saltar de un lado a otro hasta que su cuidador lo descubre y ¡¡Eureka!!
La ingenuidad es un masaje mental para eludir responsabilidades, un pretexto disfrazado de inocencia para justificar el pasotismo. Para quienes acuden a estos espectáculos con una venda moral sujetada por la ignorancia, los expertos definen como “romperles el alma” a la primera fase por la que deben pasar estos animales para ser adiestrados. No suena bien, ¿verdad?, pues las atrocidades que engloban a este concepto son aún peores de lo que se pueda imaginar. Reciben golpes en partes de máxima sensibilidad para extremar el sufrimiento, separan de manera traumática a crías de sus madres, son enjaulados durante semanas sin apenas comida y agua, y un largo etcétera.
La crueldad es inherente a cualquier tipo de esclavitud y explotación, una lacra que desde hoy cuenta con un cómplice menos. “Cuando el hombre se apiade de todas las criaturas vivientes, solo entonces será noble”. Huelva muestra sus credenciales para universalizar este proverbio budista. Námaste, choqueros.
@ManuelGGarrido